El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 31 de julio de 2018

No eres tu, soy yo...



Viktor Frankl nace en Viena, Austria, en 1905 y muere en la misma ciudad en 1997 de un par cardiaco.

Este es un ensayo de Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra, sobreviviente del holocausto y el fundador de la disciplina; que conocemos hoy como Logoterapia.
No eres Tú, soy Yo...
¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...
Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida.
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros.
Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda. Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.
Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:
"Necesito que Enrique me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".
¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente ésa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?
No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.
Definitivamente nadie puede decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.
La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no es ella... ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.
"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas-la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino".

Nota de la redacción. Amigos de este blog, durante el mes de agosto no vamos a poner entradas. Dejamos esta entrada de 31 de julio para saborearla durante todo un mes. Llevamos diez años puntuales a la cita diaria. Queremos descansar un mes. Hasta septiembre que volveremos a la cita diaria con las mejores ilusiones y ganas. Feliz verano.  
lunes, 30 de julio de 2018

Aferrarse




No te limites
No te aferres
Abre la mente
Abrete a la vida
Libre, sin ataduras, sin miedos...
Deja ir, deja salir, abre los brazos...
domingo, 29 de julio de 2018

La madeja

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena


Hace años tejía mucho. Me encantaba jugar con los colores y las formas hasta crear lo que iba buscando. Me relajaba y me mantenía atada al momento presente. Supongo que no diré una barbaridad si lo encuadro como una de las muchas técnicas de mindfulness que existen.
A veces, las madejas se enredaban y tenía que dejar el tejido y dedicarme a desenmarañar aquel lío para poder seguir.
Recuerdo que lo primero que buscaba era el origen del ovillo, la hebra suelta que me iba a permitir reconstruir de otra forma la madeja. Y, luego, iba deshaciendo nudos, cruzando el recogido de un lado a otro, hasta conseguir una nueva madeja, distinta a la anterior, pero más consistente, más segura y que me permitía trabajar mejor.
¿Por qué cuento esto?
Porque la vida, en ocasiones, es algo parecido. Tenemos que parar nuestro ritmo, dejar lo que nos traemos entre manos y dedicarnos a arreglar enredos, para retomar después nuestro quehacer.
Y en la vida, del mismo modo que en la madeja, hay que encontrar el origen del lío. Aflojar un poco –no tensando para evitar la ruptura– y buscar la hebra que permita ovillar de nuevo, yendo hacia atrás y hacia adelante, pasando en medio de otros nudos aflojados, esperando, retomando.
Cuando miramos el enredo no queremos entrar en él. Nos da tanta pereza arreglarlo que hasta nos planteamos dejar el tejido. Pero cuando reconstruimos y experimentamos qué bien fluimos después, nos damos cuenta de que, de una forma u otra, necesitábamos ese enredo para avanzar de forma más liviana.
sábado, 28 de julio de 2018
viernes, 27 de julio de 2018

Gesto de generosidad

El País

Rubén, un niño de nueve años de La Pobla de Vallbona, en Valencia, pidió que para su comunión, en vez de regalos, le dieran donativos para un centro de acogida en India, un proyecto que había elegido entre los que tiene Manos Unidas. Rubén recibió 7.075 euros de familiares y amigos y los entregó a la ONG, que destinará los fondos a instalar placas solares en la casa, donde viven 60 antiguas niñas de la calle de cuatro a 18 años, en la ciudad de Guawhati.

La decisión fue del niño, pero la idea la tuvo su madre, Amparo García, dueña de una clínica veterinaria en su pueblo, situado a 25 kilómetros al noroeste de Valencia. "Soy anticonsumista. No me gusta el regalar por regalar, almacenar cosas que al final acaban en el vertedero. Un día se nos va a comer la basura", afirma García por teléfono desde su trabajo.

Tampoco le gusta que los chavales reciban tantos juguetes y regalos que, prosigue, dejan de valorarlos. "Si se rompe, da igual, porque después tendrán otro". Y también quería desvincular a su hijo de la idea de que tomar la comunión consiste, sobre todo, en recibir regalos, lo que desde su perspectiva de católica practicante eclipsa el sentido de la ceremonia como "encuentro con Jesús".

El verano pasado, con su letra de niño que iba a empezar 4º de Primaria, Rubén escribió una carta que su madre distribuyó por WhatsApp a los invitados: "Gracias a Dios, tengo todo lo necesario, así que he pensado que si queríais hacerme algún regalo por este día, podéis darle mucho más fruto haciendo una donación anónima para un proyecto de Manos Unidos en el que estoy colaborando".

