El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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lunes, 15 de abril de 2019

Adiós, hasta pronto

El rincón del optimista
Juan


Desde el 1 de abril de 2013 he cumplido mi compromiso de publicar en este Blog del Teléfono de la Esperanza en León aquellas reflexiones que invitan al optimismo, o que al menos para mí fueron fuente de inspiración para este ‘Rincón del Optimista’. Han sido 141 entradas a las que he dedicado el tiempo suficiente que los lectores de este foro creo que se merecían. Con que haya animado un poquitín el alma a alguno de vosotros/as en esas ‘parrafadas’ de los días 1 y 15 de cada mes me doy por satisfecho y un tiempo no malgastado.
Pero ahora toca parar, el cuerpo o más bien la mente, me pide que haga un paréntesis. No es un adiós, sino un hasta pronto. Nada grave, ni mucho menos, simplemente que hago parada y fonda en el camino de la vida, este camino que alguna vez se pone muy cuesta arriba.
Mi problema, dice mi psicóloga particular, es que no he aprendido a decir que NO. Todo lo que se me pide lo acepto casi antes de que acaben de solicitármelo. ¿Para no quedar mal? ¿Por miedo al rechazo si doy mi negativa? No sé. Lo cierto es que la mochila se llena tanto, tanto, tanto, se hace tan pesada, como el cántaro que de tanto ir a la fuente, rompe. No puedo seguir caminando sin que antes aligere la carga. Creo que se me entiende, ¿verdad?
Y digo hasta pronto en la certeza de que, si este bendito Blog sigue activo, como así espero, el que vuelva a aparecer con mi cartera recargada de optimismo será sólo cuestión de tiempo.
Me despido con la foto que ves en la cabecera de esta entrada, una hacendera del pasado verano en mi pueblín, Villeza, colocando unos bancos para merendar, ponerse a la sombra de las chopas centenarias o simplemente para charlar o meditar sobre la vida. Volveré, claro que volveré, pero sólo después de que una de los millones de estrellas que inundan el firmamento me haga una pequeña señal. Será entonces cuando el optimista que hoy se despide regrese a casa.
Asín sea.
lunes, 1 de abril de 2019

Tierra

El rincón del optimista
Juan


Cada día estamos más desvinculados de la tierra, del suelo, de los animales... Nos alejamos del campo, los pueblos se quedan vacíos... Vivimos en un piso 14, viajamos en coche a 200 kilómetros por hora, en metro, en tren (a 300 km/h), en autobús… entramos en una oficina, un Ministerio, con el ordenador siempre encendido, el teléfono móvil a cuestas que consultamos cada dos minutos y medio de media, pisamos el frío asfalto de calles y carreteras… Definitivamente nos hemos olvidado de la tierra.
Hoy día, la maquinaria agrícola que manejan los pocos agricultores que trabajan la tierra, es supermoderna: tractores y cosechadoras provistas de sistema GPS con conexión vía satélite a los que les meten las coordenadas catastrales y la máquina ya va trabajando ella solita, sin necesidad de conductor. Pues el pasado mes de febrero, en un pueblo cerca de Tordesillas (Valladolid), un tractor atropelló y mató a un joven que se había bajado de uno de estos tractores programados que estaban arrodillando una finca en modo automático. Nadie alcanza a comprender qué le pudo pasar a este chaval, qué despiste maldito pudo manejar para que se llegara a producir tan cruel desgracia. Nada podemos hacer contra las máquinas, que no sea pensar que ha llegado el momento de la anunciada rebelión de los robots.
Yo sigo practicando mi propia terapia y que siempre que puedo recomiendo desde este blog: cultivo mi huerto, podo y atiendo mis frutales y mis rosales, trabajo mis viñas, paseo a mis perros, alimento mis gallinitas… En definitiva, sigo pisando la tierra que me proporciona ricos alimentos ecológicos, la tierra que también pudrirá mi cuerpo cuando ya esté demasiado ‘maduro’. La tierra vida; la tierra muerte… la MADRE TIERRA.
Asín sea.
viernes, 15 de marzo de 2019

Platero

El rincón del optimista
Juan


“Es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe...”
Qué ternura desprende la lectura de este texto de Juan Ramón Jiménez, del hermoso Platero… ¿Verdad? Me acuerdo de Platero cada vez que realizo mi paseo matinal cuando paso por una finca vallada donde paran un rebaño de 15 ovejas y dos burros, madre e hijo. El buche negro es precioso. Nació el otoño del pasado año. Se diría ciertamente que es ‘de algodón’, un burrito de peluche. Es toda una atracción para los paseantes, sobre todo para los niños que se paran junto a la valla para acariciarle. Hay otras personas que les dan algo de comer: fruta, pan…, como hace un señor entrado en años que muchos días le encuentro repartiendo a los animales una bolsa de pan duro, que tanto ovejas como pollinos ronchan con presteza.
El dueño o dueña de los animales se limita a ponerles agua en un balde y de vez en cuando les deja una paca de paja bajo un cartelón publicitario que anuncia coches veloces. El resto de la alimentación se lo buscan entre los brotes de la hierba que nacen en la finca.
Nunca me gustó la palabra ‘burro’ empleada como insulto. “Trabajas como un burro de carga”; “Eres más burro…”; “¡No seas burro!”. Estos animales de carga fueron imprescindibles antaño para transportar enseres, agua y todo tipo de materiales, amén de su utilidad en las norias para regar o para acarrear alimentos a las ferias, mercados y a las tierras de labor donde agricultores y pastores se afanaban en sacar un poco de beneficio a la tierra. ¿Qué guaje no se subió sin permiso sobre un burro que permanecía estacado en el prado? Bueno, yo sí, lo confieso. Hoy, los burritos viven a cuerpo de rey, casi exclusivamente como animales de compañía, por el puro placer de acariciar su pelo suave. Al menos, en el entorno en el que vivo. Quizá en alguna parte montañosa de nuestro país y, sin lugar a dudas, en países catalogados como pobres, por ejemplo de África, sigue desempeñando una labor fundamental para las economías familiares.
Siento envidia cada vez que veo a ‘mi’ Platero negro, envidia y gozo al mismo tiempo. Hace tiempo que me planteo como un reto de futuro tener mi propio Platero, poder cuidarle, pasearle, mimarle... Me lo propongo, para a ver si puedo ver cumplido mi deseo algún día a corto, medio o largo plazo. No hay prisa.
Asín sea.
viernes, 1 de marzo de 2019

Antinatalista

El rincón del optimista
Juan

Noticia publicada en el periódico ABC el 5-2-2019:

Raphael Samuel es un joven indio de 27 años que ha llamado la atención del mundo por demandar a sus padres por haberlo tenido “sin su consentimiento”. Esto se debe a que el joven es parte de un movimiento en India conocido como ‘antinatalista’, el que cree que las personas deben abstenerse de tener hijos por motivos morales. Para este residente en Mumbai está mal tener a un niño para que pase por las pruebas y tribulaciones de la vida por el placer de sus padres.

