El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
Blog
Estás viendo los 20 artículos de nuestra sección El Rincón del Psiquiatra
Mostrando entradas con la etiqueta El Rincón del Psiquiatra. Mostrar todas las entradas
jueves, 27 de junio de 2019

Gracias

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Cuando mis hijos eran pequeños, en nuestro lenguaje familiar había una palabra mágica: gracias. “Gracias por tu regalo”, “gracias por tu visita”, etc. Era como un ritual, cuando alguien les obsequiaba con algo, siempre les recordábamos: “¿cómo se dice”, para que ellos contestaran: gracias.

Hoy, al finalizar mi participación en este blog, quiero repetir la palabra mágica: gracias.
GRACIAS, por vuestro reconocimiento y valoración.
GRACIAS, por compartir vuestras ideas y a veces vuestros sentimientos.
GRACIAS, por vuestra comprensión.
GRACIAS, por vuestras discrepancias, y
GRACIAS, sobre todo, por haberme permitido el seguir colaborando en esta bella institución que es el Teléfono de la Esperanza, que tanto ha contribuido a ser como soy.

Desde que en abril de 2012 comencé a participar en EL RINCÓN DEL PSIQUIATRA puntualmente todos los meses he participado con dos reflexiones, que no se “completaban” hasta que alguno de vosotros respondía. Es muy gratificante sentir que al menos dos o tres personas han leído tu escrito y han tenido la atención de contestar con alguna reflexión. Es lo que ocurre con un cuadro o con un libro que hasta que alguien lo mira o lo lee no está terminado.
De este hecho tenemos que aprender que la vida es un continuo deshacer y tejer, un comenzar y un terminar, un conseguir y perder, hasta que el circulo de la existencia se complete. La vida, pues, es un continuo que se genera con pérdidas, pero también con nuevos retos y proyectos. Pero todo contribuye a que nuestra existencia y la de los mas próximos sea mas gratificante.
GRACIAS, pues, y un abrazo.

Nota de la redacción. Alejandro, ha sido una gracia contar con tu colaboración en este blog. Gracias por estar aquí. La vida se nos abre a nuevos caminos. Muchas gracias.
martes, 11 de junio de 2019

Ser solidario: un signo de salud mental

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

El voluntario puede “pecar” por exceso o por defecto. Es decir, se puede cometer un doble error en la acción con el ayudado: mantener un distanciamiento defensivo (tratar fríamente al otro, para no “contagiarse de su angustia”) o por el contrario identificarse tanto con el ayudado, que le invite a comer a su casa. Entre ambos extremos se encuentra el punto medio, o la virtud: un distanciamiento amoroso. Consiste en un saber acompañar al ayudado, caminar junto a él, respetando sus necesidades, flaquezas y expresión de dolor, pero al mismo tiempo sabiendo de nuestras posibilidades, pero también de nuestros límites. Esto supone que al emigrante no hay que tratarle como a un “bicho raro”, ni al anciano hay que vestirlo y asearlo como si fuera un inútil, ni al paralítico transportarlo siempre en coche, ni a la persona deprimida dejar que esté todo el día en la cama, por poner algunos ejemplos. Es decir, debemos intentar compaginar una ayuda técnica con el afecto y la comprensión. Es lo que algún autor ha llamado “el eros terapéutico”: no es paternalismo, ni tecnicismo, sino una asociación de ambos.

Como ha dicho Dell (1983), no existe la “llave de oro” que abra la puerta de nuestros problemas, sino que, en cada momento, y dependiendo de la “cerradura” que estemos ofreciendo, habrá que actuar con una llave de oro, de platino o de bronce. Lo importante, pues, no es el instrumento utilizado, sino conseguir el encaje perfecto entre la situación angustiosa y el ofrecimiento de ayuda.

Todos los hombres nacemos con la semilla de la solidaridad, que puede evolucionar hacia un sentimiento auténtico de preocupación por los demás, o bien, convertirse en una fortaleza autosuficiente que desprecie a todo lo que no sea el mismo. Lo que nunca podremos negar es la presencia del “no-yo”, para bien o para mal. De ahí la importancia de los primeros años de la vida, donde desde nuestra primigenia indefensión, debemos ir construyendo un “yo” fuerte, que nos posibilite una interrelación con el prójimo sana y enriquecedora, pero sin caer en la autosuficiencia o narcisismo. El niño debe aprender de forma teórica y vivencialmente que no es el “centro del universo”, que no está sólo. Las necesidades de los demás y sus deseos, son el contrapunto de sus inclinaciones y proyectos. Ser adulto también es tener en cuenta a los otros y sus necesidades.

El voluntariado, pues, es una forma de abrirnos a los demás, potenciado la comunicación y sintiendo el dolor ajeno como propio. De alguna manera, el solidario, pone su mente y su corazón en la indigencia del otro, aplazando por un momento sus propias deficiencias. Además, el voluntariado favorece las relaciones interpersonales y provoca que el individuo salga de sí mismo para ayudar al más necesitado. Todas las personas que trabajan de voluntarios reconocen que “han recibido más” (afecto, valoración, respeto, autoestima, etc.) que han ofrecido: un poco de tiempo y de conocimientos. Por otra parte, también está comprobado que el voluntario, que hace de la solidaridad la bandera de su vida, su propia acción voluntaria (aunque solamente sea una hora a la semana) le ayuda a ser mejor persona, a tener menos ansiedad y a fortalecer su propia autoestima. Por esto podemos afirmar que ser solidario, es un signo de salud mental.   

jueves, 23 de mayo de 2019

Claves para aprender a disfrutar

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


La vida intrauterina  es el paradigma de la situación placentera por antonomasia: no existen necesidades, ni dolor, ni normas. Es un paraíso  donde no aparece el frío, ni el calor, ni el hambre, ni el miedo por el futuro. Todo es placer. Pero es un Edén que finaliza con el nacimiento. Es más: es necesario que termine, pues de lo contrario se produciría el caos y la muerte. Es como si la misma naturaleza pusiera cota  y límites al propio placer biológico. El mensaje es: la satisfacción no es total ni eterna.
Los primeros meses de vida del niño son como un remedo por conseguir ese estado placentero que se ha perdido con el nacimiento: el bebé quiere satisfacer sus necesidades (de calor, alimento, caricias, etc.) en el momento  mismo que se producen, de lo contrario se manifiesta su malestar a través del llanto. Un salto cualitativo en el desarrollo del niño se produce cuando este toma conciencia de que  sus deseos y fantasías no pueden ser saciados en el instante que se producen. Saber esperar y admitir las limitaciones del otro, son  características de la persona adulta.
Así, podemos afirmar que la persona madura es aquella que sabe conjugar el principio del placer (el deseo) con el principio de realidad (las limitaciones y posibilidades propias y del entorno). Un buen crecimiento psicológico se produce cuando somos capaces de armonizar las exigencias del principio de placer con las  limitaciones del principio de realidad. No podemos siempre disfrutar de lo que queremos  y en el mismo instante que lo deseamos. Es una de las condiciones inherentes a nuestra propia condición de seres finitos. Somos limitados incluso en la misma  forma de disfrutar: gota a gota y con el temor de que "esa" sea la última.           
El placer-displacer es el movimiento por el que discurre toda la vida humana. Es mas, en muchas ocasiones, el gran objetivo de la persona no es gozar, sino no sufrir. Es decir, siempre pretendemos que la angustia y el sufrimiento estén bajo mínimos, pues ya sabemos que el goce completo es imposible de conseguir... al menos  en esta vida.
Claves
La salud mental, y el auténtico placer se consigue, según indica el psicoanálisis cuando se armonizan las tres fuentes de energía: el ello, el yo y el superyo. Es una forma de que "jinete y caballo" (en el símil freudiano) cabalguen sin que se produzca una caída o vaya demasiado despacio.
¿Cómo conseguir esto? Los primeros años de la vida del niño son fundamentales. A través de las `figuras importantes de esos años (padres y profesores) podemos ir construyendo los cimientos para que después el adulto sepa disfrutar, de forma adecuada, de toda su capacidad de  gozar. He aquí algunas pistas para lograrlo:
  • En los primeros años de la vida debemos favorecer el desarrollo del ello, evitando su represión y permitiendo la verbalización de todos los sentimientos. Es un error educar en un ambiente en que solamente se puede decir "lo bueno”: "me siento bien", "te quiero mucho", "eres muy agradable" ... Por el contrario, se castiga y se  reprocha todo lo que huela a odio, rencor, envidia, agresividad. "Esas cosas no se pueden decir", solemos repetir. Es cierto que no puede haber una libertad de acción (hacer lo que uno quiera y cuando quiera), pero sí una libertad de sentir y de expresar, a través de la palabra. Lo negativo no es sentir... rabia, por ejemplo; lo negativo es no saber canalizar ese sentimiento  hacia conductas y acciones que favorezcan el crecimiento psicológico del individuo.
  • Gozar no es negativo, siempre y cuando no interfiera los derechos de los demás. Al igual que el bebé desea neutralizar el incremento de displacer (sed, sueño, hambre, etc.), también el adulto es muy sensible a la angustia, desvalorización de los demás, etc. En este segundo supuesto la satisfacción no siempre puede ser inmediata (como en el bebé), pero si procurar compensar, de alguna manera,  esa carencia y siempre respetando el derecho del otro.
  • La necesidad de sublimación. En muchas ocasiones debemos aprender a canalizar (no reprimir)  los “sentimientos negativos “(agresividad, odio, etc.) a través de acciones que favorezcan el desarrollo del individuo: el deporte, la cultura, los hobby, etc. son algunas de la posibles vías.
Final
Siempre puede surgir una pregunta: ¿cómo distinguiremos que es lo bueno en el placer, de lo que no es bueno? He aquí como contesta Gibran Jalil Gibran, en El Profeta: “Id  a vuestros campos, y a vuestros jardines y aprenderéis, que para la abeja, el placer consiste en libar miel de la flor, mas es también un placer para la flor entregar su néctar a la abeja. Pues para la abeja, una flor es fuente de vida y para la flor, una abeja es un mensajero de amor, y para ambas, abeja y flor, el dar y recibir placer constituye una necesidad y un éxtasis”.
Mi deseo, queridos lectores, es que en vuestras vidas seáis como las flores y las abejas: capaces para dar y recibir placer. Esa es la clave que favorece el crecimiento psicológico  de la persona.
jueves, 9 de mayo de 2019