El mensaje a los invitados iba acompañado de un tríptico escaneado sobre la iniciativa de Manos Unida en la ciudad india de Guawhati, una ciudad de un millón de habitantes situada en el Estado de Assam, cerca de las fronteras con Bután y Bangladés. El centro acoge a niñas que dormían en la calle y, en muchos casos, han sufrido abusos y han sido explotadas, según explica la organización humanitaria. Lo regentan hermanas Salesianas.

Invitados

García, que está divorciada, asegura que todos los invitados, salvo tres "de mentalidad antigua", aceptaron cambiar los regalos por donativos. Después, ella y su hijo llevaron el dinero a la delegación que la ONG de la Iglesia Católica tiene en el centro de Valencia.

Uno de los regalos que sí recibió Rubén fue el tradicional reloj, que la madrina insistió en hacerle, otro fue una mochila. A nadie se le hubiera ocurrido regalarle una videoconsola a Rubén ya que, aclara su madre, en casa no entran "maquinitas".

Ahora las cosas le van bien, pero García cuenta que procede de una familia "que no era de pedir en la calle, pero sí humilde". De niña comía poca carne y muchas patatas y huevos de las gallinas que criaban en casa. Bastante antes de cumplir los 16 ayudaba recolectar naranjas y la cosecha de cebollas. De aquella época le viene su aversión a malgastar.

Un tanto reticente a hablar con la prensa, Rubén dice que está contento de haber donado el equivalente a un centenar de regalos, pero que de momento no tiene pensado salir del país para ir a visitar el centro de acogida del que se ha convertido en benefactor.

jueves, 26 de julio de 2018

PAX VOSTRUM


TOMARSE LA VIDA COMO UN GRAN VIAJE. 

Estamos en meses en los que tradicionalmente, una gran mayoría de los españoles cogemos vacaciones, y además solemos hacer algún viaje. 

¿Y qué sucede cuando haces un viaje? Que lo preparas con ilusión, que planeas lo que vas a hacer, lo que vas a ver, que lo sientes como un tiempo de disfrute, de alegría, de descanso, de recargar pilas, de desconexión...  
No solemos ver nada negativo en irnos de vacaciones. El significado que las damos es que son una maravilla. 

Y ya una vez que estamos disfrutándolas... las exprimimos al máximo porque sabemos que son efímeras y que tiene un comienzo y un final.  Vivimos y sentimos de una manera intensa lo que en ellas sucede, los paisajes, la playa, la montaña, los lugares que visitamos, las personas a las que conocemos, lo que tocamos, olemos, sentimos, vemos...    Sabemos que todo eso pasará y lo aceptamos sin rechistar...  Son vacaciones y punto. 

¿Qué pasaría si enfocáramos la vida de la manera que lo hacemos con nuestros viajes, con nuestras vacaciones?

En realidad, tienen mucho en común. Los viajes, las vacaciones, la vida, pasan, son efímeros, y todo lo que en ellos se contiene, viene y se va.  
¿Y si aprendiéramos a vivir teniendo esto muy presente? 

Las personas con las que compartimos, los bienes de los que disfrutamos, las circunstancias que en este momento nos rodean..., todo pasa, todo también viene y se va... , como si fuera un largo viaje...

Siente, vive, ríe, llora, ama, come, disfruta, abraza, experimenta, prueba, exprime, descansa, haz, no hagas, percibe, huele, respira, admira, empápate...., porque quizá mañana el viaje se acabe....