El movimiento antinatalista está ganando terreno en la India a medida que los jóvenes se resisten a la presión social para tener hijos. Samuel ha manifestado que quería a sus padres, pero que “me tuvieron por su alegría y su placer”.

Samuel aseguró que pese a que tiene una buena relación con su familia decidió demandarlos, ya que considera que son “hipócritas” por someterlo a las dificultades de la vida por su propio placer.

“Un buen padre pone al niño por encima de sus deseos y necesidades… pero el niño mismo es un deseo del padre”, sostiene Samuel. Según el ‘antinatalista’ la procreación es comparable a la esclavitud y el secuestro.

“Quiero decirles a todos los niños indios que no les deben nada a sus padres(...) Amo a mis padres, y tenemos una gran relación, pero me tuvieron para su alegría y su placer. Mi vida ha sido increíble, pero no veo por qué debería someter otra vida al alboroto de la escuela y la búsqueda de un trabajo, especialmente cuando no pedimos existir”, aseguró.

Otras personas del mismo movimiento lo apoyan, ya que afirman que tener hijos es una carga para el planeta. “¿Debemos continuar trayendo más niños a este mundo y acelerar el proceso de degradación social y ambiental?”, pregunta Pratima Naik, líder del movimiento antinatalista.

La noticia me sugiere varios comentarios, pero no voy a hacer ninguno. Sólo avanzo que la noticia es cierta, no es una ‘fake news’. Lee, piensa, juzga, opina y comenta… si quieres, claro.

Asín sea.

viernes, 15 de febrero de 2019

La radio

El rincón del optimista
Juan Rodríguez
Mi madre era una ‘mujer radio’. Llevaba el transistor siempre encendido a todos los sitios donde iba, y si digo a todos, es a todos. Siempre en los bolsillos de sus batas floreadas sonaba el run run lejano de sus viejos transistores: en la cocina, en el corral, en la era, trabajando en las tierras, en el gallinero, cuando salía a comprar a los vendedores ambulantes, en el baño… Tenía cuidado de no llevarle encendido cuando iba a misa, que seguro que también lo llevaba a la iglesia. Eran aparatos en los que resultaba casi imposible ‘pillar’ una frase completa de los locutores porque con cada movimiento se perdía la sintonía de la cadena a la que estaba ‘enganchada’: COPE, la radio de la Conferencia Episcopal. Como buena católica, era fiel seguidora de Federico Jiménez Losantos, de Encarna Sánchez, Luis del Olmo… entre otros periodistas-locutores. Siempre con la radio a cuestas, sus benditas radios, qué hiperactividad, qué bondad de madre, qué cielo de mujer, qué huella, qué recuerdos.
Siempre le recriminábamos los de casa que llevaba ‘ruido’ allá por donde iba, que era imposible que entendiera dos palabras seguidas de lo que escupían aquellos artefactos que tenía remendados con gomas del pelo y con celo, fruto de los golpetazos que se llevaban entre las múltiples tareas que realizaba al cabo del día y, dicho sea de paso, de la noche, pues lo normal era que durante las horas de oscuridad estuviera sonando en su mesita uno de aquellos transistores todoterreno. Ella se sentía ofendida en su orgullo y se defendía comentando las últimas noticias que había ‘captado’ para demostrarte que su atención era rigurosa y continuada. Efectivamente, aunque un poco a vuelapluma, solía cazar la parte central de la noticia, el titular, aunque en más de una ocasión confundía o mezclaba noticias, algo que quedaba en evidencia a la hora de replicar las novedades informativas.
Así se enteraba en tiempo real cuando salía el premio Gordo de la Lotería, el último atentando de la ETA o del GRAPO, y hasta creo que fue la primera persona que supo que Franco había muerto aquella madrugada del 20-N de 1975. Y nos despertó. Y lloró.
Todos teníamos claro que esa especie de obsesión de mi madre hacia las radios, que ella  disfrazaba en la pura necesidad de estar informada, se fundamentada realmente en lograr compañía continua, en mitigar las horas de soledad con el fondo de las ondas, soportar el tedio de algunas de las múltiples labores que desarrollaba con el ‘auxilio’ de los periodistas y comentaristas de la actualidad.
Cada día estoy más convencido de que mi vocación periodística, mi amor por las palabras, por el lenguaje, me viene de la influencia de mi madre, de su afición por los informativos, por la tele, la radio, los periódicos, las revistas…, por todo lo que rodea al mundo de la comunicación. Felisa no sólo leía y escuchaba, también escribía, a su manera, y lo hacía en los formatos más variopintos: servilletas de papel, cuartillas para las magdalenas, cartones de las cajas de las zapatillas… Todo por aprovechar materiales, por economizar.
Y os desvelo aquí un secreto familiar. Tal era la afición de la matriarca por las radios que cuando falleció hace ya casi doce años, sus hijos y mi padre decidimos por consenso meter junto a su cuerpo menudo uno de aquellos transistores con pilas alcalinas nuevas y, como no podía ser de otra manera, sintonizado en la COPE, por si en su cielo particular no tuvieran información de todas las locuras que seguimos haciendo los que quedamos por estos lares. Y querrás creer que cuando visito el panteón familiar y me quedo en silencio me parece como que quiero escuchar de lejos al pesado de Federico… Bueno, a lo peor son imaginaciones mías.
Asín sea.