Apuntes para una psicología del político

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

Fotografía tomada de elpais.es

En cada profesión existen diferentes formas de ejercerla, y también está en relación con la personalidad del sujeto. En política, simplificando, podemos afirmar que los diferentes estilos de la acción política son: paranoide, narcisista, histérico y psicopático.

Es evidente que posiblemente no encontremos ningún político con uno de esos estilos en estado puro,  sino mas bien una mezcla de los mismos, pero con un predomino de alguno de ellos:

Estilo paranoide:

El paranoico está solo ante el mundo y ante el universo: él es el poseedor de la verdad, su verdad. El paranoico que da la sensación de seguridad y poder, es un ser indefenso, que se encuentra atacado por todas partes. Se defiende porque se siente débil; juega a ser el duro de la película pero en realidad es el más frágil, de tal manera que cualquier acción, mirada, palabra, o gesto, lo puede romper. El paranoico parte de una premisa falsa (que él considera verdadera) y comienza a construir su castillo de sus verdades a partir de ahí.

La persona paranoica nunca reconoce su error sino que siempre lo refiere a otro: “los demás son los responsables de mis desgracia”, es el mensaje que transmite. Así, si está enfermo es por culpa de los médicos que no saben curarle; si la familia no funciona bien es porque la pareja no colabora.

En política esto se traduce porque “los otros siempre son los responsables de las desdichas”. Un ejemplo claro lo hemos tenido con la crisis económica: la oposición decía que el culpable era el gobierno y éste que el origen estaba en EE.UU. ¡Siempre  echando balones fuera!

Estilo histérico

El histérico es una persona excesivamente preocupada por llamar la atención y ser el centro de cualquier situación. Son superficiales, inestables emocionalmente y se dejan influenciar por cualquier persona. Además son muy seductores, pero difícilmente se implican emocionalmente. Buscan la admiración de los demás, pero huyen de todo compromiso.

Al “político histérico” le gusta figurar y ser el centro de atención, pero también su eficacia es nula. Actúa en función de las apariencias, de lo que dice la gente y su punto de apoyo no son sus convicciones sino todo aquello que le puede hacer más agradable a los demás.

Estilo psicopático

Son personas que siempre están en conflicto con los otros y parece como si no tuvieran afecto y nada les importara los demás. Todo ello se basa en dos presupuestos básicos de este tipo de personas: se sienten distintos a los demás y su relación con los otros es de explotador.

Una forma de entender de esta forma la política está representada por los corruptos y estafadores, ya que lo importante para ellos no es el bien común sino su propio provecho. Ponen en práctica la ley del embudo: pueden ser muy exigentes en el cumplimiento de las leyes por los demás, pero ellos pasan completamente de las mismas. Ha llegado a la política para servirse de su posición, no para servir a los ciudadanos.

Estilo Narcisista

Clínicamente se caracteriza porque, pese a su “enorme autoestima”, es muy vulnerable a cualquier pequeño desaire o rechazo, respondiendo con fuertes sentimientos de ofensa o enfado. En las relaciones interpersonales, con frecuencia, se muestran bastantes distantes y tratan de mantener una impresión de autosuficiencia, y de utilizar a los demás para sus propios fines. Son personas que se consideran superiores a los demás en belleza, talento, capacidad intelectual, etc., y solamente se encuentran bien cuando son admirados y valorados por los demás. Su felicidad, pues, depende de la manifestación de aprecio y estima que los otros expresen.

El “político narcisista” parte del convencimiento de que es el mejor del mundo y por lo tanto todo debe estar a su servicio. Carece  de un mínimo de autocrítica poniéndose una “venda para no ver” las deficiencias y potenciando los pequeños éxitos. Se siente “el ombligo el mundo” y por lo tanto todos deben de estar a su servicio. Es tan autosuficiente que es incapaz de comprender el sufrimiento de los demás.

El Político       

El buen político puede tener cualquiera de los estilos de comportamientos que hemos descrito, siempre y cuando ninguno de ellos esté hipertrofiado y sea tan notorio que se convierta en el motor exclusivo de la conducta del sujeto. Lo patológico no es tener algunos de esos estilos de comportamiento sino cuando alguno de ellos se convierte en el centro e impulsor de la conducta del político, pues es entonces cuando la personalidad puede pervertir cualquier acción política. Ser paranoide, narcisista, histriónico e incluso psicopático, dentro de un orden, no es impedimento para ser un buen político… o no debería serlo.

miércoles, 24 de abril de 2019

Las raíces del miedo

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

El  miedo es una vivencia innata a los animales y a los hombres. Tenemos miedo porque no somos omnipotentes, no lo podemos todo. Los dioses no tienen miedo: son autosuficientes. El hombre en tanto en cuanto ser limitado tiene que sentir miedo para no realizar acciones que no puede hacer (volar, atravesar el fuego, correr a 300km/h. por una autovía, etc.). Pero esto no implica que sea un cobarde, sino que es consciente de sus limitaciones como ser humano. El miedo se convierte en patológico cuando desciende a situaciones concretas y cotidianas o incapacita al sujeto para realizar su vida ordinaria. El miedo nos recuerda, pues, una cosa: que somos humanos.

El miedo siempre se produce por la conjugación de dos hechos: supervaloración de la situación concreta, o bien, porque nos infravaloramos y nos consideramos mas frágiles de lo que somos y mas vulnerables. La esencia del miedo procede de nuestra inseguridad y  de la hipertrofia del otro (situación, objeto o fantasía). También es cierto que estas experiencias se refuerzan cada vez que se producen y que tienen su punto de arranque en vivencias infantiles de desamparo o de abandono afectivo, produciendo personalidades débiles muy influenciables por el entorno, que siempre vivirán como hostil

Pero existe un miedo ancestral: el temor a desaparecer. Precisamente por esto, en el hombre podemos describir un tipo de miedo, que es como el soporte de todas las posteriores vivencias: el miedo a la muerte y el miedo a la locura. En ambos lo que está en juego  es la autodestrucción. La muerte es un viaje sin retorno y la locura un laberinto donde difícilmente  podemos encontrar una buena salida. Ambas situaciones son deteriorantes e invalidantes. Ambas situaciones conllevan el peligro de la aniquilación (de la vida o de la  razón). El resto de los miedos (a la enfermedad,  a la soledad, a la libertad, a la vinculación, etc.) son como un remedo de ese miedo ancestral. Por  esto una vivencia de miedo es mas o menos grave en tanto en cuanto nos acerca al principio de nuestra aniquilación como persona o como ser con autonomía y libertad de pensar. En el fondo, con los miedos, siempre  estamos en el filo de la navaja del ser o no ser.

Claves para manejar el miedo

"El miedo- ha escrito Antonio Gala - se asemeja a un pozo (que cuanto mas tierra se saca de él mas crece) y a la oscuridad (que cuanto mas grande menos se ve)". Es decir, el miedo se incrementa con el miedo. Señalaremos algunas señales para que  ese "pozo" y esa "oscuridad" disminuyan, sobre todo  en los mas pequeños:

* principio básico: el miedo es consustancial al ser humano. Tenemos miedo porque somos limitados. No podemos pues desterrar  totalmente el miedo  de nuestra existencia. Incluso podemos afirmar que un "cuanto" de miedo es necesario para poder vivir. Un miedo patológico nos paraliza, pero la ausencia total de esta vivencia nos llevaría a la insensatez y al riesgo permanente.

