Hacer frente a la adversidad de forma constructiva y
salir fortalecido no es sencillo, pero es posible. La palabra clave es
'resiliencia'
Dado que no vivimos en
una urna de cristal (ni falta que hace), tarde o temprano, la vida le pondrá
por delante una prueba difícil de superar. Un infortunio que, probablemente,
tenga forma de enfermedad o de pérdida y que encajará con mayor o menor
habilidad. Para aumentar la garantía de éxito, un consejo, o mejor, tres: sea
flexible como el bambú, maleable como la arcilla y adáptese al cambio como un
lobo. Solo así, estará en disposición de sobrellevar los peores momentos del
devenir de los acontecimientos. Que, dicho sea de paso, tendrá al menos dos o
tres a lo largo de su vida, según Rafaela Santos, psiquiatra
y presidenta del Instituto Español de Resiliencia (IER).
Parece que nadie se libra de tener que lidiar con varios sucesos trágicos, o al
menos complicados, en su biografía. “El diagnóstico de una enfermedad grave, la
desaparición de un ser querido, un despido o un revés económico son
circunstancias por las que todos pasaremos alguna vez”, apunta.
La buena noticia es
que a pesar de que estos hechos no son algo que podamos evitar ni controlar,
“todas las personas contamos con la capacidad de afrontarlos de forma
constructiva”, asegura Santos. A esa fuerza interior se la conoce como
resiliencia, añade esta neurocientífica: “Nos permite superar cualquier
situación difícil saliendo fortalecido de ella”.
Cómo salir con la
lección aprendida
En este asunto, el
quid de la cuestión reside en cómo salimos del embate. Porque, aunque lo ideal
sería hacerlo con la lección aprendida, no siempre lo conseguimos. “Ante una
situación traumática existen dos opciones: hundirse o crecer”, señala Santos, que
también preside la Sociedad Española de Especialistas en Estrés Postraumático (SETEPT).
“Hemos comprobado a menudo cómo muchas personas, después de haber experimentado
episodios muy difíciles en su vida, cambian su forma de entender el mundo y
adoptan una perspectiva más humana, priorizando lo realmente importante frente
a nimiedades a las que antes otorgaban un protagonismo infundado”, añade la
psiquiatra.
Por su parte, la
psicóloga clínica Noelia Mata, especialista
en Trastornos de la Personalidad y Neuropsicología, coincide con Santos en
señalar que, en ocasiones, el individuo pierde la partida. En este contexto,
Mata apunta tres posibles actitudes ante la adversidad: “En primer lugar, hay
gente que se apunta al victimismo echándole la culpa de lo ocurrido al mundo, a
la vida o a los demás; otros, se enfurecen y se instalan en una actitud
agresiva; y, por último, estarían las personas resilientes que son las que
aceptan la realidad y se adaptan y enfrentan a ella”. Ahora bien, la superación
constructiva de un trauma no significa que debamos pasar necesariamente por
situaciones dolorosas para poder experimentar crecimiento personal. Así lo cree
Santos: “Aunque muchos de los que han ganado este tipo de batallas afirman ser
más felices que antes y consideran que el sufrimiento les ha llevado a ser
mejores personas, no hace falta esa experiencia para ser feliz”.
Mata va más allá y,
además de compartir la opinión de Santos, cree que, para desarrollar la resiliencia
y en última instancia acercarnos a la felicidad, lo ideal es trabajar la
capacidad de resistencia y adaptación desde la infancia. Y para respaldar su
postura la experta hace referencia al neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik, autor de
libros como Los patitos feos. La resiliencia. Una
infancia infeliz no determina la vida (Debolsillo), quien
defiende la idea de que el mecanismo que protege a las personas frente a las
adversidades de la vida se forja en los primeros años de vida gracias a la
interacción que establece con su cuidador, especialmente con la madre, que es
quien provee al niño de la seguridad afectiva necesaria para crear un apego
seguro.
¿Genes o voluntad?
Esa sensación de
bienestar emocional a la que es posible llegar tras la superación de un suceso
trágico, está al final de un recorrido que tiene su origen en los recursos
psicológicos que todos disponemos de forma innata. La doctora Santos defiende
con rotundidad que la resiliencia “no es una habilidad externa, sino una
actitud que se desarrolla en nuestro interior gracias a la plasticidad neuronal
y que se va modificando en función de las experiencias vividas”. Y anima: “Todo
individuo puede acrecentar poco a poco su resiliencia”. Eso sí, también
advierte que no todos tendrán el mismo éxito, ya que si no se le dedica tiempo
y esfuerzo "no se alcanzarán los niveles mínimos de resistencia que
garantizan la superación del suceso”.
Aunque esta psiquiatra
reconoce que en un tercio de la población se puede encontrar una predisposición
genética que determina la capacidad de una persona a ser resiliente, también
recalca que la biología es solo parte de la explicación, “y si no se trabaja
mediante el entrenamiento consciente o se moldea a través de la experiencia, no
pasará de ser una capacidad en potencia”. Por su parte, la psicóloga Mata
tampoco cree que el comportamiento resiliente responda en exclusiva a los
dictados del ADN. Para esta psicóloga, una persona será más o menos resiliente
dependiendo de la combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales.
