Para la guerra, lo que esté de tu mano
Para la guerra nada
Escucha
Vamos corriendo de un lugar para otroEstamos llenos de preocupacionesBuscamos aquí y allá¡Queremos estar en tantos sitios!¡Deseamos contentar a tantas personas!Prueba a ir despacio,a disfrutar de cada paso, de cada lugar, de cada situación, de cada persona,a disfrutar de ti mismo,de darte tiempode sentirteNo corrasHoy trata de ir despacio.
Hay momentos en la vida en que coincide un sinfín de tareas a desarrollar en poco tiempo, por lo que nos agobiamos y andamos de un lado a otro con esa áspera y rugosa sensación de abarcar mucho y no llegar a casi nada.
El inicio de curso es uno de esos momentos. Las horas del día (y casi de la noche) se van programando tareas, temporalizando materias, estructurando grupos, fijando horarios, buscando información y recursos, dividiendo tiempos, ajustando actividades… casi sin tiempo para respirar.
En estos días se pierde gran cantidad de energía de forma tan rápida que ni llegas a percibirla y el cansancio se pega a nosotros casi permanentemente, quitándonos las ganas de hacer algo distinto a dormir y descansar.
¡Menos mal que son momentos puntuales! Porque lo que realmente cansa, desanima y nos deja sin fuerzas es estar siempre en el futuro (programando) o en el pasado (revisando).
Si logramos hacer las tareas una a una y en poco tiempo, volveremos de nuevo a la calma que proporciona el ir viviendo cada día como se presenta. Si alargamos los momentos de agobio o –lo peor que puede ocurrir– no somos capaces de dejar de pensar en el futuro y el pasado, perderemos el presente, que es lo único que en realidad tenemos y podemos vivir.
Que no se nos olvide vivir el aquí y el ahora en medio de tiempos de agobio. Que seamos capaces de hacer pausas en medio del trajín que recuerden que lo único existente es el momento presente. Que el futuro y el pasado no tapen lo real.
Y lo digo yo, que llevo días inmersa en el agobio.
Esta foto de la Vía Láctea tomada una noche de verano en la localidad de Salgotarjan, a 109 kilómetros al noroeste de Budapest (Hungría), nos evoca a Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, que unos 400 años de Cristo, enseñaba:
“Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo”.
Una de las más recientes teorías físicas describe a las partículas elementales, no como corpúsculos, sino como vibraciones de minúsculas cuerdas, consideradas entidades geométricas de una dimensión. Sus vibraciones se fundan en simetrías matemáticas particulares que representan una prolongación de la visión pitagórica del universo y la recuperación, en la más moderna visión del mundo, de la antigua creencia en la Música de las Esferas.
Pero no somos el centro de todo es, ni tan importantes como creemos desde el yo. Nuestra vida es un parpadeo del Universo, una nota musical de la sinfonía. Un parpadeo único, sí, irrepetible y cósmico en miles de años y espacios, pero un solo parpadeo.
Cuando desaparece mi personaje, ese ego mental que creo ser, despierto.
Escribe Willigis Jäger: “Una vez más se me ha permitido y se me sigue permitiendo experimentar que mi vida no representa otra cosa que un simple golpe de mar en ese acontecimiento cósmico, y que lo que yo soy verdaderamente retornará sin tiempo y sin forma a la infinitud de la que nació mi yoidad”.
Somos pues una nota del pentagrama universal. Encontrar nuestra vibración en el universo nos devuelve nuestro sitio en el Ser.
Cierra los ojos y sumérgete en el instante presente. Conectas con tu realidad sin tiempo. Te das cuenta de que eres uno con el cosmos y que todos los seres son pedazos de ti mismo. Que la muerte no es muerte, es una transición de forma… Por eso es un error convertir la santidad en otra forma de protagonismo para alimentar el ego.
Perderse es encontrarse. Entonces te percibes uva de racimo, gota entre millones de gotas del mar, chispa de una sola luz, ínfimo lucero de un cielo estrellado. Y cambia tu ser y tu compromiso con el mundo. Como certeramente encesta el mejor baloncestista, da en la diana el arquero, crea el músico, cuando no es él, sino la naturaleza, el Ser, a través de él. La armonía es nuestra manera de reencontrarnos, y el Uno, mi olvidado apellido de familia.
No sé nada de recuerdostodo lo que viene a mi mentetodo está olvidado.La hipocresía la regalé,y la soberbia la he dejado afuera,no permito que me invadan,ni siquiera aún los miedos.Estoy tratando de ver la vidacolor pastel, y de vez en cuandocon algún que otro brillo.Estoy solo, sí, estoy solo,y nada tengo que esperar.
Hay cosas agradables en el mundo. Muchas, la verdad. Pero pocas habrá tan gratas para mí como el olor a lavanda.
Suelo tener ramos de lavanda en casa, por lo que es un aroma que me acompaña casi siempre: cuando abro la puerta de casa o la de los armarios, cuando salgo al jardín, cuando subo la escalera…
Este verano, al regresar de un viaje, me recibió el olor de la lavanda que, por la noche, aún es más intenso. Y en ese momento –aunque la hora era ciertamente intempestiva– volví a agradecer ese recibimiento, esa vuelta a casa a lo grande, ese regreso a lo que es mi hogar.