* clima de confianza: el miedo no se vence con valor sino  con una educación centrada en la confianza y la seguridad que proporciona el sentirse querido y amado por lo que uno es, no por lo que hace. Aquí el contagio es muy fuerte: una familia miedosa engendrará hijos miedosos. Incluso deberíamos manifestar miedo cuando la situación así lo requiera. ¡Es bueno que el niño perciba que los mayores también tienen miedo!

* enseñar con el ejemplo: una buena receta consiste en explicar las situaciones misteriosas: el significado de las tormentas, un apagón de luz,  la muerte de un ser querido, etc. Incluso habría que facilitar que el niño participara en las situaciones que teme: ir al cuarto con la luz apagada, salir a la calle, etc. Y sobre todo nunca ridiculizar o despreciar aquellas situaciones que al niño agobian.

* no amenazar: es un error intentar conseguir que el niño se porte bien o estudie más, pues  de lo contrario vendrá una bruja mala o “el hombre del saco”. Nunca el miedo será un  buen acicate para portarse bien.

* la ayuda psicológica: en los miedos irracionales e invalidantes es necesario la intervención de un profesional (psicólogo, psiquiatra) para poder superarlos. Aquí la sola buena voluntad no basta, sino que hay que  remover las raíces mas profundas  de esa vivencia.

lunes, 8 de abril de 2019

Angustia, miedo
y pánico

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

Era un día soleado. Nieto y abuelo se encontraban en el zoo frente a la jaula de los leones. Los animales rugían. Ante la mirada atónita de los presentes, el niño dice al abuelo: "vámonos,  pues parece que tienes miedo".  Es una forma defensiva ante el temor: no reconocerlo o atribuírselo a los otros. En este caso al abuelo. No tengamos miedo y... hablemos del miedo.

Angustia, miedo y pánico

En el lenguaje coloquial utilizamos indistintamente uno de esos vocablos. Así hablamos de "miedo al mundo"  o de "la angustia a los sitios cerrados". Pero el miedo siempre se refiere a algo determinado y concreto; es algo  objetivo y delimitado. Mientras que la angustia es un sentimiento difuso, sin concretar, sin motivo real donde apoyarse.

Antonio llega a la consulta con la cara desencajada. Entre titubeos nos dice: "Me siento raro y extraño. Es una vivencia que no puedo definir. De pronto, siento un malestar generalizado que me revuelve el vientre, me sube a la garganta y tengo la sensación de que voy a morir". Esto es la angustia. Un sentimiento global e insólito que uno no sabe explicar, solamente  padecer.  Es mas cuando se quiere poner palabras a esta sensación, se escapa, como el agua en una cesta. Antonio insiste: "creo que nadie me comprende. Solamente lo puede entender  el que lo haya pasado". Esto es la angustia.

Por el contrario, el miedo se expresa de forma diferente: malestar a la oscuridad, a los ascensores, a los ratones o a las alturas. Todo tiene un denominador común: el objeto del miedo es algo (o alguien) real o fantaseado, pero concreto y determinado. Se puede describir y a veces tocar.

En la vida cotidiana nos encontramos con situaciones, objetos o animales que nos producen un sentido de malestar, con taquicardia incluida, hipersudoraciòn o sequedad de boca, etc. Esto es el miedo. Miedo a la oscuridad,  a los perros, a ser enterrados vivos, a las cucarachas, etc. Es un sentimiento  que a veces se confunde con  el asco  y que produce alejamiento de esas situaciones o al menos se intenta.

El pánico es un miedo "al por mayor". Se podría decir que es una ración doble o triple de miedo. Se produce como respuesta a una situación o hecho, que aparece de forma inesperada y que sobrepasa todas las expectativas del individuo: ejemplos: ante un terremoto, un incendio, el desbordamiento de un río o sentirse perdido en una tormenta de nieve. Esto es el pánico. Por la forma de presentación (repentina)  y su intensidad (masiva) invade a toda la persona y a veces la paraliza o genera una reacción desproporcionada (tirarse por la ventana de un sexto piso por el pánico de quedar atrapado por las llamas).

jueves, 21 de marzo de 2019

Educar para la convivencia

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Todos los eruditos en el tema están de acuerdo en afirmar que la convivencia  constituye uno de los pilares de la educación. Pero, ¿qué es la convivencia? ¿cuáles son sus pilares? ¿qué hacer para mejorar la convivencia en la escuela? Son algunas de las preguntas que tienen respuesta en estas páginas.
La convivencia en la escuela
Cuando era pequeño, en la escuela unitaria de mi pueblo toledano, recuerdo que había un libro que se llamaba “El niño bien educado”  donde se describían las reglas básicas de urbanidad (saludo, tratamiento correcto hacia los mayores, comportamiento adecuado en la mesa,  comportamiento en el juego, etc.) y de convivencia (respeto a los mayores, cuidado del indefenso, etc.). Se inculcaba la preocupación y el respeto hacia el otro. Se decía aquello de “mi libertad termina, donde comienza la del otro”, como claro ejemplo de la importancia del respeto hacia los derechos de los demás.
Hoy, desgraciadamente, en la escuela se han incrementado los actos de indisciplina, la violencia entre iguales y contra la autoridad. Los motivos son multifactoriales (descenso de la autoridad del profesor, la multiculturalidad de los alumnos,  una libertad, etc.) pero lo nuclear de esta situación, considero que es la perversión de la convivencia.
Uno de los factores principales para la buena convivencia es cuando es posible integrar a los desiguales; cuando lo diferente (ser gordo, extranjero, negro o gafotas, por poner solo algunos ejemplos) no es óbice para com-partir y enriquecernos mutuamente. La convivencia presupone no rechazar al otro por ser diferente sino aceptarle por ser persona.
Pilares de la convivencia
La escuela debe ser no solamente un espacio de conocimiento (enseñar a saber) sino también un espacio de “saber convivir”. Para ello debe desarrollar fundamentalmente dos dimensiones de la persona: la tolerancia y la solidaridad.
Ser tolerante no es sinónimo de aceptar todo lo que nos manifiesta el otro, ni de transigir, en todas las ocasiones con las propuestas de nuestros semejantes. La tolerancia se basa en la capacidad de comprender al otro, pero sin fundirnos con él ni con los mensajes que nos transmite. Es decir, el tolerante es el que admitiendo las diferencias, no  las agrede ni las ridiculiza y es respetuoso con los demás, aunque no claudica de  su posición o criterio.
Somos tolerantes  cuando aceptamos el fallo de los demás (una mala maniobra con el automóvil, por ejemplo), una valoración negativa sobre nuestra actividad, o bien una posición contraria sobre educación, religión, política o la misma ideología sobre la vida. Y en todos esos casos, lo opuesto o diferente, no se vive como agresión, sino como autoafirmación del otro.
Así, ser tolerante en la escuela, por ejemplo, implica un respeto mutuo entre todos sus miembros, siempre y cuando las opciones personales no perturben la estabilidad y el buen funcionamiento de todo el colectivo.
El otro gran pilar de la convivencia es la solidaridad. Todas las personas nacemos con la semilla de la solidaridad, que puede evolucionar hacia un sentimiento auténtico de preocupación por los demás, o bien, convertirse en una fortaleza autosuficiente que desprecie a todo lo que no sea uno mismo. Lo que nunca podremos negar es la presencia del “no-yo”, para bien o para mal. De ahí la importancia de los primeros años de la vida, donde desde nuestra primigenia indefensión, debemos ir construyendo un “yo” fuerte, que nos posibilite una interrelación con el prójimo sana y enriquecedora, pero sin caer en la autosuficiencia o narcisismo. El niño debe aprender de forma teórica y vivencialmente que no es el “centro del universo”, que no está sólo. Las necesidades de los demás y sus deseos, son el contrapunto de sus inclinaciones y proyectos.
Por otra parte, ser solidario implica que ofrezco algo que el otro necesita (tiempo, actitud comprensiva,  etc.)  pero no esperando recibir algo a cambio. No es una compra-venta. Es más  bien un acto de generosidad desde la propia sensación de finitud del dador.
Ser solidario con el mas débil, con el menos capacitado para el deporte o para estudiar etc., presupone partir de la propia conciencia de ser limitado; si somos dogmáticos, arrogantes y autosuficientes, podremos ayudar pero no transmitiremos solidaridad. Esta va unida a la capacidad de renuncia por el otro, aunque por ósmosis nos sintamos enriquecidos por la respuesta del ayudado. Se produce una acción como en los vasos comunicantes: un cambio en un punto cualquiera del circuito repercute de forma potencial en el otro extremo.
La experiencia de solidaridad  produce un sentimiento de bienestar, que no es posible describir. Ser solidario no se puede pesar ni medir. Se es o no se es. A partir de esta vivencia de ayuda, el niño descubre sus  sombras y dificultades y puede iniciar un nuevo camino en su propia escala de valores y proyectos.
Educar para la convivencia
Los niños, deben aprender a estar vinculados (unos con otros y con los profesores) pero también ser independientes. Deben estar vinculados pero no fusionados, y esto se consigue a través de la tolerancia (respetando lo diferente) y la solidaridad (ofreciendo nuestro hombro al que lo necesite). Considero que este es el camino de educar en una sana convivencia
martes, 5 de marzo de 2019

