El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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domingo, 23 de junio de 2019

Felicidad

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Tendría yo unos diez años cuando el ahijado de mi abuela vino a visitarla. Por aquel entonces –como tantos otros españoles de la época– residía en Venezuela, y la visita fue todo un acontecimiento pues, probablemente, no volverían a verse más. Como así fue.
Yo, que no le conocía, observaba lo que para mí no dejaba de ser exótico. Y aún recuerdo, a pesar de los muchos años transcurridos, su voz y su gesto mientras se despedía bajando la escalera de casa. En lugar de decir “adiós” o “hasta luego” (saludos normales) decía “felicidad” agitando su mano.
Pensándolo bien, es lo mejor que se puede desear a alguien: Felicidad.
La gente feliz suele expandir su felicidad y suele propiciar y generar ambientes felices. Y eso ya es de agradecer.
La gente feliz suele tirar para adelante,  encarando las cosas según vengan y sin hacer grandes dramas. Tal vez, porque confía en sus recursos y en los de la gente cercana con la que puede contar.
La gente feliz suele estar contenta con su suerte, queriendo lo que hace y lo que tiene. Y no envidia la de los otros, porque entiende que cada persona tiene su cara y su cruz.
La gente feliz no consume innecesariamente para alimentar un ego basado en la imagen, ni se esclaviza por ella. Y no suele dormir mal.
La gente feliz suma.
Hoy, que es mi último día en este querido blog, quiero despedirme como lo hizo el ahijado de mi abuela hace tantos años: deseando “felicidad” a todos los que habéis leído, seguido y comentado los artículos que cada domingo, desde hace nueve años, he compartido.
Felicidad siempre.

Nota de la redacción. Te deseamos igualmente "felicidad", ese es el mejor camino, el que merece la pena. Seguimos en ese mismo camino.   
domingo, 16 de junio de 2019

Jugando a encontrar

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

El pasado fin de semana jugué al amigo invisible. Durante dos días había que descubrir y encontrar quién era nuestro amigo/a a través de los detalles que íbamos haciéndonos para dejar pistas.

Vaya por delante que mi amiga invisible me colmó de atenciones y cariño desde el primer momento, por lo que me fue muy fácil localizarla. Además, jugando a encontrar, percibí un montón de regalos: la rosa en mitad de una pradera, el pajarito en la ventana, la nube en su sitio, el paisaje envolvente, el suelo alfombrado, la suave lluvia en la cara, el murmullo de las hojas…

Descubrí a la vez otros muchos amigos y amigas visibles que me regalaron alegría con sus detalles: el pañuelo para la garganta, el chubasquero para la lluvia, los frutos secos y el chocolate para el camino, el rato de risa para la noche, las miradas cómplices y los abrazos mañaneros, las sonrisas y las palabras de apoyo para la vida…

Evidentemente, jugando a encontrar, encontré también miradas veladas o esquivas, un abrazo que no abrazaba nada, comentarios maliciosos y hasta gestos de deslealtad, desdén y manipulación. Pero como no eran lo que buscaba, los dejé estar y no los recibí.

Sin embargo, ahora sé que estos fueron otro regalo, aunque sólo sea para dar pie a la reflexión que ha motivado este escrito: la mentira, la maledicencia y la manipulación pueden ser perlas que adornan y favorecen durante un tiempo, pero, a la larga, ahogan con su peso.

Mientras la vida nos colma de regalos, de oportunidades y de detalles hay quienes, envueltos y regodeados en su malestar, son incapaces de verlos y pasan sus días esparciendo desdicha.