viernes, 1 de febrero de 2019

Conveniencia

El rincón del optimista
Juan


El otro día me contó mi amiga Maribel una pequeña historia que deseo compartir contigo, con vosotros/vosotras. Una mujer de mediana edad, soltera, contrae una grave enfermedad. Los médicos le dicen que morirá pronto, que su enfermedad no tiene curación, que no hay nada que hacer. Ella asume con resignación la situación que le plantea la vida, piensa simplemente que la muerte que a todos nos llega se le ha presentado antes de vivir lo suficiente. No luchará por sobrevivir, se da por vencida. Es cuando decide llamar a un buen amigo, también soltero, y le plantea matrimonio para que él pueda cobrar la pensión de viudedad. Su amigo inicialmente le dice que no, que eso es un fraude, que el matrimonio de conveniencia es ilegal, que el asunto le plantea un problema de conciencia. Ella insiste en que el sistema de la Seguridad Social no se va a ir a pique porque él cobre esa pensión, que es una forma de aprovechar unas cotizaciones que ella ha venido prestando en su vida laboral y que beneficiará a una persona cercana que lo necesita realmente. Él acaba aceptando, organizan una boda exprés por el juzgado, un par de testigos, una rúbrica y ya está. Al cabo de unos pocos meses ella muere y él comienza a cobrar la pensión de viudedad.
¡Esa es verdadera amistad y lo demás tonterías! Ahora el ‘viudo’ seguro que recuerda a su fugaz esposa cada vez que haga un pago con el dinero de la pensión que le ‘arregló’ en vida. También me hace meditar este hecho sobre el matrimonio como institución: unos papeles que bien por la iglesia ante un cura, por el juzgado ante un juez o en el Ayuntamiento ante un alcalde, te certifican que hay dos personas unidas en convivencia, un contrato con unos derechos y unas obligaciones, pero de sentimientos no se dice nada. Nada se firma sobre el amor, el cariño o el respeto. Se dice a todo que sí, que se consiente, se colocan unas alianzas en los dedos anulares, se firma y carretera y manta.
El sistema permite realizar estas ‘trampas’ veniales para beneficiarse de un dinero que de otra forma iría a la hucha general de las pensiones, esa hucha cada vez más menguada por culpa de una gestión deficiente, pero sobre todo porque cada vez trabaja menos gente para sostener a un mayor número de pensionistas, jubilados y enfermos. Conozco a mucha gente que se aprovecha de un sistema pervertido para cobrar una prestación sin que realmente la merezca o la necesite. Todos conocemos esas personas que viven del cuento gracias a los ‘agujeros’ legales de las ayudas públicas. No me cabe la menor duda de que este es un claro motivo por el que crecen los sentimientos de odio hacia un sector determinado de la población y por lo que prosperan los partidos políticos ultraconservadores. Llámame ingenuo o tonto, pero dame pan, porque si yo hubiera estado en una situación similar al de esta mujer hubiera hecho lo mismo que ella.
Asín sea.
martes, 15 de enero de 2019

Frío

El rincón del optimista
Juan


Bajan las temperaturas, entra una ola de frío polar por los Pirineos, los termómetros se desploman, cuando el vuelo vuela bajo… No hablo del tiempo hoy como recurso socorrido para salir del paso, como lo hacemos cuando subimos o bajamos con vecinos en el ascensor, lo hago porque sí (faltaría plus) y también para recordaros que con el frío nuestra mente está más serena, más sosegada, más reflexiva. La primavera, la sangre altera; el verano y su calorazo, nos saca de quicio; el otoño nos sume en la melancolía. Pero el frío, el invierno, las heladas… nos llaman al recogimiento, al interior.
Estos días escucharás alguna de estas frases: ‘Para nevadas, las que caían antes’. ‘Llevo más capas que una lechuga’. ‘Lo peor no es el frío, es el viento’. ‘El frío es psicológico’. ‘Es bueno para el campo’. ‘Lo importante es tener los pies y la cabeza calientes’. ‘Me pienso meter en casa el viernes y no salir hasta el lunes’. ‘Lo mejor para el frío es el calor humano’. ‘En la costa hace menos frío pero cala más por la humedad’. ‘Plan de sofá y mantita’. ‘Qué ganas de que llegue ya la primavera’. ‘Esto es cosa del cambio climático’. ‘Es invierno, qué quieres que haga, ¿calor?’ ‘Esto parece el Polo Norte, solo nos faltan los pingüinos’.
Muchas veces en estas fechas trato de imaginarme que soy un oso hibernando en mi cueva, con las pulsaciones del corazón latiendo al mínimo, gastando las grasas acumuladas en otoño, pasando en mi refugio los duros meses invernales. Tampoco es plan. Nuestros cuerpos hibernan un poquito, al menos a mí me pasa, pues la armadura me funciona a cámara lenta, como si estuviera un poco oxidada, eso sin contar con los virus y las bacterias que se aprovechan de las debilidades de la carne y atacan a la más mínima oportunidad.
De pequeño me recuerdo armado de abrigo y verdugo, andando en bici por encina del riachuelo del pueblo, pues con aquellas heladas que caían, heladas de verdad, se formaba una capa curiosa de hielo que llegaba a soportar el peso de los mocosos aventureros. Ahora dicen que viene una ola de frío polar, pero nosotros entonces a eso lo llamábamos invierno.
Estos son los vocablos que me vienen a la cabeza relacionados con el frío, a los que acompaño en algún caso traducción al ‘castellano’: chupitel (carámbano), colegial (bufanda), tabardo (abrigo), verdugo (pasamontañas), calambrina (cencellada), fogatas (hogueras), sabañones, narrios (mocos), gamusinos, rodancha (teja redondeada), el gocho, la vejiga, el adobado, las tripas… Para, para, paaaaara, que la matanza es materia suficiente para otro apunte. Además, se me están quedando frías las manos de escribir, aunque mi corazón sigue calentito.
Asín sea.    
martes, 1 de enero de 2019

De estreno

El rincón del optimista
Juan


Parece que fue ayer. Se fue 2018 precisamente ayer y ya estamos en 2019, otra gran aventura que nos depara la vida. Toca estrenar año. Vamos a ello.
Cuando estaba de niño en la escuela del pueblo, mi maestra (la señora maestra, quería decir) nos preguntaba unos días antes de la fiesta local qué ropa o calzado íbamos a estrenar. Eran los inicios de los años 70 y ya empezaba a despuntar esa fiebre consumista que hoy lo inunda todo. Qué alegría estrenar zapatos, o ese vestido, el jersey de punto, los pantalones de paño fino, la cazadora de cuero… Qué ilusión si estrenamos casa, coche, teléfono móvil, robot de cocina… Algunos estrenan trabajo, otros estrenan desempleo, ciudad, geriátrico, pareja, amigos… porque puestos a mudar, cambiamos hasta nuestra forma de ser y de pensar. Así ha sido y así seguirá.
Ilusión y pereza mezclada con incertidumbre. Nos gusta tanto controlarlo todo…, tanto que nos produce verdadera angustia no saber lo que nos deparará el año. ¿Pero qué es la vida sino incertidumbre? Cuando el 31 de diciembre echamos la vista atrás para ver lo que quedó en el ‘disco duro’ de los últimos 12 meses, tendremos almacenados recuerdos buenos y malos. No hace falta poner en la balanza para saber cuál pesa más, si los hechos positivos o los negativos. Siempre tenemos algo que festejar, que estrenamos año y que estamos vivos para brindar por lo que está por venir… el ‘porvenir’. Por supuesto que nos faltan personas, y cada vez nos faltarán más… hasta que un día seamos nosotros los que faltemos.
Vamos a estrenar el 2019 con ganas, con optimismo. Estaremos abiertos y preparados para afrontar lo que nos llegue: acontecimientos alegres y golpes bajos; sucesos fabulosos y desgracias inevitables; nacimientos ilusorios y muertes anunciadas; amaneceres luminosos y crepúsculos opacos… Lo aceptamos todo con el corazón esponjoso.
Llegar al final de 2019 con las mismas ganas que acabamos 2018 depende sólo y exclusivamente de nosotros. Fuerza, valor y mucho ánimo.
¡Feliz Año Nuevo!
Asín sea.
sábado, 15 de diciembre de 2018