Creo que cosas como ésta son las que marcan la diferencia entre casa (lugar físico e impersonal) y hogar (lugar físico personalizado). Los detalles, los olores, los adornos o la ausencia de ellos, el desgaste y los rayones… eso configura un hogar y las vibraciones que se dan en él.
Todos conocemos casas ostentosas, o simplemente bonitas, con no muy buenas vibraciones, y casas sencillas y hasta humildes en las que da gusto estar. A estas alturas supongo que ya distinguimos qué lugares nos acogen (con las condiciones que sean) y cuáles invitan a marchar (aún de forma sibilina).
No pretendo decir con esto que el olor de la lavanda sea lo que marque la diferencia. Habrá gente que no lo soporte, por supuesto. Sólo que, para mí, es el olor de mi sitio, de mi casa. Y cuando estoy en lugares donde huelo a lavanda me siento “en casa”.
Fotografías de Jesús Aguado
Harald Harung, doctor en Filosofía, en Ciencia Cognitiva e investigador
Tengo 71 años. Nací en los fiordos y vivo en Oslo, Noruega. Soy profesor de Ética y Máximo Rendimiento en la Universidad de Oslo. Estoy separado y tengo un hijo y una nieta. Mi política es que la gente sea feliz, si lo somos conquistaremos la paz. Soy profundamente espiritual, pero no creyente.
Heredero de Abraham Maslow, que estudió a cien personalidades mundialmente reconocidas por su alto nivel de éxito, Harung, con su colega norteamericano Frederick Travis, lleva cuatro décadas investigando mediante imágenes cerebrales la excelencia y ha demostrado que, durante su actividad, los número uno experimentan estados superiores de conciencia y presentan un patrón único de ondas cerebrales que los lleva a la calma, a una ética más afinada, a realizar sus quehaceres con precisión y sin esfuerzo, y a un estado de felicidad. Por suerte, asegura que ese ser sobrehumano se puede entrenar gracias a la meditación trascendental. Presentarán sus conclusiones en la Academia de Ciencias de Nueva York.
Nuestro cerebro tiene un potencial enorme para ser feliz.
¿Feliz?
La felicidad está ligada a la capacidad cerebral. El investigador Frederick Travis y yo llevamos 40 años estudiando el rendimiento de los número uno en tres campos: ejecutivos de alto nivel, deportistas y músicos.
¿Y?
Tienen una motivación intrínseca que los lleva a buscar el significado, el propósito de las cosas, la expresión de sí mismos y la paz interior. Para ellos las motivaciones externas son secundarias, no buscan el dinero, ni el poder, ni la fama.
Sigo sin entender la relación entre la felicidad y tocar bien el violín.
Estudiamos varios parámetros: uno es social, relacionado con el trabajo que escogemos y las relaciones; los otros son intrínsecos y los medimos mediante la neurotecnología y registrando la química cerebral y las ondas alfa.
¿Cuáles son esos parámetros?
El razonamiento moral, la capacidad creativa, la inteligencia y el número de experiencias cumbre.
¿Experiencias cumbre?
Los momentos más felices y plenos de la vida que, a menudo, se perciben en momentos de óptimo rendimiento o desempeño.
¿Qué le indican las ondas alfa?
Aparecen cuando estamos muy relajados pero despiertos, lo que equivale a mucha creatividad con un alto rendimiento.
¿Qué han visto?
Ante los tests de reacción, las personas de alto rendimiento esperaban a responder en el último instante, de manera que movilizaban las neuronas sólo hasta el punto necesario. Sin embargo, el grupo de control movilizaba las neuronas mucho antes y desperdiciaba mucha energía mental.
Entiendo.
Descubrimos que las personas que presentan un alto rendimiento tienen el doble de coherencia que el grupo de control, es decir, la frecuencia de ondas alfa, de conexión entre los diversos puntos del cerebro y la respuesta al estímulo, es muy superior a la del resto.
¿Qué estudios se suman a los suyos?
Desde que nosotros publicamos nuestros resultados en el 2011 y el 2012, en los que medimos 36 puntos cerebrales, la Universidad de Oxford ha llevado a cabo un gran estudio en el que han medido más de 200 y descubrieron que las personas con poca conectividad sufrían de ira, transgredían las normas y dormían mal.
¿Y cuáles fueron las consecuencias de la alta conectividad?
Un vocabulario muy rico, buena memoria y lo que es más importante: esas personas estaban más satisfechas con su vida.
Hablemos del siguiente punto de su investigación: el razonamiento moral.
Si tu moral es elevada, no piensas sólo en ti mismo. Las personas de alto rendimiento cerebral obtuvieron una puntuación mucho más elevada en razonamiento moral.
¿Qué le sorprendió?
Los altos directivos noruegos tienen una ética más elevada que la media.
¿Y eso?