“Tiene
lo que se merece”

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Es una frase que solemos decir ante la desgracia del vecino, de un amigo o de un familiar. Fue el psicólogo noteamericano  Malvin J. Lerner (1975) el que formuló la “teoría de un mundo justo”.
Según este autor muchas personas tienen la necesidad de creer que viven en un mundo justo, donde cada uno recibe lo que se merece. Las personas buenas recibirían premios (posesiones, salud, bienestar, etc.) y las malas recibirían castigo (enfermedad, sufrimiento, violaciones, suicidio, etc.), aquí o en la otra vida. De esta forma se pretende dar una explicación a hechos que nos angustian: una violación, un suicidio, un cáncer…se producen porque el sujeto o la familia se lo han ganado a pulso. Es un pensamiento mágico (como en la infancia) que pretende calmar la angustia ante la tragedia y el sufrimiento.
Está concepción del mundo tranquiliza y da seguridad (una falsa seguridad) pues todo está determinado  y se sacraliza el esfuerzo y el trabajo en un intento por conseguir algo y sentirse inmune ante la desgracia, la enfermedad o la pérdida de trabajo.
Pero la dura realidad es que el mundo es injusto: mueren diariamente miles de niños inocentes, muchas personas bondadosas sufren y miles de ancianos viven en la mas absoluta soledad,  por poner solo algunos ejemplos. Y esto ocurre a pesar de su vida intachable y su buen comportamiento.
En este mundo injusto (el ser humano es vulnerable, imperfecto y finito) no siempre gana el mejor, ni el mas bondadoso, ni el mas trabajador. Tenemos que aprender, pues, que en “un mundo injusto” nada está determinado y existen acontecimientos que dependen de varias variables: una infección, un acto violento del vecino, un accidente de tráfico, etc. En ocasiones, pues, aparecerá la enfermedad, la muerte o la desgracia, aunque no se la merezca.
lunes, 18 de febrero de 2019

El complejo
de Peter Pan

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

Entre los trastornos psiquiátricos relacionados con la comida sobresale uno: la anorexia. Se ha denominado de varias maneras: “adoradores de la delgadez”, “fobia a gordura” o “una forma de seguir siendo niña/o”. Lo cierto es que la anorexia parte del culto al cuerpo y a la moda imperante en nuestra sociedad, e incluso quiere dar signos de fortaleza precisamente a través de la fragilidad del cuerpo.

Las personas que padecen este trastorno generalmente son adolescentes con buenos rendimientos académicos, muy responsables y muy autoexigentes consigo mismos; pero, eso sí, tienen miedo a engordar, pues lo asemejan a algo feo, descalificador o poco femenino, les gusta la delgadez, pero no saben poner límite entre el peso saludable y el patológico.

Un ejemplo entre miles es el de Ana. Tiene 15 años y desde hace unos meses sufre trastornos de la “regla” y los padres se quejan de su extraña conducta con la comida: “no come casa nada, y en alguna ocasión ha llegado a provocarse el vómito cuando a su juicio había comido demasiado; tiene conductas extrañas como por ejemplo ir todos los días andando al colegio (tarda casi una hora); a veces, ha llegado a esconder la comida en los armarios de su habitación para “demostrar” que se había comido todo…Es muy nerviosa y fuma sin parar”. En pocos meses ha perdido varios kilos de peso.

A veces, estas conductas alimentarias están justificadas con “razonamientos” mas o menos convincentes: temor a engordar, falta de apetito, estrés, trastornos digestivos, etc. Pero, en una lectura en profundidad siempre encontramos un rechazo al propio yo y, en definitiva, un rechazo a su adultez. Por esto algún autor a este trastorno alimentario le ha llamado el complejo de Peter Pan. Estos adolescentes, ante la inseguridad que les supone el ser y actuar como adultos, intentan mantenerse en la “seguridad infantil”, y por esto se niegan a toda posibilidad de crecimiento, incluso en el aspecto físico. Es una de las teorías que intentan explicar este tipo de trastorno de la alimentación.

Una conducta acogedora y no sancionadora por parte de los adultos les podrá posibilitar el tomar conciencia de su conducta, y a través de una ayuda psicoterapéutica (en ocasiones también farmacológica) podrán neutralizar sus miedos y crecer de forma sana.

martes, 12 de febrero de 2019

Alimentación y placer

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


El acto de alimentarse, desde el mamar hasta la degustación de los más ricos manjares, tiene una doble significación: nutrición y placer. El bebé come para repo­ner energías (es una necesidad fisiológica para seguir viviendo), pero al mismo tiempo el contacto físico con la madre, o el mismo hecho de tragar, le produce placer. Es posiblemente la primera vivencia de satisfacción de todo ser humano. Es por ello, que la comida va a ser un pivote donde gire todo el resto de la existencia. Esa primera vivencia placentera se puede convertir en el motor de la vida o ser un lastre. Lo que es indudable es que no pasará inadvertida.
De forma didáctica podemos afirmar que en la conducta alimentaria se pueden distinguir tres niveles: fisiológico, psicológico y relacional.
El primero de ellos señala la necesidad energética, que tiene todo organismo vivo. Necesita comer para vivir. El ayuno prolongado es sinónimo de muerte. In­cluso en los ancianos se observa un hecho muy curioso, que me describía en cierta ocasión una persona de 90 años: "no me importan los dolores, ni los achaques, pues mientras tenga apetito viviré". Es como si la comida fuera un salvo­conducto para prolongar la vida de forma indefinida. En al­guna ocasión alguna persona que padecía una depresión, me ha dicho: " si yo comiera, me curaría, doctor". La comida, pues, no solamente es un re­medio para reponer las fuerzas del cuerpo, sino también de la mente.
Pero también, la comida tiene una dimensión psicológica y desde el punto de vista psicodinámico la boca es la primera zona productiva de placer ("zona erógena"), con una doble función: tragar y masticar. Así, podemos ob­servar como el niño, en su primer año de vida consigue el placer a través de chupar los objetos y de morder. Es su forma de disfrutar. Es una vivencia normal y por lo tanto no se puede reprimir ni castigar. El predominio, de alguna de estas dos fases, produce un carácter pasivo ("oral-pasivo") o  un carácter agresivo ("oral-agresivo"). En el primer caso, va a dar lugar a un adulto dependiente, egoísta. Son perso­nalidades que "tragan" todo y nunca saben poner límites a sus propios deseos y necesidades, pero sin tener en cuenta al otro. El prototipo es el "trepa". Y en el campo de la en­fermedad mental encontramos a los alcohólicos y drogodependientes.
Por contra, "el adulto oral-agresivo" sola­mente tiene en cuenta al otro para destruirlo o para explo­tarlo. El prototipo es el jefe tirano. Y dentro de las alte­raciones más psicopatológicas están las personalidades agresivas o delictivas.
En tercer lugar, el nivel relacional, la co­mida constituye el primer nexo de contacto entre el indivi­duo y el medio. La boca del bebé y el pecho materno es la primera experiencia relacional. Y ¡es a través de la boca!. Desde ese momento la comida se constituye en sinónimo de compartir. Todos nosotros podemos tener la experiencia de lo molesto que resulta comer solos y por eso buscamos sucedáneos de la compañía: la radio, la TV o el mismo periódico, se convierten en los compañeros de mesa, para poder mitigar la frialdad de una comida en solitario.   
De la ortorexia a la comida basura
Nunca los extremos son saludables. A mí me gusta repetir que según los clásicos “la virtud está en el centro”, y  el tema de la comida no iba a ser una excepción. Tanto “se peca” por una preocupación excesiva por la dieta, como por la ausencia  de unas mínimas condiciones hacia la comida.
En el primer caso estamos hablando de la ortorexia, que según los entendidos, se concretiza en una obsesión patológica por la comida biológicamente pura. Es decir, son personas que viven por y para la comida, convirtiendo su vida en una constante preocupación por qué comer o qué productos son más saludables. Analizan cada alimento para evitar comer sustancias libres de componentes trangénicos, sustancias artificiales, pesticidas o herbicidas. Pueden llegar a suprimir de la dieta, las grasas y todos los productos que por una u otra razón aporten malas vibraciones ( la leche, los hidratos de carbono, etc.). Este comportamiento lo profesan los  vegetarianos, frutistas, macrobióticos, etc., con graves consecuencia para la salud, por el riesgo de producir anemia, hipervitaminosis o hipo, hipertensión, osteoporosis, ansiedad y depresión, y pérdida del vínculo social ( para no comer alimentos impuros no asisten a festejos familiares o de amigos), entre otros.
Según Bratman las respuestas positivas a las siguientes cuestiones indicarían ortorexia:
1).- Dedicar más de tres horas al día a pensar en una dieta sana.
2).- Preocuparse más por la calidad de los alimentos que del placer de consumirlos.
3).- Disminución de la calidad de vida conforme aumenta la pseudocalidad de su alimentación.
4).- Sentimientos de culpabilidad cuando no cumple con sus convicciones dietéticas.
5.- Planificación excesiva de lo que comerá al día siguiente.
6).-Aislamiento social por el tipo de alimentación.
En el otro extremo están los despreocupados por una dieta  mínima, alimentándose de “comida basura” (hamburguesas, pizzas, etc., con las consecuencias nefastas para la salud: hipertensión, coleterol alto, obesidad, etc.
El cuerpo y la mente están en perfecta sincronía. Cuanto más felices estemos mejor funcionara nuestro cuerpo, y lo contrario también es cierto: cuanto mejor estemos físicamente mayor posibilidad tenemos de ser felices. Asi se cumplirá el dicho: Corpore sano in mente sana.
viernes, 25 de enero de 2019