Padre sol

El rincón del optimista
Juan


Ahora cuando los días son grises; ahora cuando las noches se comen la luz; ahora que si no llueve, nieva o la niebla lo invade todo; ahora que las nubes cubren con su manto el techo celeste de los mortales humanos… ahora es cuando hay que tener presente al padre SOL, más que nunca, aunque no lo veamos. La primavera y el verano aún se presienten lejanos, precisamente por eso, porque debemos saciarnos de sol, beberlo a grandes sorbos, comerlo a bocados extremos, emborracharnos de su calor amarillo, imaginarnos su figura de rey paterno absoluto, indiscutible.
En la época veraniega me pongo las botas fotografiando girasoles. Son girasoles que simbolizan la vida. Posan en grupo, individuales, aislados, en familia, rodeados de amigos… pero siempre alegres, siempre orgullosos de vestir ese amarillo chillón con el que atraen la atención de los insectos polinizadores tan necesarios para reproducirse. A veces los sorprendo de espaldas a la estrella calorífica, como indicando que no están tan supeditados al astro como pudiera parecer, porque al fin y al cabo están firmemente anclados a la tierra que les alimenta.
El sol que nos da la vida, calor, luz, alimentos… No olvides que las plantas que comemos hacen la fotosíntesis gracias al padre sol. Sol que nos permite ver las maravillas de este mundo, la belleza de la vida, que nos acoge como el padre que es, que nos guía, nos ilumina el camino, nos tutela… Mientras duermes, de noche, el sol lleva su luz a otros puntos del planeta gracias al juego de estas esferas que giran sin parar.
Nuestro sol lleva ardiendo unos 4.500 millones de años. No te preocupes, le quedan otros 5.000 millones (millón arriba, millón abajo). Mi sol, tu sol, nuestro sol dejará de lucir cuando cerremos los ojos, ya sea para dormir o para morir. Pero el dios sol, el padre sol, seguirá ardiendo, girando, luciendo… como el mejor de todos los regalos al servicio de la humanidad.
Asín sea.
PD: Felicidades Santi, amigo, salaumajo… y Feliz Navidad para el resto de lectores.
sábado, 1 de diciembre de 2018

Agricultor
y ganadero

El rincón del optimista
Juan


De joven, casi podría decir de niño, fui agricultor y ganadero. De padres, abuelos, bisabuelos… trabajadores del campo, no me quedaba otra opción que echar una manita a mis progenitores. Sí o sí.  Recuerdo entre mis primeras tareas las de vendimiar, arrastrar las espigas de las morenas (montones de mies), coger hierbas para alimentar a los conejos, trillar con el ganado, coger palos (sarmientos) de las viñas tras la poda, cuidar de las vacas cuando salían en vacada (vecera dicen en otros lugares)… Esto lo compaginaba con la escuela y aún tenía tiempo para jugar. Se puede decir que tuve una infancia feliz. El pueblo era el gran escenario que valía para casi todo, daba tiempo a todo. Hoy mis padres serían casi seguro denunciados por la fiscalía de menores acusados de explotación infantil y… bla, bla, bla.
Crecí y vinieron otros trabajos más ‘adultos’ como era arrancar lentejas y garbanzos, moler pienso para el ganado, sacar el abono (estiércol) de la cuadra y derramarlo (esparcirlo) en las tierras, apañar el cereal y acarrearlo hasta la era, limpiar el grano y meterlo en la panera (la paja, al pajar), segar la hierba, darla la vuelta para que secara y llevarla a la lastra, seleccionar el grano, arar, tirar abono mineral, sembrar, segar el cereal y las algarrobas con ayuda del tractor y las máquinas especializadas, podar las viñas, sulfatar, volverlas a vendimiar… entre otros muchos, que no te quiero cansar.
Por un lado me alegro de que mis padres me alentaran a estudiar una carrera, algo que  tuvieron que costear para intentar ganarme la vida en algo distinto al duro trabajo del campo. Eran los tiempos del “no te quedes en el pueblo”, no seas agricultor ni ganadero. Disciplinado que es uno, les hice caso. Estudié, saqué una carrera y trabajé pronto en lo que me propuse. Pero la cabra tira al monte. La verdad es que nunca me alejé de la tierra ni de los animales ni del pueblo. Y con el paso de los años he ido vinculándome cada vez más con esas labores que conformaron mi infancia y mi juventud, sí te diré que de forma menos intensa, algo compatible con mis tareas administrativas-intelectuales-informáticas que me dan de comer. Pero ahí sigo yendo al pueblo siempre que puedo, para arar la huerta, podar los frutales, plantar hortaliza variada, criar gallinas y pollos, pasear mis perros, podar las viñas que vendimio la poca uva que paren, de la que elaboro un vinito artesano, clarete, casero, rico… que alegra las penas y ayuda a festejar los reencuentros.
Agricultor o ganadero siempre me parecieron profesiones muy dignas. Qué más importante que producir alimentos para las personas y para el resto de animales. Es lo más de lo más. Y lo que más valoro es que padecen el riesgo de que su cosecha depende de si los calores del sol vienen fuertes o ni no llega a tiempo la necesaria lluvia del cielo. Antaño, en mi pueblo, todo era secano, lo único que se regaba era el huerto con ayuda de un pozo que se solía agotarse con el estiaje.
A día de hoy sigo conservando el orgullo de ser agricultor, aunque sea a tiempo parcial, de poder seguir los pasos de mis ancestros, las muchas generaciones de antepasados que me han precedido, de poder enseñar a mis hijos lo que es trabajar y ganarte la vida con ayuda de las manos o, como mucho, de una tijera o una azada. También disfruto comiendo lo que cultivo, sabiendo que son productos sanos, ecológicos. Sólo espero que mi espalda resista lo suficiente para poder seguir atendiendo mi huerto, seguir recogiendo los frutos que la tierra me regala, seguir preservando esta afición que no es una afición cualquiera, más bien considero la considero mi gran vocación.
Asín sea.
miércoles, 14 de noviembre de 2018

‘Basuraleza’

