a la SABIDURIA TOLTECA.

Subterráneos
Un día de estos en los que, inusualmente, me tumbé al sol sin otro quehacer que dejarme acariciar por él, escuché algo que me estropeó el momento. Normalmente siempre voy a todas partes acompañada de un libro y, si lo hubiera tenido a mano, no hubiera dudado en leer para no escuchar, pero no era el caso y me tragué la conversación ajena.
Un señor ya entrado en años decía a otro – y éste lo reafirmaba- mientras tomaban el sol: “esta es una puta vida y si no eres un cabrón no vales para nada. Te comen” (palabras textuales).
La afirmación me dolió, no ya porque dos hombres mayores compartieran tal filosofía, sino porque ambos tienen hijos y, probablemente, nietos, y esta forma de pensar se extiende más allá de sus palabras.
Me dolió que vieran la vida de forma tan negativa, cuando, a tenor de lo que hablaban, no parecían vivir tan mal. Me dolió que la única salida apuntada fuera ser peor que los demás para sacar un beneficio mayor, cuando el mayor beneficio que yo creo que existe es estar a gusto con uno mismo. Me dolió el tono con que fueron pronunciadas, agresivo y cínico. Me dolió la normalidad con la que se expresaban.
¿Realmente se trata de vivir así, pisando antes de que te pisen, engañando, en guarda contra todos y envueltos en una desconfianza atroz? ¿Es eso lo que han enseñado y enseñan a los suyos? ¿No se puede vivir de otra forma?
Ignoro si esta manera de pensar está muy extendida o no. Normalmente me rodeo de gente afín a mis ideas y éstas no se corresponden con tal afirmación. Tal vez la equivocada sea yo, pero me niego a tener tal filosofía de vida.
Cuando yo no me cuido busco desesperadamente a alguien que lo haga por mi, mientras yo me desaliño y me abandono.
Cuando yo no me respeto ni me valoro, insisto en que los demás lo hagan, sintiéndome infantil y curiosamente, incapaz de cuidar de nadie.
Cuando yo no miro por mi, busco quien lo haga, quien ponga en mi interior esos valores y cualidades que yo no me encuentro ni me molesto en descubrir.
Cuando yo no me amo, impongo ese amor, que ni tengo ni se dar, en otros, quejándome de su egoísmo cuando no surge lo que pretendo. Acuso al mundo de dejarme de lado, sin ver que antes me dejé yo a mi; sin darme cuenta que nadie podrá darme nunca aquello que yo no sepa darme.
Cuando yo no me quiero no soy consciente que la medida del amor que tengo es ese descuido y, o bien lo atraigo para mi, o bien lo concedo a otros, o bien ambas cosas; porque sólo damos lo que tenemos y si tenemos descuido y desamparo, no podemos dar otra cosa; porque solo entendemos lo que vemos y si nuestro recipiente es la cuadrada caja del desaliño, no podremos ver nunca la cilíndrica caja del amor. Todo empieza en casa y como seres completos que somos, todo es importante en el cuidado y respeto por nosotros mismos.
Decía Buda: “cuida tu exterior tanto como tu interior, porque ambos son uno”. Sabiduría de siglos que nos dice que todo en nosotros es valioso e importante. De nada sirve cultivar un faceta si se olvida la otra, porque somos seres holísticos y cuando nos amamos y nos respetamos, todo nos importa, desde la calma, con alegría y dulzura hacia lo que somos: seres completos, únicos y perfectos… Cuando no nos amamos, olvidamos lo que somos y nos vemos incompletos, solos e imperfectos, y como tal actuamos, mendigando un hada madrina o un príncipe azul que mágicamente vea eso que no vemos… y que así jamás veremos ni dejaremos que vean.
La gente optimista es más impuntual que el resto. ¿Por qué? Según la Universidad de San Diego State (USA), la gente que tiende a pensar en positivo suele creer que dispone de tiempo suficiente para realizar demasiadas cosas, por lo que su optimismo se convierte en una rémora para su puntualidad. Y es que la ciencia trata de buscar una explicación a la impuntualidad crónica de algunas personas, como en el caso de la percepción alterada del tiempo de algunos individuos. Sin embargo, en esta ocasión se relaciona con una característica, a priori, positiva: el optimismo.
El mismo optimismo que tiene grandes beneficios para la salud mental: prolonga la vida, reduce el estrés y disminuye el riesgo de enfermedades cardiovasculares, tiene su lado negativo a la hora de quedar con las personas, ya que es probable que lleguen tarde a la cita.
Según este estudio, los optimistas son “malos gestores del tiempo”, es decir, personas que otorgan más importancia a una buena “foto general”, es decir, que la cita vaya bien, más que a detalles insignificantes como puede ser llegar 10 minutos tarde, por poner una tardanza aceptable. Por otro lado, la investigación también destaca los matices entre culturas, ya que la ‘puntualidad’ española, por ejemplo, es menos estricta que en otros países como Alemania, donde llegar 5 minutos tarde ya es entendido como una gran falta de respeto.
