Filigrana

La Escribana del Reino

M. E. Valbuena

Me gusta la filigrana. Mucho. Son una preciosidad todos esos trabajos hechos con esta técnica, sean joyas o no. Me parecen obras de arte esmeradas, cuidadas, trabajadas.

Originariamente la filigrana es una técnica consistente en formar, con finos hilos de oro o plata, delicadas joyas de figuras entretejidas a modo de encaje. Se la debemos, pues, a los orfebres. Sin embargo, hoy utilizamos el término para denominar aquellas obras elaboradas con mucho detalle, sean tejidos, forja, pinturas y hasta platos culinarios.

Me gusta la filigrana artística. La que se muestra. La que se ofrece a los sentidos.

La que no me gusta tanto es la filigrana mental. Esa forma de tirar de un hilo, retorcerlo, mezclarlo con otros, transformarlo en tapiz enmarañado y presentarlo como algo totalmente distinto a lo que fue. Me suena, incluso, a técnica manipuladora.

Es muy fácil tejer hilos a nuestro aire, sin nadie que nos cuestione. Sin contraste. Es muy fácil y muy adictivo. Lo difícil es aceptar que el tejido no gusta, que nos invitan a deshacerlo, que no sirve. Parece que nos aferramos a él como algo nuestro, identificándonos con nuestra creación.

Imagino que los orfebres, en su día, trabajaran bajo encargo y, por ello, estarían expuestos a que su trabajo fuera rechazado por el cliente. Hoy pensamos por nuestra cuenta (creo) pero igualmente estamos expuestos a que nuestras conclusiones mentales no gusten.

Y cuando recibimos críticas, en lugar de cuestionarnos y revisar nuestra elaboración, nos empeñamos en enredar más lo hilos hasta hacerlos incomprensibles. Todo con tal de no deshacer lo hecho, de no retroceder. No nos damos cuenta de que nuestra mente, enredada en su filigrana, acaba por encerrarnos. En una jaula preciosa, sí. Pero jaula a fin de cuentas.