domingo, 9 de junio de 2019

El final del Camino

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Una vez escuché que lo que marca la calidad de las relaciones es el final de las mismas. Es decir, dependiendo del final que tenga, la relación habrá sido buena o mala, porque ese será el recuerdo con el que nos quedemos.
En realidad, esta afirmación vale también para otros temas.
Todos hemos oído, por ejemplo, eso de que “cada uno muere como vive” y, hasta donde yo he podido comprobar, así es. Igualmente, las calificaciones finales de un curso marcan la diferencia entre bueno y malo, tanto a nivel personal como estadísticamente hablando. Y los buenos resultados de cualquier cosa habrán coronado un buen proceso, mientras que los malos sólo acentúan los ratos y esfuerzos perdidos.
El Camino –nuestro Camino– acaba hoy. Y acaba como empezó y como ha sido siempre: con buen tiempo y mejores ánimos, con ilusión, con ganas de compartir y de seguir avanzando. No sabíamos en un principio si llegaríamos alguna vez a nuestro destino. Pero llegamos. Y volvimos a empezar. Y hemos vuelto a llegar.
En este tiempo hemos descubierto que el camino es el proceso y no la meta y que a dónde tenemos que llegar es –como decía Juan Ramón Jiménez– a nosotros mismos, sin correr y sin agobiarnos.
En el Camino hemos abierto nuestra disposición a acoger lo que venga, sea lluvia, sol, subida o bajada. Y lo que vino siempre fue bueno. Hemos aportado lo que somos desde lo que somos, sin miedo, aflorando, así, escondidas aptitudes artísticas, logísticas y de intendencia. Hemos reído, bailado, llorado, cantado… juntos. Hemos descubierto la dimensión sonora del silencio y la esencia de los detalles. En definitiva, hemos crecido juntos.
Si es verdad que el final marca la calificación de lo anterior, el Camino ha sido bueno. Muy bueno.
domingo, 2 de junio de 2019

Esos otros derechos

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

En la mayoría de las Constituciones occidentales vienen recogidos derechos de los ciudadanos a un trabajo digno, a un salario suficiente o a una vivienda adecuada, por ejemplo. Derechos que han surgido de luchas sociales, que se han plasmado por escrito, pero que no significa que se cumplan.

Universalmente también tenemos reconocidos por escrito el derecho a la vida y a la integridad física, a la educación, al medio ambiente… Tampoco significa que se cumplan.

Y luego hay otros derechos que no vienen reconocidos en ningún documento legal y a los que no se les da ningún tipo de importancia, pero que, a mi modo de ver, marcan las pautas de un bienestar personal.

Me refiero a derechos tales como permitirnos ser como somos, saber decir lo que pensamos y sentimos de manera asertiva en cada ocasión, a pedir explicaciones cuando nos consideramos merecedores de ellas y poder darlas cuando lo creamos conveniente, a poner límites, a poder cerrar círculos, a tener tiempo y espacio para aclarar malentendidos, a acabar bien las historias…

Estos derechos no derivan de ninguna revuelta social, sino de una lucha personal y continua en defensa de la autenticidad. Una lucha que a veces cansa y nos hace abandonar los objetivos, o no se dan las circunstancias necesarias para ejercer tales derechos, o el peso social es tan fuerte que éstos quedan diluidos bajo su impronta.

Y, en estos casos, sentimos que la vida nos debe algo, porque nos ha privado de su ejercicio y, además, no podemos reclamar nada.

Se nos olvida que cualquier derecho reconocido viene de una lucha previa por conseguirlo y aquel que no se ejercita cae por desuso.

domingo, 26 de mayo de 2019

Necesitaba escuchar

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Necesitaba escuchar eso que tantas veces me digo y repito: “lo que viene, conviene” y lo he escuchado de una persona que, atravesando su crisis, me ha mirado y me lo ha dicho. Y no es teoría ni cuento. Es una afirmación de quien está sufriendo.

Necesitaba escuchar en otra voz distinta a la mía eso de que “la vida tal vez no te da lo que quieres, pero sí lo que necesitas” y mi hija me lo ha hecho llegar sutilmente.

Necesitaba escuchar un “gracias” y lo he recibido en forma superlativa.

A veces necesitamos escuchar nuestras mismas palabras en otros para confirmarnos, para que nos suenen como nuevas y nos las apliquemos sin pensar que son simples mantras de supervivencia.

Creo firmemente que la vida nos da lo que necesitamos para aprender y crecer y que, por cada golpe de dolor, nos ofrece un bálsamo de alivio. Creo que todo tiene un sentido, aunque en ocasiones cueste verlo. Y creo en el poder energético de la palabra gracias (que, por cierto, cada vez se escucha menos).