“Las variantes genéticas interactúan tanto con las ambientales como con las
conductas aprendidas para enfrentarnos de forma positiva a situaciones
adversas”, sostiene.
Esto no es tan
sencillo como 2+2
¿Quién podría negarse
a tener en sus manos las herramientas necesarias para superar un revés de la
vida o alcanzar una meta determinada? Sin embargo, la psiquiatra Santos no duda
un instante en recordarnos que el funcionamiento del cerebro no es tan sencillo
como nos gustaría. Incluso, es mucho más complejo de lo que imaginamos, ya que
se autogestiona y tiene capacidad de responder a cualquier demanda que recibe
del exterior. “Intervienen en él muchos neurotransmisores, y además la mayoría
de ellos están supeditados a que otros hagan de neuromodulador. Es decir, si
uno falla, la cadena se rompe e impide que tomemos las decisiones correctas”,
aclara.
Y, ¿cuáles son esos
eslabones “neurológicos” que integran la cadena? A grandes rasgos, Santos
distingue “tres cerebros” ubicados en tres alturas distintas: “En primer lugar,
está el cerebro más primitivo, donde se encuentran los instintos de
supervivencia; a continuación, el cerebro medio, que es emocional y, por
último, el cerebro superior o racional, el que toma las decisiones”. Cualquier
decisión que tomamos es el resultado del modo en que se conectan los tres
cerebros y, si todo va bien, "es un proceso que arranca con la reacción
instintiva del primero de ellos, la cual da paso a una respuesta influenciada
por las emociones del cerebro medio y, por último, llega al superior que es el
responsable de tomar una decisión basada en la experiencia y el conocimiento,
lo cual es sin duda lo más bonito y, definitivamente, lo más humano”, explica
la psiquiatra.
Sin embargo, este
recorrido ideal en ocasiones se ve truncado produciendo lo que se denomina cerebro
secuestrado. Consiste en que, ante un estímulo muy estresante, "la respuesta se
queda atrapada en el cerebro primitivo sin posibilidad de seguir el ascenso y
tomar una decisión racional fruto de la intervención del cerebro superior”,
aclara Santos. “En cambio, si el estrés es menor se percibe como un reto y
resulta motivador”. Por su parte, la psicóloga Mata ubica la respuesta
resiliente a medio camino entre lo 100% instintivo y lo totalmente racional:
“Un comportamiento resiliente debe implicar una estimación de los riesgos que
conlleva la adopción de una decisión o postura determinada”.
Por lo que pueda
pasar...
Considerar un suceso
objetivamente amenazante como un reto personal es una tarea complicada que
podría simplificarse si nos preparamos para ello desde la infancia. Uno de los
centros donde esto es posible es el IER. Gran parte del trabajo que se
desarrolla ahí se hace desde la prevención. Es decir, preparando a las personas
para afrontar las dificultades de la vida antes de que sucedan. Esta actividad
se lleva a cabo con adultos, pero también se realizan programas para niños. Si
entrenar un cerebro maduro es importante, aún lo es más trabajar el de los
niños. Por eso, “aplicamos la neurociencia en la educación, con el fin de que
los jóvenes maduren adecuadamente”, dice Santos, su presidenta.
En este sentido, y
ante cualquier proceso de aprendizaje, la psiquiatra destaca en su libro Levantarse y luchar (Conecta) el valor del esfuerzo.
“Cualquier persona que lucha por un objetivo, ya sea un desafío personal o en
el caso de un deportista batir una marca o a un rival, debe asumir que lograrlo
supondrá sacrificio y sufrimiento. Y eso no es malo”, concluye Rafaela Santos.
CÓMO SALIR FORTALECIDO
DE LA ADVERSIDAD
Quizás haya heredado
las espaldas de su abuelo y que sean tan anchas que pueda echarse sobre ellas
los problemas propios y ajenos. Pero si no es así, con voluntad, coraje y
determinación también puede conseguir unos hombros fuertes que soporten lo que
venga.
La psiquiatra y
neurocientífica Rafaela Santos, que participó en el pasado encuentro de salud
mental Mens Sana, organizado por El Ser Creativo, señala tres pasos principales
que le servirán de guía para superar la adversidad de forma constructiva:
1. Asuma la realidad. Es
imprescindible que acepte lo que no puede cambiar. Haciendo referencia al
neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, la doctora nos recuerda que la persona
que no acepta la realidad sufre el doble.
2. Adáptese al cambio. En este punto,
intervienen multitud de procesos neuronales cuyo fin último es encontrar nuevas
vías de resolución positivas.
3. Escoja un camino. Por último, la
psiquiatra nos anima a preguntarnos hacia dónde queremos crecer, y a que
actuemos después en consecuencia.
Para completar la
lista, la psicóloga Noelia Mata añade dos más:
4. Busque apoyo a su
alrededor. Las personas de nuestro entorno nos ayudan a tener una visión más
global de la situación, lo cual revierte en una mejor toma de decisiones.
5. Lleve hábitos de
vida saludable. Practicar ejercicio, seguir una buena higiene del sueño o meditar con
regularidad ayudan a afrontar los problemas con más energía.
Tomado de Elpais.es
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