Beatriz. 
miércoles, 25 de julio de 2018

El arte de dialogar

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Actualmente, “diálogo” es una palabra que está de moda, en nuestro país, sobre todo entre la clase política. Todos, unos y otros, dicen que quieren dialogar, que tienden la mano abierta al adversario político, pero después de varios años no han llegado a ningún acuerdo. Posiblemente sea verdad, que todas las manos están tendidas, pero ninguna encuentra a la otra para darse un apretón y firmar un pacto. Por algo será. También podemos decir que a otros niveles (familiar, laboral o de amistad), con frecuencia, ocurre algo parecido. Pero, ¿qué significa dialogar?
Alguien  ha dicho que “dialogar es el arte de pensar juntos” Esto supone que no se impone un criterio sino que desde el respeto hacia el otro se llega a una conclusión que satisfaga a ambos. El diálogo es una forma de comunicación oral o escrita. Es un intercambio de información y su finalidad es  encontrar la verdad personal (Diálogo socrático) o de una cuestión en particular.
Podemos decir, pues,  que dialogar es un arte, algo más que un intercambio de ideas. Dialogar, en definitiva, implica hablar, callar y escuchar, para juntos encontrar la solución a un problema.
Dos personas auténticas son las que pueden establecer un verdadero diálogo que les ayude a progresar y crecer psicológicamente. Pero como esta situación no es la más frecuente, hay que tener en cuenta algunas “reglas de oro” para que el diálogo sea positivo:
Sentido de la oportunidad: no podemos decir siempre y en cualquier instante lo que creamos, por la sencilla razón que sea verdadero. También para “dialogar en la verdad” hay que buscar el momento más idóneo para comunicarse.
Ponernos en la piel del otro: no podemos dialogar como si fuéramos dos extraños; así el diálogo sale contaminado; se impone un esfuerzo por intentar comprender la posición del contrincante, no para asumir todo lo que nos diga, sino para comprender al menos su postura.
Las prisas son malas consejeras del diálogo: no podemos dialogar bien si ponemos tope al tiempo que le podemos dedicar. Si decimos “tengo dos minutos, después tengo que irme”, estamos destruyendo el diálogo antes de empezar. Se necesita una dedicación temporal y además una exclusividad: podremos dialogar mejor cuanto más centrados estemos en el tema a tratar.
El arte de dialogar no es conseguir que el otro haga lo que uno desea sino compartir opiniones y proyectos para encontrar la mejor solución. Dialogar es un proceso de búsqueda de la verdad (no mía ni tuya sino la “verdad del nosotros”) que presupone el renunciar a los pre-juicios. Es decir, debemos partir de cero. Aquí podemos recordar un pensamiento de A. Machado:
"¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela”.
martes, 24 de julio de 2018

Hasta el alma

Rupi Kaur
Poeta india afincada en Canadá

Fue cuando dejé de buscar un hogar en los otros
y levanté los cimientos de un hogar dentro de mí,
que encontré que no había raíces más íntimas
que las que hay entre una mente y un cuerpo
que han decidido estar completos.
lunes, 23 de julio de 2018

La comprensión de lo que somos es la mejor noticia

Enrique Martínez Lozano


Lo que habitualmente se entiende por “yo” es solo una ficción. A no ser que utilicemos ese término para nombrar el centro psíquico que dirige nuestra actividad mental y emocional. Pero el hecho de que en nosotros haya actividad psíquica, así como posibilidad de cambio, no implica que exista “alguien” detrás. Todo es un despliegue de la consciencia que, en los seres humanos, se hace más “autoconsciente”. De ahí que seamos capaces de aprender y de transformarnos, pero todo ello, como decía, no requiere en absoluto la existencia de un “yo”. Más aún, tal idea solo aparece por un motivo: porque la mente se apropia de la consciencia y la considera una cualidad de sí misma.
Basta tomar un poco de distancia para darse cuenta de que la idea del “yo” es solo un pensamiento, nacido a partir del mecanismo mental de la apropiación de lo percibido. Y que, en un segundo momento, es la misma mente la que viene a confirmar que aquel pensamiento es algo –“alguien”– real.
Pero la realidad es que no existe un “yo” nada más que en nuestra propia mente. No existe por tanto “nadie” que sufra nada ni “nadie” que pueda hacer nada. Todo es un despliegue “impersonal”, porque no somos la “persona” que nuestra mente piensa, sino la propia y única Consciencia que se expresa en todo. Todos somos “disfraces” de la Vida; el disfraz padece el “mal”, pero lo que realmente somos se halla siempre a salvo.
La comprensión que brota de la no-dualidad es buena noticia. A partir de esta comprensión, permitimos que la Vida fluya también a través de nosotros. Hemos descubierto que era precisamente la identificación con el yo la fuente de toda confusión y de todo sufrimiento. Superado ese engaño, todo se hace patente: si creo ser el “yo”, veré el “mal” como todo aquello que lo ponga en peligro o lo amenace. Si sé que soy la Vida, ¿dónde está el “mal”? También la persona que experimenta dolor es, más allá de esa forma, Vida que se halla a salvo. Desde la comprensión de lo que soy, “haré” –la Vida hará– todo lo que pueda por cada ser, pero ya no los reduciré a la forma que mi mente ve.
En el nivel relativo –aparente, de las formas–, seguiremos hablando de “bien” y de “mal” pero, llegada la comprensión, lo haremos desde la certeza de que, en realidad, solo hay Bien sin opuesto, que es uno con “Lo que es”, con la Verdad y con la Belleza.
domingo, 22 de julio de 2018