Sofía

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla

Todo sucedió en una mañana lluviosa en un Madrid otoñal. En una habitación destartalada, de un viejo hospital, y en una ambiente con carga positiva por los padres, tía y abuelo, pero también con una carga negativa de una profesional seca, tajante y distante, naciste a la vida. Aquello parecía la Gran Vía una tarde navideña con entradas y salidas constantes de los profesionales, en una escenificación donde parecíamos invitados de piedra. Ni siquiera el padre o la madre se atrevieron a formular ninguna pregunta. Por la habitación pululaban palabras sueltas (cabeza, dimensiones, espalda, etc.) que como un murmullo invadían mi mente y en ocasiones aceleraban el corazón, al considerar que algo no era lo esperado. Era una de tus primeras fotografías: una ecografía.

Quiero pensar que esta imagen es una metáfora de la vida: amor y malestar, temor y esperanza, miedo y fortaleza, salud y enfermedad, son algunos de los parámetros por los que discurre la vida. Y ahí surgió como un susurro: es una niña. Sofía comenzó a existir. Es verdad que ya existía antes pero como “algo” indeterminado, sin sexo y sin nombre. El nombre le dio existencia, se convirtió en persona.

Sofía, pues fue nombrada y comenzó a existir. Fue su verdadero nacimiento. En una habitación destartalada, de una lluviosa mañana madrileña, pero arropada por el amor de sus padres, tía y abuelo. Y la “loca de la casa”, la fantasía comienza a dar forma al bebé, a la niña, a la adolescente, a la adulta Sofía, y en todos esos momentos  surge el monstruo del sufrimiento, de la maldad, de la angustia, pero también el Hada madrina del amor, de la comprensión, de la empatía. Mi deseo es que Sofía sepa neutralizar el malestar, el sufrimiento, etc. con el amor de sus padres, abuelos y tías, principalmente.

Sofía, me gustaría que te encontraras un mundo lleno de solidaridad, de paz y armonía, donde pudieras desarrollar tus capacidades de amor.

Sofía, es cierto que nuestro mundo está lleno de dificultades, de zancadillas, de competición desleal, pero también vivimos en un mundo donde la solidaridad es patente y el sufrimiento del otro, en muchas ocasiones se convierte en nuestro propio sufrimiento.

Sofía, ya vislumbro tu sonrisa, tus ganas de vivir, y agradezco a la vida este regalo.

Tomo conciencia de mi nueva condición de abuelo y pienso:

“Ser abuelo”, es como decir que he completado el círculo de mi existencia: fui hijo, hermano, tío, sobrino, esposo, padre, y por último abuelo. Es como una gran medalla que me impone la vida.

“Ser abuelo” supone que puedo disfrutar de Sofía, de su sonrisa, de sus primeros pasos, de su ternura, de sus chantajes emociones… y un largo etcétera que de alguna manera dará luz y color a mi vida. Porque ser abuelo es tener la misma responsabilidad de ser padre pero centrándose más en el disfrute que en la censura o el castigo.

“Ser abuelo” implica contemplar la vida como por el retrovisor de otra existencia mas fresca, mas vital  y mas festiva.

“Ser abuelo” inyecta una gran dosis de vida en una existencia que  tiene un largo recorrido. Es un brindis al futuro injertado en la nueva vida del nieto/a.

¡¡Soy abuelo!! Gracias Pau y Javier por este regalo a mi vida, a nuestras vidas, y espero, que a pesar del lado oscuro (profesionales distantes, amargados, etc.) sepamos transmitir el amor y cariño de unos abuelos felices.  GRACIAS.

viernes, 18 de enero de 2019

“No te deseo un año maravilloso…”

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla

En estos primeros días del nuevo año, el saludo entre familiares o amigos siempre está cargado de un deseo de dicha: “te deseo un próspero año”, “te deseo felicidad para el 2019”, etc. Pero la felicidad  no se consigue por arte de magia sino que es consecuencia de nuestra actitud ante los hechos “buenos” o “malos” de nuestra vida cotidiana.

Entre las diversas felicitaciones, que en estos días han llegado a mi correo electrónico, está este texto de Mirta Medici (psicóloga), que quiero compartir contigo, querido lector, con el deseo de que en 2019 seamos capaces de ir construyendo nuestras vidas y encontrar el sentido en cualquier situación de los siguientes 365 días del año. Eso es la felicidad.

Texto de Mirta Medici

“No te deseo un año maravilloso donde todo sea bueno. Ése es un pensamiento mágico, infantil, utópico.

Te deseo que te animes a mirarte, y que te ames como eres.

Te tengas el suficiente amor propio ara pelear muchas batallas, y la humildad para saber que hay batallas imposibles de ganar por las que no vale la pena luchar.

Te deseo que puedas aceptar que hay realidades que son inmodificables, y que hay otras, que si corres del lugar de la queja, podrás cambiar.

Que no permitas los “no puedo” y que reconozcas los “no quiero”.

Te deseo que escuches tu verdad, y que la digas, con plena conciencia de que solo es tu verdad, no la del otro.

Que te expongas a lo que temes, porque es la única manera de vencer el miedo.

Que aprendas a tolerar las “manchas negras” del otro, porque también tienes las tuyas, y eso anula la posibilidad de reclamo.

Que no te condenes por equivocarte; no eres todo poderoso.

Que crezcas, hasta donde y cuando quieras.

No te deseo que el 2019 te traiga  felicidad. Te deseo que logres ser feliz, sea cual sea la realidad que te toque vivir”. 

miércoles, 19 de diciembre de 2018

El arte de acompañar

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


«En el reino de las mariposas un vez el rey vio algo que relumbraba a lo lejos. Entonces quiso saber de qué se trataba. Envió una mariposa para que investigara. La mariposa fue, volvió y le dijo al rey: es la luz de una vela. El rey no se quedó tranquilo ante tal respuesta y envió a otra mariposa para que se interesara por aquello que relumbraba. La segunda mariposa fue, volvió con las patas un poco quemadas y le dijo al  rey: es la llama de una vela. El rey no se quedó aún tranquilo y envió a una tercera mariposa. Esta fue pero no regresó. Solo se percibió el olor a chamusquina. La mariposa se había acercado tanto al fuego que se había quemado.»
Este bello cuento sintetiza de forma magistral la esencia misma de toda relación terapéutica: el ayudador no debe relacionarse como la primera mariposa (distante, fría, sin implicación emocional), ni como la tercera mariposa (identificación masiva con el otro) sino que la postura correcta es la de la segunda mariposa: próxima pero distante. De esta manera, el terapeuta tiene en cuenta el sentimiento profundo del ayudado, pero con la distancia adecuada para no “quemarse”.
La relación de ayuda
Toda relación terapéutica es "un encuentro en profundidad", que pretende cambiar al consultante (también de alguna manera al consultado). La cura se produce no por lo que se dice, ni cómo se dice, sino por la misma relación en sí. Freud dice al respecto: “enfermamos por una falta de amor y nos curamos a través del amor (transferencia con el terapeuta). Por eso, podemos afirmar, que en general no existen buenos o malos terapeutas, sino psicote­rapias (el binomio terapeuta-cliente), que favorecen el crecimiento del usuario, y otras, que no lo dejan progre­sar. Lo evidente es que todo encuentro terapéutico deja huella (positiva o negativa) en el consultante. Nunca nuestra acción de ayuda hacia otra persona es inocua. Aquí radica la grandeza, y también el riesgo, de la acción terapéutica.
El acompañamiento terapéutico siempre supone un encuentro de dos personas: una (el usuario, cliente, paciente, el llamante) que se encuentra en una situación de duda, conflicto, confusión o angustia que pide ayuda a otro (terapeuta, ayudador, orientador) que, en principio, tiene más conocimientos y está más sano. Al menos es lo que fantasea el consultante, sea cierto o no. Esa relación, pues, es asimétrica (uno pide ayuda y el otro la ofrece) pero también terapéutica: su objetivo es la sanación del consultante. Pero además, este encuentro se produce entre dos personas, con sus biografías propias, su cultura, personalidad, escala de valores, creencias y por esto podemos concluir que el encuentro terapéutico es  una relación asimétrica, personalizada y terapéutica. Este proceso presupone una técnica (conocimientos y estrategias terapéuticas) pero también es un arte, que posibilita que cada encuentro sea único e irrepetible.
Así, pues, podemos concretar dos extremos viciosos en el encuentro terapéutico: mantener un distanciamiento defensivo (la actitud de la primera mariposa) o una relación simbiótica (la actitud de la tercera mariposa). En el primer caso, el terapeuta, ante el temor que le invada la angustia, minimiza el problema o se convierte en un “perfecto técnico” falto de afectividad y comprensión. Es una relación fría y sin calor humano. Es una relación personaje-personaje. Actuamos como terapeutas pero sin contagiarnos del dolor y sufrimiento del otro. En el segundo caso, se toma la postura inversa: una fuerte identificación con el usuario, viviendo su problema como propio y constituyendo una relación simbiótica en que se difumina los límites entre el consultante y consultado.
Entre ambos extremos se encuentra el punto medio: un distanciamiento amoroso. Consiste en un saber acompañar al consultante, caminando junto a él, pero respetando sus necesidades, flaquezas y su expresión de angustia.
Como ha dicho Dell (1983) no existe la “llave de oro” que abra la puerta de nuestros problemas, sino que en cada momento, y dependiendo de la “cerradura” (persona que consulta) habrá que actuar con una llave de oro, de platino o de bronce. Lo importante pues no es el instrumento utilizado, sino conseguir el encaje perfecto entre la situación angustiosa y el ofrecimiento de ayuda.
miércoles, 12 de diciembre de 2018