Cuando nuestras creencias se tambalean y nos hacen dudar, resulta necesario –al menos para mí– que alguien que las comparta nos las recuerde. Y así me ha pasado. Tratando de analizar y de encontrar sentido a los últimos acontecimientos que he vivido, he escuchado lo que necesitaba, a modo de campanillas que reclaman la atención. Aunque aún no alcance a ver el sentido último, el sonido de las campanillas me invita a confiar.

Y así, confiando, probablemente me llegará lo que espero escuchar. Y si no me llega, señal de que no lo necesito.

domingo, 19 de mayo de 2019

Buenos gestos

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Me dice una amiga que escriba sobre los buenos gestos que tiene la gente. Se basa en su reciente experiencia, en la que despistó su bolso con una cantidad considerable de dinero y lo entregaron íntegro, sin haber tocado nada.
Voy a escribir de ello, a pesar de que yo también perdí una cartera y me la devolvieron vacía. Y voy a hacerlo porque creo en los buenos gestos de las personas.
Creo que hay personas honestas e íntegras con buenos gestos en general. Creo que hay personas no tan honestas que igualmente tienen buenos gestos. Y creo también que existen personas deshonestas, que normalmente no tienen buenos gestos, pero que, de vez en cuando, sí los tienen.
Por eso hay que hablar de los buenos gestos. Porque merecen ser tenidos en cuenta. Porque, resaltándolos, no quedan tapados por la basura. Porque, cada vez que un buen gesto aparece en nuestra vida, nos reconcilia con el ser humano, nos da esperanza, nos devuelve la confianza en las personas.
¡Claro que hay quienes en mi vida me han puesto zancadillas, me han insultado y –lo que es peor– me han ninguneado! ¡Claro que he tenido malos compañeros y gente a la que creí amiga y no era tal! ¡Claro que he vivido malas experiencias basadas en la envidia y los celos! Como todos.
Pero frente a ello he encontrado a personas que me han ayudado, que me han hecho favores, que me han cuidado y me han querido. Los buenos gestos han rodeado mi vida en general. Y los malos no han sido más que aprendizajes necesarios.
domingo, 12 de mayo de 2019

Todo es posible

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


He caminado por mi ciudad, una de las últimas tardes de abril, entre la nieve y el sol.
He visto más paisajes nevados en montes cercanos después de empezar la primavera que en pleno invierno.
He vestido ropa ligera y me he desnudado en la playa en marzo. Y he vuelto a ponerme el abrigo en abril. También he pisado nieve después de sacar el calzado de verano.
He disfrutado momentos intensos y emocionantes cuando casi había dado todo por perdido en una relación.
He  vuelto a ver el brillo en la mirada y la sonrisa en los labios en quién un día pensó que nunca volvería a ser feliz.
He sentido el abrazo tierno y auténtico de quién no cree mucho en el corazón y sí demasiado en la cabeza. Por eso, tal vez, sea más tierno y más auténtico que otros abrazos.
He visto llorar y desmoronarse a personas duras como piedras, incapaces de ocultar sus sentimientos cuando las miras a los ojos y les preguntas por ellas mismas, no lo que hacen, en qué trabajan o cómo se relacionan.
He percibido magia en muchos detalles de quien no los esperaba y que me han emocionado precisamente por ser inesperados.
He sentido la energía de un árbol al abrazarlo, la felicidad de la brisa de verano en la montaña, el calor del sol en pleno invierno, la emoción del resurgir de una flor moribunda, el latido de un ser recién nacido a pesar de sus dificultades.
Tantas cosas no hacen más que confirmar que todo, absolutamente todo, es posible.
domingo, 5 de mayo de 2019

¿Qué enseñamos
y cómo?