Particularmente pienso que la clave está en encontrar un equilibrio entre el optimismo y el respeto a las personas, para aprender a convivir con el resto sin afectar sus costumbres. Y yo creo que no soy optimista del todo porque no tengo la sensación de ser impuntual, aunque no debería decirlo yo, claro está. Como mucho llegaría dentro de los 5 minutos de cortesía, pero como no vivo en Alemania…
Asín sea.
Un buen amigo, José Carlos Bermejos, prolífero escritor y sobre todo buena persona, comienza uno de sus libros, Empatía terapéutica (2012), con este bello relato:
“Dos pájaros estaban muy felices sobre la misma planta, que era un sauce. Uno de ellos se apoyaba en una rama, en la punta más alta del sauce, el otro estaba más abajo, en la bifurcación de unas ramas.
Después de un rato, el pájaro que estaba en lo alto dijo para romper el hielo:-¡Oh, que bonitas son estas hojas verdes!
El pájaro que estaba abajo lo tomó como una provocación y le contestó de modo cortante: Pero ¿estás cegato? ¿No ves que son blancas?
Y el de arriba, molesto, contesto: ¡Tú eres el que estás cegato! ¡Son verdes!
Y el otro, desde abajo, con el pico hacia arriba, respondió: Te apuesto las plumas de la cola a que son blancas. Tú no entiendes nada, so tonto.
El pájaro de arriba notaba que se le encendía la sangre y, sin pensarlo dos veces, se precipitó sobre su adversario para darle una lección. El otro no se movió. Cuando estuvieron cercanos, uno frente a otro, con las plumas encrespadas por la ira, tuvieron la lealtad de mirar los dos hacia lo alto, en la misma dirección, antes de comenzar el duelo.
El pájaro que había venido de arriba se sorprendió: ¡Oh, qué extraño! ¡Fíjate que las hojas son blancas! E invito a su amigo: Ven hacia arriba, adonde yo estaba antes.
Volaron hasta la rama más alta del sauce y esta vez dijeron los dos a coro: ¡Fíjate que las hojas son verdes!”
Eso es la empatía: el ponerse en lugar del otro, “calzar sus zapatos” (que diría Rogers) a nivel cognitivo (comprender al otro) y emocional (sentir al otro). Es, pues, el arte de mirar la situación del prójimo con sus mismos ojos, es decir, perspectiva y sentimientos. Sentir “como si” fueran propios su envidia, sus celos, su rencor o su esperanza, su lealtad, etc.
Si en nuestra vida cotidiana todos fuéramos capaces de ponernos en el lugar del otro (el adolescente, el alumno, el trabajador, etc.) pero también a la inversa (los padres, el profesor, el empresario, etc.) la convivencia sería más fluida y más humana.
Dedicado a todas aquellas personas que alguna vez han pensado en abandonar sus sueños
Ignorante en la materia de enseres de oficina, contemplaba el montón de folletos y tarjetas desperdigados por la mesa de mi recién estrenado centro de terapias, pensando en cómo ordenarlos y exponerlos de forma más coherente. Algo tendrá que haber, pensaba, y con esa idea me fui a un lugar donde venden material de oficina. Expuse lo que buscaba y tuve al personal un rato pensando. Pasaron a mostrarme lo que entendían podría acercarse a mi idea, que eran simples bandejas para depositar cartas. No era aquello lo que yo deseaba y la respuesta inmediata que obtuve fue: “no existe”
Es algo habitual, por desgracia, encontrar personas que contestan a eso que buscas con un “no existe”. No pasa nada, esa es su visión y su problema. El nuestro es no hacer caso y seguir buscando, porque de haber consentido con ese “no existe”, yo no hubiera ido a otro lugar en el que descubrí que en realidad existen expositores de todas formas, gustos y precios. Compré mi expositor y descubrí, a modo de metáfora, que aquello que sueñas es real y posible. Muchas mentes pequeñas se empeñan en negar eso, sea porque realmente para ellos no es posible o sea porque su falta de valentía les impide o les impidió en su momento persistir en su búsqueda. Su realidad es esa y así intentan trasladársela a los demás. Eso está bien para ellos, sin duda. El problema es que esa realidad, que es suya, la asumamos como propia.
Sólo habla de frenos o dice “no existe” quien no hace nada por sus sueños. Los soñadores impulsan, creen y valoran. Por eso nunca dejemos de soñar ni de buscar aquello que soñamos porque todo es posible y quizá en el siguiente lugar descubramos que aquello que queremos está en una gran variedad de formas, tamaños y precios.
Por eso, soñadores, que nadie abandone sus sueños.
Recuerda que cualquier momentoes bueno para comenzary que ninguno es tan terrible para claudicar.No olvidesque la causa de Tu presente es Tu pasadoasí como la causa de Tu futuro seráTu presente.Aprende de los audaces,de los fuertes,de quien no acepta situaciones,de quien vivirá a pesar de todo,piensa menos en tus problemasy más en Tu trabajoy tus problemas sin alimentarlos morirán.Aprende a nacer desde el dolory a ser más grandeque el más grande de los obstáculos.