Reflexiones sobre las características del cambio psicológico

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


La metáfora del hombre en el pozo, de Kelly G. Wilson ilustra de cómo no se debe realizar el cambio. De forma sintética se puede describir así: “imagínese que está en un verde prado, saltando y corriendo, sintiéndose feliz. Lleva una mochila con  herramientas. Pero de pronto y sin esperarlo se cae en un pozo. Ante esta situación desesperada abre la mochila y ve una pala. Piensa que esto es su salvación y comienza a cavar y cavar…Pero, ¿qué consigue? No salir a la superficie sino hundirse cada vez un poco más y hacer el pozo más profundo. Lo que falla no es la pala, sino la forma de utilizarla. El error está en insistir en la misma solución y no buscar otras alternativas (vocear, lanzar una cuerda al exterior, etc.)
La moraleja de esta historia es evidente. A veces ocurre que en “el prado de nuestra vida” donde todo es alegría y bienestar no somos conscientes que la adversidad puede aparecer y no estamos preparados para ello: una enfermedad mortal, una pérdida, una ruptura, etc. Y el error es querer solucionarlo repitiendo y repitiendo la misma “solución”: ansiedad, depresión, desesperanza, etc. De esta manera lo único que conseguimos es profundizar más en nuestro malestar.
Soluciones
Para poder salir del “pozo del conflicto” y cambiar, he aquí algunas actitudes que pueden facilitar un cambio más profundo y existencial:
La creatividad: en definitiva crear es salir de uno mismo y dar forma a una idea, a una inspiración o a una fantasía. La creatividad es una capacidad de todos los seres racionales; los animales, por el contrario no crean, sino que repiten las conductas impresas en su código genético.
Para  desarrollar esta capacidad debemos educar al niño que encuentre las soluciones a sus pequeños conflictos y contrariedades y no que repita, como un loro, lo que los mayores le dictan. Para ello, debemos potenciar su capacidad de observación y fantasía, acompañada de una actitud flexible para aceptar los errores y potenciar los aciertos. En ese claro obscuro de la existencia es donde debe ir construyendo su personalidad. Lo negativo no es equivocarse sino el no reconocerlo y cambiar.
Un “nosotros” fuerte: es imprescindible, para conseguir lo anterior, que el niño viva en un ambiente acogedor y seguro donde se permita expresar sus sentimientos (positivos y negativos) y no reprimir sus emociones. El vínculo familiar y social cuanto más sano se desarrolle será un buen trampolín para superar cualquier caída en “el pozo de la vida”.
La esperanza: la esperanza es una vivencia constitutiva del ser humano, no solamente en los malos momentos (muerte de un familiar, suspenso en un examen, ruptura sentimental, etc.), sino también es imprescindible para progresar y crecer psicológicamente, y en definitiva, para ser felices. Esperar como señala Fromm (1971) es como estar alerta como el tigre que está quieto, hasta que salta  la oportunidad de captar a su presa.
El ser humano, tanto en el fracaso como en el éxito, debe estar atento para progresar, asumir los cambios, y en última instancia adaptarse a las nuevas realidades, que van surgiendo en su vida.
viernes, 23 de noviembre de 2018

Información y equilibrio psicológico

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


¿Qué ocurriría si un día nos levantáramos y no hubiera periódicos, ni libros, ni radio, ni TV, ni Internet, ni cine, ni ordenadores, ni teléfonos móviles, ni teléfonos fijos? ¿Seguiríamos  viviendo? ¿El mundo seguiría siendo real? Por extraño que parezca el sol seguiría saliendo, la vida seguiría con sus momentos de alegría y sus momentos de tristeza, el amor, la esperanza y también el odio y la muerte serían un ingrediente cotidiano de nuestra existencia y habría nacimientos y fallecimientos. Es lo mismo que ocurría desde el inicio de los tiempos hasta la aparición de la imprenta. Y aquí surgen las preguntas: ¿qué nos aportan los medios de información? ¿El estar bien informados favorece el crecimiento personal o es un impedimento para la felicidad? Veamos la respuesta.
El síndrome de fatiga por exceso de información
El síndrome de fatiga por exceso de información -Information Fatigue Syndrome (IFS)- se caracteriza por el elevado nivel de estrés de quienes a toda costa intentan asimilar el caudal de información que les llega constantemente a través de la televisión, el teléfono, periódicos, libros, faxes y, sobre todo, de Internet. El IFS se caracteriza por un estado psicológico de "hiperexcitación", "ansiedad" e "inseguridad" que provoca la "parálisis de la capacidad analítica", pudiendo conducir a "decisiones imprudentes y a conclusiones distorsionadas". Según algunas estadísticas casi la mitad de los altos ejecutivos y un tercio de los gerentes padecen este síndrome.
No obstante, por extensión podemos afirmar que padecen este síndrome todas las personas que ante la toma de una decisión (la compra de un piso, elegir colegio par sus hijos, elección de una carrera universitaria, decisión para hacerse o no una operación quirúrgica, etc.), multiplican sus contactos y piden información exhaustiva a distintas entidades o consultan a numerosos médicos y a pesar de todo no se deciden a tomar una opción. En un intento por elegir el mejor camino se bloquean y nunca llegan a la meta, es decir, no se deciden por ninguna opción  pues todas le parecen insuficientes o mejorables. Como consecuencia surge la ansiedad, la inquietud e incluso el aturdimiento con sensación de gran incapacidad y malestar consigo mismo y con los demás.

Pautas para evitar el síndrome de fatiga por exceso de información debemos tener presente algunas claves para que la información no peque ni por exceso ni por defecto:
1.- Debemos tener presente que tanto la desinformación como la sobreinformación es un inconveniente para el equilibrio psicológico del individuo. Aunque es cierto que debemos recabar datos para tomar una decisión (la compra de un piso, el cambio de puesto de trabajo, etc.), no es menos cierto también que una avalancha de información nos puede paralizar o confundir y, por lo tanto,  no tomar ninguna decisión. Debemos correr el riesgo de equivocarnos, pues la completa seguridad de que hemos hecho la mejor opción, no existe y si continuamos acumulando información lo único que conseguiremos es multiplicar nuestra angustia y ansiedad.
2.- Necesidad de confirmar en el otro: ante un problema económico, médico, educativo, etc.  debemos pedir información al experto, pero esto no supone que debamos consultar a todos los peritos en la materia, entre otras razones porque siempre pueden aparecer aspectos no contemplados por el anterior. A este respecto recuerdo una anécdota personal: cuando mi hija era pequeña ante la deformación evidente de su dentadura decidimos consultar a varios dentistas. ¡Cada uno nos dio una solución! Unos decían que era preciso la extracción, otro que precisaba un aparato corrector y un tercero nos llegó a decir que no era necesario hacer nada por el momento. ¿Ante criterios tan diversos qué hacer? Al final nos dejamos llevar por la pura intuición y por el que estaba más cerca del domicilio (como se observará ninguna eran razones científicas). No obstante, por los resultados parece que la opción fue la correcta.
3.- Respecto a la información sanitaria, el personal médico debe huir de excesivo tecnicismo y de una sobreabundancia de datos. Ambas posturas son graves errores a la hora de transmitir la información. La primera crea más confusión y angustia (“todos esos nombres raros me suenan a cosas malas”, decía un familiar de un enfermo); y la segunda, quizás descubra aspectos que el propio enfermo y la familia no se habían planteado, con lo cual la espiral del caos se acrecienta. Además, la información médica debe ser gradual, flexible y veraz, teniendo en cuenta al receptor (su formación, la situación ante la enfermedad, etc.) y buscar el momento oportuno para transmitirla.
4.- La información diagnóstica y del momento evolutivo de la enfermedad debe ser realizada por el personal médico responsable del enfermo. Las consultas a Internet, enciclopedias médicas, etc. en ocasiones mas que clarificar la situación la contaminan, entre otras razones, porque  existen “web” pseudocientíficas que provocan falsas expectativas o soluciones excesivamente fáciles, ante problemas médicos muy graves.
viernes, 16 de noviembre de 2018