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Ante determinadas celebraciones (día de la madre, del padre, del maestro…) me sale siempre la misma pregunta: ¿qué enseñamos a los que vienen detrás para que la vida se vaya perpetuando? ¿Cómo lo hacemos?
Me he encontrado con madres y padres que no entienden comportamientos de sus hijos, porque –según dicen- nunca les enseñaron a actuar de esa manera. Les extraña como al que más sus reacciones y su forma de encarar los problemas y la vida en general. Sin embargo, mirado desde la objetividad que da la distancia física y emocional, lo raro sería que esos hijos hicieran otra cosa distinta a la que hacen sus padres, aun no siendo conscientes estos últimos de su actuación.
No es tanto el enseñar como la forma de hacerlo, del mismo modo que no es tanto vivir como la forma de vivir. Y de esto sabemos todos.
De nada sirve decir, de nada sermonear, de nada controlar, si lo que nosotros hacemos va en un sentido contrario a nuestras palabras. Son los hechos los que marcan el comportamiento de referencia y éstos entran por todos los sentidos.
Hay un video titulado “Children see, children do” que claramente refleja esto. Aprendemos de lo que vemos, de lo que oímos, de lo que tocamos y, sobre todo, de lo que sentimos. Los acontecimientos los acogemos según hemos aprendido a acogerlos. Y, del mismo modo, enseñamos a acogerlos.
Y tengamos claro que sólo damos lo que somos, por mucho que nos empeñemos en aparentar otra cosa.
Así, si somos felices (porque hemos aprendido a vivir medianamente libres) podemos transmitir felicidad. Si aún vivimos esclavos de la imagen, del juicio de los otros y de las expectativas esperadas ¿qué transmitiremos?
domingo, 28 de abril de 2019

Día de elecciones

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Hoy hay elecciones generales en nuestro país. De nuevo los ciudadanos estamos convocados a las urnas para dar nuestro voto al representante que mejor defienda aquello en lo que creemos políticamente.
Dicho así, parece que nuestra pequeña aportación al sistema político que tenemos fuera importante. La realidad, sin embargo, nos demuestra que los votos tienen un valor relativo, perdidos entre tanto pacto posterior. Al final, puede que aquellos representantes a los que votamos acaben gobernando con los que nunca hubiéramos votado.
Esto conduce a un cierto pasotismo y a dejar de lado nuestra participación por mínima que sea. Muchos de mis alumnos y compañeros opinan que la política sólo es un oficio para los que viven de ella y que los demás no pintamos nada ahí, por lo tanto, no votan. Es una forma de hacer ver que ni creen en el sistema político ni participan de esa farsa.
Aun así he pensado en mi voto. Y he decidido votar lo más parecido a lo que pienso, independientemente del voto útil o del voto del miedo, e independientemente también de los cabezas de lista que, muchas veces, están a años luz de lo deseado. Total, es mi única aportación al sistema democrático. Lo que pase a partir de las elecciones será lo que los representantes vayan haciendo, con independencia de lo que los representados queramos, por triste que sea.
En este tema, a modo de consuelo, me planteo lo mismo que en otros que no dependen de mí. Yo elijo lo que me parece mejor, luego, la realidad va diciendo y va disponiendo. Y, al final, ¿qué es lo mejor realmente? ¿Alguien puede decirlo?
domingo, 21 de abril de 2019

Señalización

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

La normativa sobre prevención de riesgos laborales establece la necesidad de señalizar aquellos riesgos que se dan en el lugar del trabajo, para advertir de los mismos, obligar a determinados usos y proteger, de esa forma, a los trabajadores.

Seguro que, a estas alturas, todos conocemos señales de prohibición, señales de obligación, señales de advertencia y señales de evacuación, y sabemos lo que significa cada una de ellas.

Yo, que curso tras curso, estoy harta de explicar el significado de la señalización  a mis alumnos, siempre pienso lo mismo: ¿Por qué nadie nos enseña, en algún momento de nuestras vidas –fundamentalmente en los primeros años– a señalizar nuestras emociones y nuestros límites personales?

Sería estupendo saber usar y saber leer señales como: “advertencia, peligro de derrumbe emocional” o “prohibida la entrada a toda persona ajena a la felicidad” o “uso obligatorio de casco y guantes para soportar reparaciones del corazón” o “salida de evacuación hacia la ternura y el cariño” o “uso obligatorio de abrazos” o “prohibido hablar sin escuchar”… Y así podríamos seguir.

Pero, claro, nunca nos han enseñado semejantes señales. Nosotros solitos hemos tenido que ir descubriéndolas a costa de observar y experimentar. Y, con el tiempo, hasta nos hemos hecho expertos en el uso y lectura de las mismas.