El rincón del optimista
Juan


Según un informe elaborado por LIBERA, proyecto de SEO/BirdLife en alianza con Ecoembes para acabar con la ‘basuraleza’ (término que define la basura-residuos tirados en entornos naturales), el 70% de los castellanos y leoneses se considera muy concienciado con el medio ambiente. De hecho, el 44% de la población de la Comunidad declara que no tendría ningún problema en agacharse a recoger un papel del suelo, aunque no fuera suyo. Este estudio evalúa el comportamiento de la población en relación con los desechos que genera, sus hábitos en materia de reciclaje o su comportamiento cuando está en lugares públicos. Del estudio también se desprende que un 50% de los castellanos y leoneses asegura sentir vergüenza cada vez que se encuentra restos de basura en los entornos naturales, mientras que alrededor del 42% siente rabia cuando esto sucede.
Otro dato que ofrece este informe: el 56% de los encuestados asegura que son colillas de tabaco el residuo que más se encuentran en la naturaleza. Escasa preocupación por el medio ambiente, comodidad, pereza… son algunos de los motivos por el que la gente parece arrojar basura a la naturaleza.
En el periódico La Nueva Crónica de León firmaba Fulgencio Fernández recientemente un reportaje en el que informaba de la curiosa iniciativa de un grupo de concienciados con este tema que se autodenominan ‘Los amigos del mocho’ y que llevan tres años saliendo cada primer domingo de mes a cumplir con su lema: ‘De puente a puente, limpio con la gente decente’. Se trata de una singular patrulla ciudadana que limpia los márgenes del río Bernesga cada primer domingo de mes recogiendo toda la porquería que tiran al suelo los guarros sin escrúpulos. Una patrulla de voluntarios a la que te puedes sumar tú en cualquier momento.
Y es que la responsabilidad de que haya basura en la naturaleza es de todos y a todos también nos corresponde revertir esta situación. Nos molesta encontrar basura en los espacios públicos, en la montaña o en el campo. Pues empieza por recoger lo que tú generas y, si te animas, también lo que haya ido dejando ‘olvidado’ tu despistado convecino, siguiendo el ejemplo de ‘Los amigos del mocho’. Sobre todo, encárgate de educar a los más jóvenes a que no tiren nada al suelo, anima a que depositen la basura, los plásticos, latas, cajas… en papeleras y/o en contenedores, mejor aún clasificado en los colores establecidos para su posterior reciclaje o reutilización. ¿Si en tu casa buscas el recipiente de la basura para tirar cualquier residuo, dime el motivo por el que lo arrojas al suelo cuando vas por la calle o por el campo? ¿Acaso estos espacios no son tuyos también? Si alguien te ve recoger una lata o un plástico del suelo y depositarlo en un contenedor, estás creando conciencia ecológica. Sigue así. Ponte en acción. Predica con el ejemplo. Lucha contra la basuraleza… desde hoy mismo.
Asín sea.
jueves, 1 de noviembre de 2018

Acueducto

El rincón del optimista
Juan


Hace pocas semanas viajé desde León a un pueblo de la provincia de Ávila por motivos laborales. De mi regreso a casa decidí visitar a mi hermano que vive en otro pueblecito al norte de Segovia, para lo que tenía que cruzar la capital de la provincia. Más que cruzar, podía rodearla por una circunvalación y así hice. Tomé la ronda para salir en dirección Soria, pero unas obras tenían cortada esa salida, por lo que me obligaron a coger un desvío que acabó metiéndome en el corazón mismo de esta bella ciudad. Así, sin yo quererlo, pasé junto al altivo Alcázar, también cerca del hermoso convento-iglesia donde se encuentra el sepulcro de San Juan de la Cruz y, cuando tenía que tomar una calle a la izquierda, me equivoqué (o puede que no) y entré en una calle cuesta arriba que me acabó sacando a los mismos pies del fabuloso acueducto romano.
No estaba en mi mente hacer turismo aquella tarde y sin haberlo planificado me planté delante del imponente acueducto de Segovia. Cómo iba a pasar por Segovia sin visitar tan renombrado monumento declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985. Cuántas veces nos pasa, hacer algo imprevisto, algo no planeado de antemano y cambiamos de planes, hacemos lo contrario de lo que nos habíamos marcado previamente. Improvisamos cada minuto. Pueden ser aspectos imprevistos negativos o, como fue mi caso, una grata sorpresa que me insufló una ráfaga de optimismo, una carga de positividad. Esa visión absolutamente fugaz (no me llegué a bajar del coche, desde donde hice la foto a contraluz que ves aprovechando el semáforo en rojo) me hizo pensar un poquito a posteriori sobre esta grandiosa edificación y lo que encierra entre sus piedras.
Hay datos del acueducto -aqua (agua) + ducere (conducir)- que impresionan: construido por los romanos en el siglo I-II d de C, en tiempos de los emperadores Adriano o Trajano; integrado por 120 pilares que sostienen 167 arcos, a su vez constituidos por sillares de granito –piedras labradas en forma de rectángulo– y unidos sin ningún tipo de argamasa, que se sostienen mediante un perfecto estudio de las fuerzas de empuje entre los grandes bloques de piedra; la arcada que vemos es sólo una minúscula parte de toda su extensión, la que encauza el agua desde la Sierra de Guadarrama desde unos 16 kilómetros hasta salvar la depresión de la Plaza del Azoguejo y que transporta el líquido elemento a la otra parte de la urbe, hasta llegar a abastecer finalmente al mismo Alcázar, un recorrido con un sofisticado sistema de distribución mediante arquetas, que a su vez se subdividían para abastecer las fuentes y aljibes de las casas privadas… En definitiva, una maravilla de la arquitectura civil que no sólo ha maravillado a millones de personas y que sigue eclipsando la atención de los turistas japoneses que llegan en riadas a fotografiarlo, sino también a turistas accidentales como yo convertido en obligado admirador del acueducto aquella soleada tarde de otoño.
Asín sea.
lunes, 15 de octubre de 2018