No siempre

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena
Jugando al despiste. Foto Jesús Aguado
No siempre tenemos la misma inspiración para escribir, esculpir, cocinar o, en definitiva, crear. Hay veces que nos descubrimos pastosos, nebulosos, apáticos y sin ningún brío artístico.
No siempre tenemos la misma paciencia para aguantar las mismas cosas, las mismas bromas, las mismas situaciones y hasta a las mismas personas. Y nos sale eso de “¡No puedo más!” con bastante soltura.
No siempre tenemos clarividencia para analizar y percibir lo esencial, para ver más allá, para captar el mensaje oculto de la vida. Nos mareamos de dar vueltas y vueltas a un aparente sinsentido y no llegamos a una lógica solución (como si las soluciones de la vida fueran lógicas).
No siempre estamos alegres, ni optimistas, ni encaramos la vida con flexibilidad y apertura. Es más, la mayor parte de las veces, queremos controlar tanto que nos auto-asfixiamos y nosotros mismos generamos una malla de amargura. No vemos, ni queremos ver, otra cosa que aquella que confirme nuestra posición.
No siempre salen las cosas según nuestro planteamiento, lo que no significa que no salgan de la mejor forma.
No siempre nos dejamos querer ni acompañar en el dolor. Al contrario, encubriendo nuestra vulnerabilidad, nos lanzamos –compromiso en ristre y sonrisa formal– a salvar a quien no necesita serlo, justificando así nuestro papel en el mundo. La autosuficiencia nos envalentona y nos aleja de lo que en verdad necesitamos.
No siempre confiamos, y ahí radica gran parte de nuestro sufrimiento.
No siempre nos salen motivos de agradecimiento, pero siempre, siempre, siempre, los hay.
viernes, 20 de julio de 2018

Conocerse
para crecer

Marieli


Conocerse para crecer, este título del curso me evoca mucho significado y lo que más me dice es la palabra crecer. Si analizo todos los talleres y cursos que he hecho hasta ahora iban encaminados hacia ese fin, crecer y lo que siento es que no he dejado de hacerlo desde que llegué al Teléfono de la Esperanza de León. Ahora, analizando este curso y en una primera impresión de él, es que me ha dado luz y claridad para entender patrones de comportamiento que sobre todo salen a relucir cuando voy en piloto automático, son mis raíces, verlo, ponerle nombre, poderlo sacar y ese darme cuenta es el punto de partida para saber más acerca de mí, para reconciliarme conmigo misma y con mi forma de ser, para poder aceptar y soltar. Soltar peso de la mochila…
Me ha gustado también tratar el tema transpersonal y dar un paso más allá, hacia la espiritualidad, desde el respeto de que cada uno la experimenta desde sus creencias y experiencias. También me ha llamado la atención cómo a lo largo del curso ha cambiado mi visión de mi familia original, ha sido muy curioso y sorprendente descubrir este cambio que francamente me ha sorprendido.
A partir de ahora, ¿qué? En estos días me ha pasado un suceso donde he reconocido que mi actitud hacia él viene de un mandato parental y el hecho de poder poner luz, de darle nombre y saber el porqué, hace que hoy pueda decidir que esa circunstancia no me condicione mi vida y cómo enfrentarme a esa emoción.
Agradezco todo lo aprendido, todo lo vivido, todo lo experimentado en este curso; se lo agradezco a mis compañeras y compañeros, a todos los voluntarios que lo han hecho posible, Alfonso, Carmen y Juan; especialmente a Carmen que nos ha dirigido con su inmenso amor.
jueves, 19 de julio de 2018

Tú eres





Tú eres aquel con quien me despierto cada mañana. Aquel con el que respiro, aquel cuyo latido siento como mío.
Tú eres aquel con el que camino, aquel con el que hablo y canto, aquel que se queda conmigo en cada momento de despertar de cada día sagrado.
Tú eres aquel con el que me enfermo, con el que lloro, aquel cuya ira y alegría y duda surge a través mío como fuego.
Tú eres aquel con el que moriré, aquel a cuyos brazos regresaré. Tú eres aquel que veo en cada rostro, brillando a través de cada par de ojos, resplandeciendo a través de los silencios, los senderos de polvo y los espacios en el follaje.
Tú eres mi constante compañía, mi hogar, mi razón, mi alegría, mi vida. No podemos ser separados, no podemos ser dos, e incluso “Uno” es demasiado para nosotros.
Entono esta canción para mí mismo, desapareciendo en ella, y nunca estoy solo. 
miércoles, 18 de julio de 2018