Estaría bien que, en estos tiempos electorales, algún partido prometiera enseñar a aprender el lenguaje emocional, pero me temo que no va a ser así, por dos motivos. El primero, porque no iba a arañar ningún voto. El segundo, porque, probablemente, ni se sepa lo que es la inteligencia emocional ni se quiera saber de ella.

domingo, 14 de abril de 2019

Cuesta escribir

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Cuesta escribir cuando las tareas cotidianas se multiplican y se dividen los frentes a dónde acudir, agotándonos, mientras las horas del día permanecen invariables (ni se estiran ni se doblan, muy a pesar nuestro).
Cuesta escribir cuando la mente está entretenida en mil planes, en infinidad de ideas a desarrollar, en trampas que atrapan la energía y las ganas y que nos alejan del presente para perdernos en vericuetos del pasado o del futuro, que no aportan nada a nuestro presente.
Cuesta escribir cuando las emociones están embarulladas y caminan a sus anchas en terreno vulnerable, cuando se confunden sentimientos sin que logremos llamarlos por su nombre, cuando el discernimiento cuelga el cartel de cerrado por vacaciones.
Cuesta escribir cuando faltan la serenidad y la templanza necesarias para analizar los acontecimientos. Cuando éstos se suceden tan rápido que no hay casi tiempo para procesarlos e integrarlos en eso que llamamos normalidad. Cuando las decisiones nos vienen dadas.
Cuesta escribir cuando la inspiración está cansada o dormida o castigada. Cuando cree que no es útil más que para pasar el rato. Cuando está convencida de no conducir a ningún buen puerto.
Cuesta escribir cuando la realidad, de tan plana y fea como es, espanta y debilita la ilusión de ver un poco más allá, de apreciar la luz en medio de la niebla, de distinguir color entre tanto tono gris. Cuando la tristeza inunda la mirada y el corazón late a ritmo de adagio.
Sin embargo… escribo.
domingo, 7 de abril de 2019

Lo que se avecina

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

A veces me entretengo escuchando predicciones de futuro cuanto menos curiosas. Por ejemplo, que tras este seco invierno nos espera un verano de infierno; o que si no llueve pronto, los alérgicos lo vamos a pasar fatal; o que, tal como van las cosas en general, cada vez estaremos peor.

No sé qué base científica tienen tales predicciones. Imagino que unas están más fundamentadas que otras, pero, en cualquier caso, predicciones son.

Mientras tanto, yo observo que los árboles han brotado anunciando vida, que los pájaros cantan con fuerza, que la luz se va imponiendo a la oscuridad, que los días se alargan, que los amaneceres y los atardeceres son para extasiarse.

Observo también que muchos jóvenes buscan su sitio en un marco de ayuda mutua, moviéndose por intereses no sólo económicos o utilitaristas; que muchos padres se ocupan de sus hijos para que éstos crezcan más felices, no con más cosas sino con más cariño; que muchas personas intentan vivir de forma auténtica y sincera, a pesar de parecer nadar contra corriente; que la solidaridad aún es un valor.

Y, sí, ya sé que está la otra parte (que, por otro lado, es la que más se ve). La parte de la oscuridad, del egoísmo estructurado, de la manipulación, del dolor incomprensible, de la soledad, del pasotismo ante la injusticia, del ombliguismo aplastante… Lo sé.

Pero prefiero seguir mirando lo que me da vida y me genera energía, lo que me nutre la mirada y me hidrata el alma. Del mismo modo que las flores anuncian los frutos, independientemente de si éstos llegan o no a ser.