A voces

El rincón del optimista
Juan


Sabéis que me gusta mirar al cielo, disfrutar de las puestas de sol, de los amaneceres, de las nubes blancas, negras y su correspondiente escala de grises… y en ese mirar reincidente hacia el sombrero celeste me deleito imaginando formas caprichosas, monstruos imaginarios y personajes efímeros que nacen y se desvanecen en cuestión de segundos. Un día de estos ‘pille’ a dos figuras cabreadas que se enfrentaban, no quiero ni pensar el motivo, a grito pelado (ver foto), lanzándose sapos, reproches, insultos… al menos eso es lo que a mí me pareció ver en ese momento. Esa imagen congelada con mi cámara me dio pie a la reflexión.
Hoy en día vivimos invadidos por el ruido, el estruendo… todo es bullicio, griterío, estruendo, griterío… y cuando hablamos, por lo general, lo hacemos a voces, no sea que el interlocutor ande algo sordo. Y, ciertamente, algunos de nosotros estamos bastante ‘tenientes’, fruto de todo ese hervidero de sonidos altos que nos entran por el sufrido tímpano. En el trabajo, en casa (con la tele, la radio o la música a todo trapo) o en la calle, con los motores de los coches, los tubos de escape libres de las motos, el claxon de los más nerviosos o las sirenas penetrantes de policía y ambulancias… Menudo jaleo. Todo esto hace elevar el índice de los decibelios por encima de lo aconsejable. Cuando viajas a otros países europeos compruebas la diferencia al entrar en una cervecería o cafetería. Notas que al contrario que en esta España nuestra, la gente conversa en tono bajito… hasta se ríen de forma moderada… ¡y se entienden!
Por eso, cada vez más, necesitamos refugiarnos en el silencio practicando la relajación con técnicas aprendidas como la meditación, el yoga o similar que nos devuelva esa serenidad innata que contrarreste todo el estrés que nos hemos metido en el cuerpo tan innecesariamente. Un buen masaje corporal o de cabeza hace que volvamos a tener sensaciones relajantes.
Hoy me permito lanzaros un consejo a este respecto: cuando te des cuenta que has elevado el tono de voz, que estás hablando a voces, calla o intenta bajar el volumen; cuando el ruido de tu entorno sea poco menos que ensordecedor, retírate al rincón de pensar o chistea como cuando alguien está hablando en misa; cuando tengas la mínima oportunidad, practica el silencio interior poniendo freno a tus enloquecidos y ruidosos pensamientos.
Asín sea.
lunes, 1 de octubre de 2018

Adopta un abuelo

El rincón del optimista
Juan


El proyecto ‘Adopta un Abuelo’, en el que participan alumnos de varias universidades españolas en colaboración con la asociación bautizada con el mismo nombre, ‘Adopta un abuelo’, se ha alzado con el primer galardón en los V Premios al Voluntariado Universitario de la Fundación Mutua Madrileña, dotado con 10.000 euros. Se trata de un programa intergeneracional que proporciona compañía a ancianos ingresados en residencias de mayores, con el objetivo de ayudar a paliar su soledad. En total, la Fundación Mutua Madrileña ha repartido 35.000 euros entre 6 proyectos galardonados. Estos premios tienen como objetivo impulsar y reconocer el espíritu solidario de los jóvenes españoles y contribuir económicamente al desarrollo de los proyectos.
Esta noticia positiva me la encontré buceando por internet y me pareció digna de difundir y de comentar. Hace unos meses, mi hijo menor estuvo realizando un voluntariado ‘obligado’ en una residencia de ancianos como ‘castigo’ judicial a una gamberrada que protagonizó junto con su pandilla de amigos. Esos días que pasó charlando y entreteniendo a los abueletes y abuelitas le vino más que bien, además de que, creo, aprendió la lección. Jugó a las cartas, hizo malabares, les leyó el periódico… Llegaba a casa contando anécdotas muy curiosas y muy humanas de estos mayores que viven en el geriátrico de cerca de casa. Los viejecillos le tomaron cariño al ‘pimpollo’ y mi hijo más aún a ellos. El valor que tiene para nuestros abuelos una breve charla o la sola presencia de gente joven es incalculable. Es energía con la que cargan su desgastada batería.
Aquí merece la pena recordar el proyecto del propio Teléfono de la Esperanza en León con el Ayuntamiento de la capital leonesa por el que se realizan llamadas telefónicas para hablar y escuchar a personas mayores de 65 años de la ciudad de León que viven solos (se estima en  más de 2.000) y que padecen aislamiento social dado que apenas se relacionan, no participan en actividades y, de manera paulatina, el deterioro acumulado hace que pierdan autonomía. Un hilo telefónico de ‘esperanza’ basado en la escucha que realiza un nutrido grupo de voluntarios de la ONG que están pendientes de sus necesidades, se ganan su confianza e intentan motivarles para luchar contra la soledad y el aislamiento.
Qué trabajo nos cuesta imaginar que algún día todos nosotros podemos pasar por una situación similar o, al menos, casi seguro que correremos el riesgo de vernos en este mismo escenario. Preferimos salir a correr o a pasear antes de sentarnos frente a nuestros mayores o ante viejecitos desconocidos a liberarles un poco del peso de su soledad. Ya lo dice el refrán: “Arrieros somos…
Asín sea.
sábado, 15 de septiembre de 2018

Estoy vivo

El rincón del optimista
Juan


Hay un mantra que practico desde hace tiempo y que me va bien. Es uno de los mandamientos fundamentales de este humilde optimista oficial del Teléfono. No voy a poner prioridad numérica a la frase/oración, pero me sale casi automáticamente en muchas circunstancias. Me gusta repetirme eso de ESTOY VIVO o sigo vivo, que ambas formas utilizo. No creo que sea por miedo a la muerte, que la tengo pero que no me obsesiona, sino que más bien es la confirmación de que merece la pena seguir haciendo cosas en este mundo, fabricando sueños e intentando hacer la vida más sencilla, más llevadera a quienes me rodean. A mis hijos les gusta mucho una serie de Televisión Española que se titula así, Estoy vivo, que protagoniza el actorazo Javier Gutiérrez (se llama igual que mi buen amigo y estimado Guti, ¡te saludo Javi!) que va sobre un policía que ha encarnado en otra persona ya fallecida, pero que sigue relacionándose con la familia a través de un cuerpo prestado e inmortal. Otro día os doy mi opinión de la película Campeones que protagoniza Javier y que va a los Oscar de Hollywood representando a la industria del cine español. Dejando la imaginación y la ciencia ficción para las pelis y la tele, os voy a decir cuándo suelo practicar mi mantra particular… ‘Estoy vivo’.
-Cuando me despierto por la mañana, ya sea de forma natural o con la alarma-despertador.
-Cada vez que llego en coche a mi destino, ya sea el trayecto largo, corto o medio pensionista.
-Después de las 12 campanadas del 31 de diciembre de cada año que pasa.
-Cada vez que veo ponerse el sol en el horizonte y cuando lo veo asomar por la mañanica.
-Cuando salgo de la revisión médica (ITV) que me hago cada año.
-Cuando acaba el día de mi cumpleaños (gracias, pero no cumplo hasta diciembre).
-Cuando aterriza el avión al que me subí.
-Cuando acaba de pasar la tormenta eléctrica.
-Cuando…
Hay tantos motivos para agradecer que la patata sigue bombeando. ¿No crees?
Asín sea.
sábado, 1 de septiembre de 2018