La nuera y la suegra

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Hace unos días  he leído en Internet este bello cuento japonés  que quiero compartir con vosotros, queridos lectores. Dice así:
Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y fue a vivir con su marido y su suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con los hábitos de la suegra, que frecuentemente la criticaba. Los meses pasaron y Lili y su suegra cada vez discutían y peleaban más.
De acuerdo con una antigua tradición japonesa, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo. Lili, no soportando más vivir con la suegra, decidió visitar a un amigo de su padre para que le ayudara a deshacerse de su suegra. Después de oírla, éste tomó un paquete de hierbas y le dijo:
- "Estas hierbas lentamente irán envenenado a tu suegra, pero no deberás usarlas de una sola vez para liberarte de ella, porque ello causaría sospechas. Cada dos días, pondrás un poco de estas hierbas en su comida. Ahora, para tener certeza de que cuando ella muera nadie sospechará de ti, deberás tener mucho cuidado y actuar de manera muy amigable. No discutas con ella, mejor ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones".
Lili respondió:
- "Sí, Sr. Huang, haré todo lo que usted me indique".
Lili quedó muy contenta, agradecida con el Sr. Huang y volvió muy apurada a su casa para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra.
Pasaron las semanas y cada dos días, Lili servía una comida especialmente preparada para su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controló su temperamento, obedecía a su suegra y la trataba como si fuese su propia madre.
Después de seis meses, la situación en la casa estaba completamente cambiada. Lili había controlado su temperamento y ya casi no aborrecía a su suegra. En estos meses, no había tenido una sola discusión con ella, y ésta ahora parecía mucho más amable y más fácil de lidiar. Las actitudes de la suegra también habían cambiado y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.
Un día Lili fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo:
- "Querido Sr. Huang, por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y la amo como si fuese mi madre. No quiero que ella muera por causa del veneno que le di".
El Sr. Huang sonrió y le dijo:
- "Lili, no tienes por qué preocuparte. Tu suegra no ha cambiado, la que cambió fuiste tú. Las hierbas que te di, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en tu mente, en tu actitud, pero fue echado fuera y sustituido por el amor que pasaste a darle a ella".
Moraleja
Las relaciones humanas son como los vasos comunicantes. Un cambio en un extremo puede provocar una modificación en otro punto. Así en ocasiones un cambio de actitud nuestro provoca que nuestros hijos sean menos agresivos o menos perezosos o mas obedientes. De nada sirve que siempre pongamos el mal en el otro e intentemos por todos los medios que él cambie para que reine la paz en las relaciones; en ocasiones, una modificación en nuestra conducta puede inducir el cambio en el otro.
Otro error es pensar que siempre y a todo el mundo vamos a caer bien, olvidando que cada persona es única y que a pesar de nuestra buena voluntad el otro nos puede contemplar con un “enemigo” potencial al que hay que derrotar. Lo correcto no es devolver agresión con agresión sino comprensión y respeto.
Por último, como la nuera ante la suegra, debemos intentar modificar nuestra actitud ante los demás, para que estos consigan modificar la suya. No podemos relacionarnos con “ideas preconcebidas” de como es el otro, sino permitir que la relación fluya de forma serena y tranquila. Como “la nuera”, a veces, debemos cambiar para que el otro cambie.
jueves, 25 de octubre de 2018

¡Tengo miedo!

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


La escena se repite con cierta frecuencia en la consulta del psiquiatra. En esta ocasión es Antonio, un hombre de veinte años, que con los ojos clavados en el suelo susurra un ¡tengo miedo! , que su interlocutor no acaba de oír. Tras un breve silencio continúa: " tengo miedo a montar en el metro y en el autobús". Y respira hondo y profundo como si hubiera dejado un gran bulto. Se percibe cierto alivio en su rostro y todo su cuerpo parece como si se relajase. En ciertas ocasiones tener miedo es una vergüenza y  ¡un signo de debilidad!
LLaves para salir de esa prisión
En la "cárcel del miedo", donde se encuentra toda persona que padece una fobia, es necesario respetar algunas reglas básicas:
* Principio básico: el miedo es consustancial al ser humano. Tenemos miedo porque somos limitados. No podemos, pues, desterrar totalmente el miedo de nuestra existencia. Incluso podemos afirmar que un "cuanto" de miedo es necesario para poder vivir. Un miedo patológico nos paraliza, pero la ausencia total de esta vivencia nos llevaría a la insensatez y al riesgo permanente.
* Debemos recordar que los miedos no responden a la razón. Es posible que sean ridículos para los demás, pero para la persona que los sufre son reales y auténticos. La voluntad para vencerlos puede ayudar, pero no es el camino más adecuado.
* Se deben evitar los comentarios jocosos o irónicos sobre la situación de miedo y, por contra, hay que crear un clima de confianza para que el sujeto pueda  expresar todos su miedos sin caer en el ridículo. Incluso durante la infancia hay que enseñar al niño que tener miedo no es algo negativo, sino que expresa nuestra sensibilidad ante un hecho, animal o cosa. En este sentido, los padres no deben ocultar su miedo cuando alguna situación lo produzca. Esto es señal de franqueza, no de debilidad. Es un error, además, querer que los niños se porten bien amenazándoles con brujas o con "el hombre del saco".
* Lo contrario del miedo, podemos decir, que es el gozo. Por lo tanto un clima de bienestar será los mas  apropiado para poder neutralizar la fobia. Es una experiencia  clínica cotidiana que este tipo de personas se encuentran mejor acompañadas que solas (el elemento contrafóbico es como un pararrayo contra el miedo: "cuando estoy acompañado- suelen decir- no me importa ir a los grandes almacenes").
Existe, no obstante, una "llave maestra" para salir de esta "cárcel”:  construir una escalera. Es una escalera muy especial. Consiste  en ir peldaño a peldaño dominando el miedo. Así como no podemos subir una escalera de golpe, saltando del primero al último escalón, también  la situación fóbica se vence paso a paso. Es lo que Wolpe llamó la desensibilización sistemática.
Esta técnica consiste en lo siguiente: en una situación de relajación y de tranquilidad se debe evocar la situación (lugar, objeto, animal, etc.) que provoca el miedo; primero situándolo en la lejanía, lo que menos nos produce miedo (ver una fotografía del objeto fóbico, estando acompañado, etc.), hasta  la representación del elemento mas angustioso (estar solo en la situación fóbica, etc.). El "último peldaño de la escalera”  será cuando el sujeto pueda realizar "in situ" su confrontación con el miedo: montar en coche, ir a los grandes almacenes, ir al hospital, etc.
En ocasiones cuando las fobias son muy invalidantes será necesario la ayuda de un profesional (psicólogo, psiquiatra, etc.) para salir de la "prisión del miedo".
Nuestro mensaje final, pues, es que la "prisión del miedo" no es eterna; por un procedimiento u otro, podemos conseguir  abrir sus puertas y disfrutar, con un "cuanto" de miedo posiblemente,  de la propia historia. Todo es posible  si no nos resignamos al pánico de nuestros miedos.
miércoles, 17 de octubre de 2018