domingo, 31 de marzo de 2019

Sobradamente conocido

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Es sobradamente conocido que el miedo paraliza la acción y nos hace vulnerables. Buscamos cobijo y perdemos hasta la dignidad en busca de protección.
De igual forma, conocemos de sobra a personas que utilizando su posición preferente, su jerarquía, sus voces, sus chantajes o sus amenazas –en definitiva, el miedo– consiguen sus propósitos. Nos resignamos calladamente, asumiendo lo que no elegimos, en lugar de enfrentarnos a lo  que nos viene encima.
Los que somos padres sabemos, también sobradamente, que ceder ante una pataleta caprichosa no es más que el antecedente de otra mayor; que no cortar a tiempo un deseo impositivo es rodar al ritmo que nos marcan, en este caso, los hijos.
Y, por supuesto, sobradamente conocemos que el silencio y la sumisión nos hace cómplices de decisiones autoritarias, dictatoriales, arbitrarias y hasta caprichosas.
Hasta aquí, todo es sobradamente conocido. A partir de aquí, toca aprender.
Aprender a decir NO a situaciones que no elegimos y que se nos imponen de forma diáfana o sibilina (esto es autenticidad). Aprender a enfrentar las voces y las amenazas sin hacer tambalear nuestra decisión (a esto lo llamamos asertividad). Aprender a no asumir las consecuencias de una decisión ajena a nosotros mismos (esto implica valentía). Aprender a ser consecuentes con lo que decimos y hacemos (esto es coherencia y responsabilidad).
Tenemos mucho que aprender. Y sobradamente conocido es que si no aprendemos a enfrentarnos al conflicto, sufriremos las consecuencias de la sumisión recortando nuestras alas.
Y, así, el día en que queramos volar ya no habrá alas que extender. Salvo, claro está, que nunca queramos volar.
domingo, 24 de marzo de 2019

Este invierno
que se fue

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Este invierno que acaba de concluir no se ha dejado sentir de tan cálido y seco que ha sido. Por lo visto, según he escuchado, ha sido el invierno más seco de los últimos 52 años, que ya es decir.

Día a día tal vez no me haya dado mucha cuenta de ello, pero ahora que se fue, sí que soy consciente de que no ha habido invierno, de que ha pasado sin que nos enteráramos de él, de que ha sido muy “descafeinado”.

Y esto me hace pensar en esas personas que pasan por nuestra vida igual que este invierno: sin hacerse notar.

Es triste comprobar cómo, personas con las que me he cruzado en mi trayecto vital, han vivido tan metidas en ellas mismas que no han dejado salir su esencia. Hombres y mujeres esclavos del “deber”, que han menospreciado su propia personalidad y se han auto ocultado para no sentirse señalados. Que dejaron de ser lo que eran, para ser lo que otros querían que fuesen.

Y más triste aún es el que se siga dando a día de hoy. Porque, con perspectiva histórica, podemos entender las motivaciones en épocas pasadas. Pero, hoy, que presumimos de ser como somos y de hacer lo que queremos, no se entiende este volverse la espalda a un mismo para agradar a los demás.

Cada persona es única. Cada invierno también.

Si el invierno no se hace notar, dejará de llamarse invierno, perdido entre el otoño y la primavera.

Si la persona pierde su autenticidad y el matiz de su color, dejará de ser ella, para convertirse en otro jirón gris de la realidad que le toca vivir.

domingo, 17 de marzo de 2019

En su sitio

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Cuando un acontecimiento nos zarandea la vida tardamos un tiempo en volver a nuestro sitio, a nuestro centro, a la normalidad de nuestros días. Necesitamos centrarnos en lo cotidiano para que todo fluya de nuevo de la manera prevista.
Últimamente no dejo de preguntarme qué es lo normal. Y creo que muchas veces confundimos lo normal con lo tranquilo.
¿Por qué no va ser normal vivir con ciertos altibajos? ¿Quién ha dicho que una vida en tonos grises sea normal? ¿Cuándo aprendimos que lo que no se sale de la línea es lo normal y eso es a lo que tenemos que aspirar para sentirnos seguros? ¿Por qué lo normal tiene tan poca luz y los acontecimientos extraordinarios nos deslumbran?
Volver a la normalidad no es más, creo yo, que volver a la tranquilidad. Y volver a la tranquilidad no es más que querer controlar la realidad. ¡Como si a estas alturas no supiéramos ya que no controlamos nada, que se nos va la vida queriendo atar y amordazar lo que, por definición, es incontrolable!
Creo, sinceramente, que en la vida lo único normal es vivir cada acontecimiento como venga, encarando y aceptando las novedades cotidianas, nos gusten o no. Estar en su sitio es estar, en definitiva, viviendo lo que en cada momento toque.
No necesitamos un tiempo para recuperar lo perdido. Necesitamos un tiempo para aceptar lo que nos ha llegado.
No se trata de volver a ningún lado. Se trata, simplemente, de estar presentes y conscientes en nuestra vida.
domingo, 10 de marzo de 2019