Volver a empezar

El rincón del optimista
Juan


En septiembre empieza el curso escolar, volvemos a trabajar después de las merecidas vacaciones, recogemos los frutos de los árboles y de las viñas porque empieza un nuevo ciclo natural para las plantas, como para las personas. En septiembre regresan las aves migratorias a sus lugares de origen después de criar a sus retoños en los meses de tiempo benigno. En septiembre nos apuntamos a los gimnasios para perder los gramos-kilos de más que cogimos durante las copiosas cenas estivales. En septiembre comenzamos los talleres de bricolaje, de restauración, de manualidades para aprender por fin esa afición que siempre esperó tiempos mejores. En septiembre es cuando salen a la venta en los kioscos las colecciones de sellos, de miniaturas y de libros de bolsillo en cómodas entregas. Los políticos le ponen empeño en septiembre para prometer todo aquello que no podrán cumplir antes de que se convoquen las próximas elecciones de las que depende su ‘raquítico’ sueldo, comisiones aparte. En septiembre se retoman los talleres, cursos y encuentros del Teléfono de la Esperanza en León.
En septiembre arranca también de nuevo este blog que quedó suspendido el 1 de agosto para dar descanso a sus sufridos voluntarios colaboradores, aunque sabes que detrás de la línea del teléfono ha seguido una persona detrás las 24 horas del día. ¿Sabes…? Me siento un verdadero privilegiado de poder asomarme a esta ventana hoy, 1 de septiembre, para desearte que tengas un buen comienzo de mes, de curso, de taller, de vida, porque cada día, bien lo sabes, comienza una nueva vida donde nadie sabe lo que te va a ocurrir. Espero que disfrutes con toda la pasión del mundo de tu día, de tu mes de septiembre, de tu año, de tu VIDA.
Asín sea.
lunes, 16 de julio de 2018

A la luna

El rincón del optimista
Juan


En mi etapa de universitario en Madrid eran muchas las tardes, sobre todo en primavera, que camino de la facultad a casa me detenía en el Templo de Debot para disfrutar de las impresionantes puestas de sol que se observan desde esa atalaya. Ya sabes, esos edificios egipcios situados cerca de la Plaza de España que fueron donados a nuestro país por el gobierno de Egipto para evitar que quedaran inundados tras la construcción de la gran presa de Asuán.
Una de esas tardes de ocaso idílico aproveché para visitar una exposición itinerante que había montada en uno de esos bellos edificios de piedra. Y cuando bajé las escaleras de salida fui testigo de una de las discusiones más esperpénticas que recuerdo. Te pongo en situación: un policía local de Madrid y un vigilante del Ayuntamiento, ambos ya metidos en años, discutían sobre la luna; sobre el tipo de astro que es y sobre si el hombre había llegado a alunizar, pues uno lo aseguraba y el otro no se lo creía. Justo cuando me disponía a abandonar el lugar me echaron el alto los señores agentes de la autoridad:
–Oye, tú que pareces estudiado… Estamos hablando de si la luna es un planeta o un astro –me interrogó el ‘local’–.
–Ni una cosa ni la otra. Es un satélite –les respondí–. La Tierra sí es un planeta que gira alrededor del sol, pero la luna es un satélite porque gira alrededor de la tierra.
–Y que este no se cree que el hombre haya estado en la luna –continuó el agente en un tono en el que alargaba y modulaba las palabras–.
–Sí hombre –aseguré yo–, los primeros en ir fueron los americanos en 1969, aunque los rusos habían llegado antes con varios cohetes, pero sin tripulantes a bordo.
–¿Pero cómo van a haber llegado ahí, con lo lejos que está? Qué no, hombre, qué no –se enrocaba el vigilante–.
–Es que fueron de noche… –bromeé–.
No cogieron mi chiste. Me alejé de allí dejando a la pareja con aquella discusión bizantina llegando a sospechar que se trataba de una broma que me querían gastar, de esas del tipo de cámara oculta. Pero qué va, aquel encuentro breve que viví en directo fue auténtico y lo he revivido muchas veces a lo largo de los años.
Y quieres creer que pasado el tiempo he llegado a identificarme con el incrédulo vigilante del Templo de Debot y a cuestionarme, como sostienen algunas teorías de la conspiración, que lo del Apolo 11 de aquel 16 de julio de 1969, lo del alunizaje de Armstrong, Aldrin y Collins, no fuera más que un burdo engaño, una simulación realizada en unos estudios de cine retransmitida a todo el mundo por televisión, pero desde algún punto secreto de este mismo planeta Tierra. Que todo fue consecuencia de querer llegar antes a la ansiada meta en la carrera espacial que se disputaban la FKA de la URSS y la NASA de EE UU, entre Kennedy y Podgorni, y que jamás se realizó aquella travesía de 400.000 kilómetros que distan entre la Tierra y la Luna. Les achacan a los ‘cineastas’ fallaron, por ejemplo, que pusieran ondeando la bandera americana que supuestamente clavaron los astronautas yanquis en el suelo lunar, cuando se sabe que en la luna no hay viento, ni siquiera una brisa suave.
En fin, que yo prefiero seguir viendo a nuestra luna como LA SEÑORA, un elemento de decoración cinematográfico que me embelesa en las noches serenas y donde sigo viendo reflejada la mirada de la/s persona/s que se fueron de mi lado para siempre.
Asín sea.
lunes, 2 de julio de 2018

Dos consejos

El rincón del optimista
Juan


Hace ahora diez años, me llegan aún recuerdos bastante nítidos, pasé una temporadina algo pachucho. Fue de esas veces que el cuerpo te manda parar por acumulación de cansancio (físico y mental), estrés, ansiedad… vamos, agotamiento en definitiva y, claro, poco menos que exploté. Además de visitar a los médicos especialistas de turno y de tomar unas dosis de química en las grajeas te suelen recetar los facultativos, sea cual sea, de lo que más me acuerdo es de unas breves palabras que me dijo uno de mis cuñados (y eso que los cuñados tienen mala fama, sobre todo de pesados, igual que las suegras, porque son los que te tocan, no los eliges tú). A este cuñado, de nombre Pedro, le tengo en alta estima porque le considero una persona cabal, íntegra, justa y bastante coherente. Cuando supo lo que me ocurría me dio dos consejos que ni olvido ni olvidaré y que traté de poner en práctica al pie de la letra: “Juan: lo que tienes que hacer ahora es descansar y apoyarte en la familia”.
Qué dos consejos, qué importante me parecieron. Dormir bien y lo suficiente no es sólo crucial para poder funcionar durante el día, sino que en el caso de ‘colapso’ o enfermedad, es algo muy sanatorio. ¿A que sí? Y así hice. Descansé de noche, dormí siestecitas, paseé por el campo, pasé a solas algún rato, escuché música relajante, hice algo de deporte y hasta me permití el lujo de no hacer nada. Bueno, nada de nada, no, pero casi. Tuve restringido el teléfono móvil por prescripción facultativa, cosa que me vino estupendamente para poder ‘desconectar’ de esta vida de puro frenesí, cuya velocidad nos arrastra casi sin darnos cuenta.
Pero en el tema de la familia confieso que no había reparado. Así que me centré en ver uno a uno a mis hermanos, a los primos, resto de cuñados y me sinceré con ellos. Fueron unas semanas de breves entrevistas de cerca en los que sentía la necesidad de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Casi me obsesioné con la verdad y con la mentira hasta que llegué al convencimiento de que decir toda la verdad hiere, que la mentira ‘piadosa’ es muchas veces necesaria y que como decía el televisivo doctor Hause, “todo el mundo miente”. Volviendo a lo de la familia, que me desnorto. Efectivamente me apoyé en los más cercanos tal y como me había pedido el bueno de Pedro, incluyéndole a él, claro. Y me vino fenomenal. Me di realmente cuenta de lo importante que es la familia para mí, lo que acoge, lo que reconforta, como para casi todos nosotros, supongo.
En definitiva, que con descanso y con ayuda de la familia se puede sanar de una enfermedad y, mejor aún, te puede prevenir de contraer otras dolencias, tanto del cuerpo como del alma, que bien sabes que ambas están directamente relacionadas. Estos dos consejos que hoy comparto ya son universales.
Asín sea.
viernes, 15 de junio de 2018