El hombre
y el martillo

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Watzlawik nos relata  (en su libro  “El arte de amargarse la vida")  una historia que puede ilustrar nuestra exposición.
Dice así: “un hombre quiere colgar un cuadro en su comedor, pero aunque tiene clavos, no tiene martillo. Sabe que su vecino tiene uno y piensa pedírselo. Pero se dice: ¿y si no me lo quiere dejar?; ¿y si está enfadado conmigo? (ayer al salir del ascensor no me saludó); ¿y si cuando llame ha discutido con la mujer y me manda de paseo...?. Con estas reflexiones nuestro hombre llama al timbre del vecino, y antes que éste tenga tiempo de "decir buenos días", le dice: Quédese con su martillo, so cerdo!”
Es una "bella" forma de romper una relación.  Sin llegar a esta situación esperpéntica, si es verdad que sufrimos con posibles reacciones de nuestros  compañeros o amigos;  pensamos que nuestros padres nos van echar la bronca por llegar tarde; o que nuestro jefe nos va a penalizar con la carta de despido; o que este turno de trabajo tan bueno lo vamos a perder con la reestructuración de la empresa, dentro de dos años. Luego no se da ni lo uno ni lo otro, pero la amargura y la angustia ya han invadido nuestras mentes. Es una manera de amargarse la vida, es decir, de ponerse la venda antes de la herida. Resultado: ansiedad anticipatoria, que es un sufrimiento estéril e inútil.
La ansiedad anticipatoria, en ocasiones nos paraliza, porque vivimos el futuro como si fuera presente y siempre en clave negativa. Nos decimos:”si pido esto a mi amigo me va a decir que no”, “dentro de cinco años no podré con este trabajo…” Es una forma de torturarnos con cosas que aún no han sucedido y que quizás nunca van a suceder.
La vida, sin embargo es un presente continuo, en la que el futuro todavía no existe y el pasado ya fue, y no se puede cambiar. Debemos, pues, aprender a vivir el momento presente, para que en nuestra existencia no lleguemos nunca a decir la frase de la historieta: ¡Quédese con su martillo, so cerdo!
martes, 18 de septiembre de 2018

Los “otros” refugiados

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla

La Convención de Ginebra de 1951 señaló  que “refugiado es toda persona que es perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social, ideas políticas y que se encuentra fuera de su país”. Esto es cierto, pero también existen “otras” personas que se sienten “perseguidas” en su propio país, familia o grupo social, Veámoslo.
Los “otros” refugiados
Existen “otros” refugiados, que sin designarse así y vivir en el mismo país, ser de la misma raza,  practicar la misma religión, incluso tener las mismas ideas políticas, se encuentran, si no perseguidos, si al menos en un proceso de exclusión. Entre ellos podemos señalar a varios colectivos: las personas que padecen una enfermedad mental, los que pertenecen a otro grupo social (ej. los gitanos), los que sufren una drogadicción, los que viven una orientación sexual diferente, los que son de otra raza, etc.  Todos ellos pueden ser los grandes excluidos de un mundo laboral satisfactorio e incluso “condenados” por los más próximos (familiares, compañeros de trabajo, vecinos, etc.). Es decir, “los otros” refugiados pueden ser rechazados porque son diferentes, en cuanto a su nivel de salud mental, orientación sexual, el color de su piel, etc. 
Entre otras razones, esto es así porque vivimos en una sociedad que tiende a la uniformidad (en el vestir, en el comportamiento, en el deporte que se practica, etc.) y por esto uno de los motores de la convivencia es la moda. “Lo diferente” siempre produce un cierto temor y una actitud de alerta ante el posible peligro. Pero es evidente, que existe el ladrón con corbata y el gitano que es una persona honrada y respetuosa con lo ajeno, por poner solamente un ejemplo.
Todos somos hijos únicos    
La realidad es que  todos somos diferentes aunque vivamos en el mismo país, pertenezcamos a la misma familia, hayamos acudido a la misma escuela, practiquemos la misma religión o estemos afiliados al mismo partido político. Y esto es así, por la sencilla razón que el ser humano es único e irrepetible, incluso a nivel biológico (recordemos que nuestra huella dactilar es irrepetible).
A este respecto recuerdo una pequeña anécdota. Hace unos meses asistí a una conferencia del Dr. Jerónimo Acevedo, Presidente  del Centro Viktor Frankl (Buenos Aires). En un momento de su intervención, ante unas cien personas, preguntó: ¿Cuántos de Vds. son hijos únicos?  Solamente levantaron las manos cinco o seis personas. Naturalmente, yo que tengo dos hermanos no hice ningún movimiento. El conferenciante concluyó: “Considero que no habéis contestado la verdad…pues todos somos únicos e irrepetibles. Por lo tanto, somos  hermanos únicos, padres únicos, novios/as únicas… todos somos hijos únicos”. Pienso que el Dr. Jerónimo Acevedo tenía razón.
En esta misma línea, Viktor Frankl., padre de la logoterapia y que estuvo varios años en campos de concentración nazis, nos dice que la persona es una unidad y lo que hace que sea única es su dimensión espiritual (libertad, responsabilidad, valores, etc.) y por esto mismo, todo ser humano debe ser respetado, a pesar incluso de su conducta, raza, religión, etc... El enfermo mental, el anciano con Alzheimer, el drogodependiente, etc.  son dignos de respeto y atención precisamente por su dimensión espiritual, que puede estar reprimida, pero nunca puede ser destruida. Por esto, ante estos “otros” refugiados se precisa también la solidaridad, que parte del principio que toda persona tiene derecho a ser respetada y cuidada.
martes, 4 de septiembre de 2018

Derecho
a ser uno mismo

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

Un humorista estadounidense decía que  “uno de los trucos de la vida consiste mas que tener buenas cartas, en jugar bien las que uno tiene” (John Gillings). En la vida cotidiana, desgraciadamente en muchas ocasiones estamos más preocupados por conseguir cosas (cultura, posición social, etc.) que en aprender a manejar y utilizar nuestras capacidades, que son las cartas con las que jugamos nuestra peculiar e intransferible partida de la vida. Otra consecuencia es que no podemos estar toda la vida quejándonos de las malas cartas que hemos tenido (familia disfuncional, graves conflictos infantiles, etc.) sino que siempre podemos ganar (disfrutar de la vida) con las capacidades que tengamos.

El niño
El desarrollo psicológico del niño, en nuestra cultura occidental, se distingue por dos preocupaciones fundamentales: el control de sentimientos  y el almacenamiento de saberes. Así, el niño crece con el “freno de manos” echado respecto de sus emociones y deseos. Los mensajes cotidianos son: necesidad de controlarse (las rabietas, los malos modos, incluso en ocasiones las muestras de afecto y de bienestar, las malas compañías, el gasto, etc.). Esto que puede ser adecuado en su justa medida, se vuelve contra el propio individuo cuando todo el énfasis de la educación se pone en evitar que el niño se descarrile. El mensaje es claro: no debes ser tú, sino lo que los otros esperan que seas. De esta manera, se va configurando la convicción que “lo bueno” no es lo que uno siente que es, sino lo que los otros esperan. Conozco a muchos adultos que todavía van con el “freno echado” de sus deseos, sentimientos y disfrute.
El otro punto de apoyo en la evolución del niño son los conocimientos. Cuanto más sepa mejor. Así se prima más “el saber más” (idiomas, carrera universitaria, etc.) que el capacitar al sujeto para que resuelva su conflictos emocionales, fortaleciendo sus propias actitudes e incentivando la creatividad.
Si estos dos puntos de apoyo son muy acentuados, el niño crece como disociado: mucha razón y poco sentimiento. No es extraño que, en este contexto, el niño se vaya configurando a “imagen y semejanza” de los otros (padres, educadores, amigos, etc.) y el concepto de sí mismo sea negativo. De esta forma las llamadas “profecías autocumplidas” están servidas. Es decir, si el niño siente que es desobediente, posiblemente será díscolo en cualquier situación de la vida;  si piensa que es tímido, evitará el contacto con el grupo y se convertirá en un solitario. De esta forma se puede llegar a actuar como un necio aunque sea inteligente, como un introvertido aunque no lo sea, o como un intolerante aunque sea la tolerancia en persona.
Como resultado de esta educación es evidente que a todos nos es más fácil definirnos en negativo (desordenado, vago, irresponsable, desobediente, etc.) que por los valores positivos (capacidad de ayuda, de esfuerzo, de simpatía, de compartir, etc.).
De todo esto surge una necesidad: de la misma forma que de pequeños nos enseñan a atarnos los cordones de los zapatos, el combinar diferentes prendas de vestir o el cepillarse los dientes, por poner solamente algunos ejemplos de la vida cotidiana, también se debería dedicar tiempo a favorecer una autoestima adecuada o el reconocer los valores físicos y personales del niño.
No es extraño, pues, que con este recorrido, en ocasiones, tengamos una imagen deformada de nosotros mismos, porque los otros (padres, profesores, amigos, etc.), que es el espejo en que nos miramos, transmiten con más fuerzas nuestras carencias que nuestras posibilidades. En cualquier caso, siempre es posible cambiar y ser uno mismo.
Termino, también, con un pensamiento del humorista John Billings, que dice, “aquel que obtiene una victoria sobre un hombre es fuerte, pero aquel que obtiene una victoria sobre sí mismo es poderoso”. Posiblemente el gran reto de cada ser humano es posibilitar el derecho a ser uno mismo y en todo caso estar abierto al cambio. En eso consiste la gran victoria sobre la vida.