GRACIAS

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Así, en mayúsculas. Una única palabra, porque en estos momentos y a estas alturas no me sale otra que diga tanto con tan pocas letras, que encierre tanto contenido en tan corta grafía. Gracias
*      Por las palabras de ánimo y los abrazos sostenidos
*      Por las llamadas
*      Por esperar
*      Por las susurros consoladores al oído y las miradas cariñosas
*      Por los apretones de manos y los besos
*      Por los What’sApp propios o reenviados
*      Por los ratos compartidos al sol y los paseos acompañados
*      Por las atenciones prestadas y la paciencia
*      Por la ternura de cada gesto
*      Por la presencia sanadora y tantas muestras de cariño
*      Por querer ayudar aun no sabiendo cómo
*      Por la buena intención
*      Por las lágrimas compartidas
*      Por la cercanía y los detalles múltiples
*      Por el encuentro en el momento apropiado
*      Por tantos y tantos “estoy aquí”
*      Por la risa liberadora y la sonrisa acogedora
*      Por los silencios llenos de plenitud
*      Por redirigir el punto de vista cuando éste no estaba claro
*      Por actuar cuando no salían decisiones propias
*      Por hacerme sentir que no estaba sola
*      En definitiva, por estar
Todo esto, y posiblemente más, es lo que quiere expresar esta sencilla y escueta palabra. Gracias. Ahora y siempre.
domingo, 3 de marzo de 2019

Las despedidas siempre son tristes

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Cada vez que decimos adiós a alguien o a algo que ha formado parte de nuestra vida es como si un trocito de nosotros se fuera en él. Añoramos lo que hubo y echamos de menos lo vivido. Inevitablemente.
Incluso cuando ese adiós es liberador o cuando estamos deseando que llegue porque la situación no nos gusta.
Recuerdo un curso en un centro que no me gustaba nada y en el que me pusieron un horario y unas tareas de no repetir jamás. Recuerdo las ganas que tenía de terminar y de olvidarme de todo aquello. Pero también recuerdo que el último día miraba con cierta nostalgia y hasta me daba un poco de pena (un poquito solo, que volver allí no quisiera).
Tal vez sea porque en todo y de todo podemos obtener cosas buenas, aprendizajes vitales, experiencias enriquecedoras. Buscando, siempre encontramos. Y, al final, intentamos quedarnos con lo bueno y lo positivo de lo vivido, a pesar de todo lo demás.
Sin embargo, cuando lo bueno y lo positivo ocupa todo el espacio, el adiós es mucho más desgarrador. Perdemos vida, recuerdos y experiencias. Perdemos la oportunidad de volver a estar juntos. Perdemos alegría. Y no quisiéramos que llegara nunca ese momento.
En estos casos sólo consuela pensar que ha sido una suerte coincidir en el camino; que, gracias a ese encuentro y a lo compartido, nuestra vida ha mejorado porque hemos sido felices; que lo vivido ya forma parte de nosotros y eso es imborrable.
Así que, a pesar del doloroso adiós, sonriamos por lo que tuvimos, que eso nadie nos lo va a arrebatar.
domingo, 24 de febrero de 2019