En Noruega los salarios entre estos y el resto de los trabajadores son más igualitarios, así que su motivación no es crematística, es intrínseca. Cuando pagamos a los directivos cantidades impresionantes de euros quizá conseguimos a las personas equivocadas.
¿El dinero lo enturbia todo?
Nos hace confundir valor y precio. Pero hoy sabemos con certeza que las grandes personalidades tienen el doble o más de experiencias cumbre que el resto de los mortales, especialmente los músicos.
Póngame un ejemplo.
“Es como si mi interior se expandiera –explica un músico de la Filarmónica de Oslo– para incluir a toda la orquesta, al público y a toda la sala, como si todos fuéramos música. Y todo fluye sin dificultad”.
Qué envidia.
Está al alcance de todos. Hay tres factores determinantes: el desarrollo mente-cerebro, el talento, y la práctica, pero esta sólo representa un 20%.
¿Y la educación?
Según un metaestudio con millones de personas, la educación apenas afecta, y la edad es irrelevante.
Con el talento se nace.
Hay un talento que tiene todo el mundo: la capacidad de desarrollar la mente-cerebro.
¿Cómo?
Durmiendo lo suficiente, practicando ejercicio físico moderado, escuchando y tocando música y mediante la trascendencia, que es con mucho lo más importante.
¿La trascendencia?
Sí, las experiencias cumbre. Los altos estados de conciencia son naturalmente accesibles a la fisiología cerebral humana. Lo investigo desde hace 43 años y sabemos que su práctica aumenta la felicidad. Si queremos, podemos alcanzar una edad de oro de la humanidad.
¿Cómo podemos activarlos?
Mediante la meditación trascendental, una técnica sencilla. Hay una relación directa entre el desempeño óptimo y los altos estados de conciencia con calma interior y felicidad en medio de una actividad dinámica, máxima alerta, ausencia de esfuerzo y facilidad de acción.
Mi experiencia de vida me permite afirmar que resulta muy fácil reunir a aquellas las familias bien avenidas y con ganas de hacer cosas juntos.
Esto ocurrió el pasado día 2 de Septiembre en la siempre acogedora casa de Jose María y Mercedes, en Gallegos del Curueño. La familia de voluntarios del Teléfono de la Esperanza se juntó para compartir ese día y hablar desde el corazón, de nosotros, de nuestro verano, de lo que queremos de nuestra ONG, de nuestro compromiso con ella, de nuestro compromiso con la vida.
Fue un día especial además, ya que al estar próximos a celebrar nuestros diez años en León se citó y congrego a voluntarios podríamos decir “en excedencia temporal” que aunque ahora físicamente no puedan estar con nosotros, siguen aportándonos su apoyo, experiencia, cercanía y colaboración.
Fue un día con su carga de trabajo de programación del curso, pero también de distensión y disfrute, con una comida muy variada ya que cada uno aportó su especialidad gastronómica o… la de la panadería o pastelería cercana, con una agradable sobremesa, con su taller de risoterapia y cómo no, con su rato dedicado a cantar y bailar todos juntos
Durante el día se agradeció al Consejo de Centro saliente, el esfuerzo y dedicación al Teléfono de la Esperanza, durante los últimos cuatro años con mención especial a Piedad y Aurita como Presidenta y Vicepresidenta.
Ahora empieza otra nueva etapa, estrenamos presidenta y nueva junta directiva, cuyas ganas y empuje ya se notan y a quienes espero como voluntario y miembro de esta familia poder responder, … esto no ha hecho más que empezar…
Espero que cada vez podamos ser más y el así próximo año tengamos que añadir más mesas en nuestra reunión en Gallegos.
He dejado mis plantas en el pueblo después de regarlas por última vez. Algún día iré por allí y las regaré de nuevo, en un vano intento de prolongar una vida que ya se extingue. No sé por qué me empeño en regarlas si sé que no vale de nada. Pero lo hago.
Del mismo modo que, a veces, alargo relaciones que ya de por sí están muertas. ¿Lo hago por pena? ¿Por desidia? ¿Por no ser yo la que da el último adiós y así tener la excusa de que no abandoné? Tampoco lo sé.
Tal vez lo haga porque, en alguna ocasión, la vida me da dado gratas sorpresas cuando menos me lo esperaba. Y luego, echando la vista atrás, he visto que mi pequeño empeño diario ha sido el que ha propiciado la inesperada sorpresa. Como las flores que me regaló mi orquídea –y me sigue regalando– después de cinco años de cuidados sin fruto.
Por eso, probablemente, sea por lo que sigo regando lo destinado a morir. Por si acaso reviviera. Por si todo no estuviera perdido.
Me pregunto: ¿Quién regará esos jardines exuberantes que hay por ahí cuando su dueño no esté? ¿Quién recordará los viejos cuentos cuando el último abuelo haya muerto? ¿Quién acogerá esos detalles de vida cuando no haya tiempo ni ganas de llevarlos a cabo? ¿Quién seguirá regando a contracorriente?
A veces, como hoy, me hago un montón de preguntas sin aparente respuesta.
Preguntas propiciadas por la melancolía de las últimas tardes de verano y el tránsito al sereno y reflexivo otoño.