Yo/testigo

Enrique Martinez Lozano


Ante el mismo hecho, el yo se sentirá abatido, desconcertado e irremediablemente hundido. El Testigo –la Consciencia que atestigua–, por el contrario, observa todo, acoge todo, permite todo…, sabiéndose plenamente a salvo. No solo eso, sino reconociendo que todo lo que ocurre es oportunidad de comprensión y de crecimiento en la consciencia de quienes somos.
En ese sentido, toda crisis nos hace una doble llamada: a soltar y a comprender. Soltar todo para comprender que somos aquello que nunca podremos soltar: la pura Presencia. Comprender esto de modo cada vez más vivencial y de manera más estable hace que la crisis sea bienvenida. A esto se refiere aquel dicho sufí, cargado de sabiduría, según el cual, “cuando el corazón sufre por lo que ha perdido, el espíritu sonríe por lo que ha encontrado”.
Desde la comprensión de lo que somos, hallan profundo eco en nosotros las palabras de los sabios. “La esencia de la sabiduría –afirmaba Nisargadatta– es la total aceptación del momento presente”.“¿Cómo deberíamos vivir?” –se preguntaba la beguina Matilde de Magdeburgo–. Y ella misma respondía: “Vive dándole la bienvenida a todo”. San Juan de la Cruz apunta a esa misma clave: “Me parece que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es”. Y el propio Nietzsche, desde un marco ideológico aparentemente bien distante, expresa así el anhelo de su corazón: “«Amor fati»: ¡que ese sea en adelante mi amor!… Y, en definitiva, y en grande, ¡quiero ser, un día, uno que solo dice sí!”.
Desde el yo, no solo no tenemos explicación para los hechos que nos duelen o frustran, sino que resulta absolutamente imposible salir del laberinto de confusión y de sufrimiento en el que nos sumergen. El yo seguirá siempre con su misma música: “Esto no debería haber (me) pasado”. Y, a partir de ella, alimentará todo tipo de sentimientos que no harán sino incrementar el sufrimiento. Sin embargo, si observamos el mismo hecho, no desde el yo, sino desde el Testigo o desde la Presencia que somos, se producirá un alineamiento con lo que es, que se traducirá en aceptación y paz.
Y ahí se habrá dado en nosotros un paso decisivo en comprensión: no busco lo que quiere el yo, sino lo que la Vida quiere. O tal como lo expresara, de manera sublime, Marco Aurelio: “Todo se me acomoda, oh Cosmos, lo que a ti se te acomoda”. ¿Por resignación o claudicación? En absoluto; por sabiduría: porque he comprendido que soy uno con la Totalidad. Totalidad radiante que en todo, sin excepción, incluido aquello que me frustra o desconcierta, se está expresando en este preciso instante. Así comprendido, el instante –no pensado– es la Eternidad; cada forma es Plenitud.
martes, 17 de julio de 2018

Lo decisivo es el “desde dónde”