Amargas victorias

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Llevaba un tiempo viendo que las cosas no cuadraban, que la perfección estaba simulada, que el color rosa era demasiado intenso. Llevaba un tiempo en que, realmente, llegué a creer que veía mal la realidad y que me equivocaba.
Pero no me equivoqué.
Las pelusas estaban almacenadas debajo de la alfombra persa, la comida –vistosa y apetecible– estaba caducada. Y las habitaciones de casa, aparentemente caldeadas y ordenadas, eran frías y desoladas. Las cosas volvían a ser lo que eran, no lo que aparentaban ser.
¿Cuántas veces no hemos experimento algo así? ¿Cuántas veces no hemos cerrado los ojos a lo que había realmente, para seguir recordando lo que en un momento fue? ¿Cuántas veces al abrirlos hemos querido volver a cerrarlos?
Acerté, sí. Mi intuición vuelve a ganar, vuelve a decirme que me deje llevar por ella, que ella sabe. Debería celebrarlo, pero me sale un regusto amargo.
Yo creía –y creo– que todo lo que ocurre pasa para que aprendamos algo. Sin embargo, observo que, tras el batacazo, se siguen escondiendo las barreduras bajo la alfombra y la apariencia vuelve a acampar disimulando el vacío.
¿De qué sirve ver si la realidad no cambia, si los hábitos se perpetúan, si los comportamientos –lejos de ser auténticos– siguen edulcorando lo cotidiano?
¿De qué sirven las victorias si vienen envueltas en tristes y amargos sentimientos? Simplemente para engordar nuestro ego, para darnos la razón y confirmar lo que ya intuíamos. Vale, tengo razón ¿y qué?
¡Qué más da quién gane, si en la guerra perdemos todos!
domingo, 17 de febrero de 2019

Autenticidad
que emociona

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

He llorado de emoción (y creo que media España también) ante el discurso del actor Jesús Vidal al recoger su Goya por la película “Campeones”.

No ha sido tanto el contenido -en realidad ha dicho prácticamente lo que otros premiados- sino la forma de transmitir el mensaje. Un mensaje sincero, lleno de autenticidad, lejos del postureo que adoptamos en muchas ocasiones ante situaciones que lo requieren.

Es curioso que emocione la autenticidad. Es llamativo que cale tan hondo un mensaje simple y llano de agradecimiento. Es desconcertante que, entre tanto maquillaje y adorno superficial, lo más austero, lo menos elaborado, triunfe.

Todos aquellos que nos hemos emocionado ante este hecho, deberíamos preguntarnos qué nos ha conmovido tanto, qué sutil cuerda sentimental ha sido tocada en nuestro  interior, cómo han sido pronunciadas esas palabras para no dejarnos indiferentes.

¿Será que, perdidos como estamos entre bambalinas teatrales y luces de neón, la luz blanca, directa y diáfana nos hiere la mirada y nos afloja la lágrima? ¿Será la falta de costumbre ante lo que debería ser algo normal? ¿Será la sensibilidad contenida tantas veces, que ha encontrado el resquicio oportuno para aparecer y nos ha descolocado?

Nos empeñamos en ser correctos y en enseñar modales correctos. No está mal, por supuesto. Pero, tal vez, deberíamos empeñarnos en ser auténticos y en enseñar modales de autenticidad. Así, los ejemplos no serían tan escasos de encontrar  y no nos trastocarían la sensibilidad de este modo.

domingo, 10 de febrero de 2019

Bodas de oro

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Me invitaron a unas bodas de oro. Dado que es una celebración en peligro de extinción, no pude dejar de asistir.

En los años que tengo sólo he asistido a otras dos y, me temo, no habrá muchas otras ocasiones. Para bien o para mal la gente de ahora no se casa. Y los pocos que lo hacen, suelen separarse años después. Otro signo de los tiempos.

De la celebración –bonita y entrañable– destaco dos detalles:

El primero, el gran número de veces que la palabra “nuestro” sonó. “Nuestra casa”, “nuestros hijos”, “nuestra vida”… Llama la atención esta extraña palabra en medio del exagerado culto a “lo mío” en el que vivimos inmersos. Cada vez separamos más. Cada vez acotamos más. Ignoro si es por miedo, por precaución o por evitar males mayores. Lo cierto es que, cada vez, con tanta división, nos hacemos más raquíticos.

El segundo, la luz que irradian las personas felices. Una luz que viene de la serenidad y de la certeza de saberse en el lugar adecuado. Por supuesto que cincuenta años dan para mucho, bueno y malo. Pero la felicidad no consiste en no tener obstáculos sino en haberlos superado. La pareja que cumplía tantos años juntos transmitía y contagiaba la alegría de esa superación. Y, por ello, era una alegría profunda. Nada que ver con las muestras efervescentes y explosivas de la alegría basada en la superficialidad.

No sé si tendré oportunidad de volver a asistir a unas bodas de oro. Pero con esta celebración y las dos anteriores me doy por satisfecha, al haber podido compartir la posibilidad de lo imposible.