Trashumante

El rincón del optimista
Juan


Felicidades Samuel, hijomajo 

“Hola. Me llamo Santiago. Tengo 89 años, a punto de cumplir 90. Soy de un pueblo de León llamado Prioro donde vivo buena parte del año, aunque ‘de invierno’ vivo en León capital. Dicen que Prioro es el pueblo que más pastores trashumantes hubo de España. Y lo creo. Yo fui también pastor de chaval, desde los 14 hasta los 20 años, que bajaba desde la Montaña de León hasta Extremadura en octubre y volvía a subir en junio. El invierno lo pasaba en la finca de un señor de un pueblo de Cáceres que se llama Torremocha. A partir de los 20, después de pasar la mili (serví en San Sebastián) ya me quedé en el pueblo, me casé, tuve 6 hijos… porque de noche no había muchas cosas que hacer… Tuve ganado, también fui un poco albañil… Había que ganarse la vida como fuera.
En aquellos años de postguerra se pasaba muy mal, fueron años muy duros. Cuando acabó la Guerra yo tenía sólo 10 años. Por la Montaña, en Campos y en Castilla todavía había para comer del gocho, terneros que mataban en casa y pan del trigo que sembraban y la huertina que se tenía, pero para allá abajo la cosa estaba fastidiada. Me acuerdo de ver en ese pueblo que te dije, en Torremocha, a los hombres que se ponían en la plaza para ver si el terrateniente o el dueño de las tierras les cogían de obreros como si fuera una subasta de ganado. Y si no les cogían, pues a pasar hambre.
Qué recuerdos tengo de aquellos años bajando detrás del ganado por las cañadas, los cordeles y las veredas. Cuántas anécdotas no te contaría… Una vez, cuando pasaba por El Casar de Cáceres, vi un árbol lleno de frutos. Me subí a un muro de piedras que había y cogí unas cuantas. Las metí al bolso para comer cuando iba andando detrás del ganado. Yo creí que eran ciruelas o cascabelillos. Cuando metí uno en la boca resulta que eran aceitunas, que estaban verdes y ásperas… la escupí y tiré el resto al suelo. No las conocía en el olivo. Muchos años después, ya jubilado, fui de excursión con el Imserso a Cáceres y me llevaron a ver una fábrica de El Casar que hacían el queso que llaman torta y les dije a los de la fábrica que yo había probado de chaval en ese pueblo unas ciruelas que estaban muy amargas.
Dicen que la mayor parte de la gente de mi pueblo cumple años en primavera, vamos, que nació en primavera. Claro, es porque los padres les hicieron en el verano que era cuando los pastores estaban en casa. Los de la Montaña bajábamos también a Campos a por vino y por trigo; lo cambiábamos por madreñas y aperos de labranza que hacíamos aquí en invierno porque teníamos mucha madera y mucho tiempo.
Si vas a Prioro pregunta por Santiago. La gente me conoce bien sin que le digas el apellido. Mote no me pusieron nunca”.
Conversación entrañable que tuve con Santiago una mañana de mercado en un bar de la Plaza Mayor de León mientras compartimos un vino clarete. Nos conocimos ese día. Me pareció un paisano de un gran corazón. Nos despedimos como si nos conociéramos de toda la vida.
Asín sea.
viernes, 1 de junio de 2018

El almendro

El rincón del optimista
Juan
Hace tan solo unos días me encontré con la imagen que ves arriba, un imponente almendro que nace en el alto de la muralla romana de León, muy cerquita de la Catedral gótica. Fue realmente una sorpresa ver aquel árbol al abrir la ventana de la habitación del hospital de La Regla donde habían ingresado a un familiar. Sorpresa porque no te esperas un árbol de esta envergadura ‘viviendo’ en lo alto de un muro de piedra. Pero ahí estaba, firme, robusto, presidiendo el paseo de ese tramo de muralla que se ha habilitado para pasear, con acceso desde el centro hospitalario.
Bien es cierto que le falta a este estupendo árbol un poco de mantenimiento en lo que a poda se refiere, pero aun así se le ve ya veterano y bastante saludable, a pesar de lo cual sigue produciendo algún que otro fruto que ya se atisba entre las ramas caprichosamente extendidas. Durante prácticamente 24 horas que estuve en aquella habitación, donde la mayoría del tiempo fue de espera, no pude resistir la tentación de fotografiar a nuestro almendro en varias ocasiones. Fue visitado por una hurraca, un mirlo, varios colirrojos (carboneras llamamos en mi pueblo) y algunas docenas de gorriones o pardales. Nuestro almendro tiene una presencia increíble y una atracción especial. Fue una suerte que nos tocara esa habitación porque condicionó nuestra estancia y de paso inspiró este minirelato.
Desde luego que llama la atención el lugar que eligió el fruto para germinar y para crecer, entre piedras, cemento o argamasa, lo cierto es que, casi de forma milagrosa, aquellas raíces fueron buscando los resquicios para crecer, buscando la poca humedad que puede albergar la muralla, con el fin de surtir nutrientes a la planta y de anclarse firme para soportar el peso del tronco y las ramas del árbol que habrá sido azotado por el viento en muchísimas ocasiones.
Sin querer pensé en la importancia que tienen las raíces para las plantas… pero también para las personas, raíces que necesitamos para seguir sujetos a esta vida, por muchas murallas que nos pongan por delante. Así, si no puedes superar la barrera de la muralla, siempre puedes hacer como el almendro, quedarte a vivir en su cima. Y como la Puerta de Alcalá… viendo pasar el tiempo.
Asín sea.