Enrique Martinez Lozano


Ante lo que llamamos “mal”, la mente se queda sin respuesta. Ni lo sabe explicar ni sabe qué hacer ante él. Se ve incluso incapaz de aceptarlo. Por lo que, ante ello, solo le quedan dos salidas: hundirse en la desesperanza o instalarse en la resistencia que vive rebelada contra el “mal”.
La lucha contra el mal –aun vivida desde una actitud noble y compasiva– suele esconder motivaciones no tan limpias: desde la incapacidad de aceptar la realidad como es hasta la necesidad de paliar inconscientes sentimientos de culpabilidad, desde el afán de autoafirmación en un compromiso “noble” hasta la búsqueda de reconocimiento por parte de los demás.
Cuando tomamos distancia de la mente (del yo), todo se modifica. La comprensión no nos dirá qué tenemos que hacer, pero nos situará en la actitud y el “lugar” adecuado para que la acción que brote en cada momento sea también la ajustada.
Gracias a ella nos hacemos conscientes de que lo realmente decisivo es el desde dónde: desde dónde acojo el “mal” y desde dónde brota mi acción frente a él. Si estoy identificado con el yo, lo más probable es que, tanto mi percepción como mi acción (o mejor, reacción) no consigan otra cosa que incrementar el sufrimiento y, en último término, la locura del mundo.
Únicamente la comprensión de quién soy hará posible que me viva desde la Sabiduría que –aunque mi mente no lo entienda– rige todo el proceso. Es esa misma sabiduría la que nos muestra quesomos Vida, Plenitud y Totalidad.
Eso significa, en primer lugar, que el “mal” nunca puede afectarnos decisivamente en lo que somos. Sentiremos dolor, miedo, tristeza, angustia…, porque somos seres sintientes y dotados de una rica sensibilidad. Pero, aun en medio de toda esa vorágine de sentimientos que parecen desbordarnos, lo que somos –Lo que es– se halla siempre a salvo.
Tal comprensión me capacita para acoger mi propio dolor desde la aceptación limpia, como oportunidad de aprendizaje, en una actitud equilibrada entre la resistencia estéril y la resignación paralizadora.
La misma comprensión me hace ver que todo sin excepción es la Totalidad misma desplegándose. Por lo que no caigo en la trampa de imaginar una Totalidad “al margen” o “más allá” de lo que en este mismo momento se está produciendo. Yo mismo soy –con todos los seres– esa misma Totalidad, también en este momento en que siento dolor, soledad, vacío… Todo, sin excepción, es la Totalidad una expresándose o manifestándose bajo todo tipo de “disfraces”. Carece de sentido querer encontrarme con la Totalidad después de que supere este sentimiento doloroso o aquella situación de injusticia: todo ello es ya, en este mismo instante, la Totalidad.
Lo que de ahí se deriva es una aceptación profunda, que no nace de algún tipo de voluntarismo, sino del hecho mismo de comprender que somos esa misma Totalidad. La aceptación es, sencillamente, alineación con lo Real, tal como han expresado los sabios en algunos textos que reproducía en una entrega anterior: “La esencia de la sabiduría –afirmaba Nisargadatta– es la total aceptación del momento presente”. “¿Cómo deberíamos vivir?” –se preguntaba la beguina Matilde de Magdeburgo–. Y ella misma respondía: “Vive dándole la bienvenida a todo”. San Juan de la Cruz apunta a esa misma clave: “Me parece que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es”. Y el propio Nietzsche, desde un marco ideológico aparentemente bien distante, expresa así en anhelo de su corazón: “«Amor fati»: ¡que ese sea en adelante mi amor!… Y, en definitiva, y en grande, ¡quiero ser, un día, uno que solo dice sí”. El sabio adopta la actitud que Ortega y Gasset expresara con estas palabras: “A ser juez de las cosas, voy prefiriendo ser su amante”.  Y vive la rendición lúcida que pregonaba Marco Aurelio: “Todo se me acomoda, oh Cosmos, lo que a ti se te acomoda”. La sabiduría es, por decirlo brevemente, amar lo que es.
La acción brotará también de esa misma comprensión, que me hace ver que todo otro soy yo. No será un yo que hace algo por los demás, sino la Totalidad que, en mí, se ofrece amorosa y servicial, comprometida y solidaria, a los demás. No sé lo que tendré que hacer, pero sé que se hará, a través de mí, en cada momento lo adecuado.
lunes, 16 de julio de 2018

A la luna

El rincón del optimista
Juan


En mi etapa de universitario en Madrid eran muchas las tardes, sobre todo en primavera, que camino de la facultad a casa me detenía en el Templo de Debot para disfrutar de las impresionantes puestas de sol que se observan desde esa atalaya. Ya sabes, esos edificios egipcios situados cerca de la Plaza de España que fueron donados a nuestro país por el gobierno de Egipto para evitar que quedaran inundados tras la construcción de la gran presa de Asuán.
Una de esas tardes de ocaso idílico aproveché para visitar una exposición itinerante que había montada en uno de esos bellos edificios de piedra. Y cuando bajé las escaleras de salida fui testigo de una de las discusiones más esperpénticas que recuerdo. Te pongo en situación: un policía local de Madrid y un vigilante del Ayuntamiento, ambos ya metidos en años, discutían sobre la luna; sobre el tipo de astro que es y sobre si el hombre había llegado a alunizar, pues uno lo aseguraba y el otro no se lo creía. Justo cuando me disponía a abandonar el lugar me echaron el alto los señores agentes de la autoridad:
–Oye, tú que pareces estudiado… Estamos hablando de si la luna es un planeta o un astro –me interrogó el ‘local’–.
–Ni una cosa ni la otra. Es un satélite –les respondí–. La Tierra sí es un planeta que gira alrededor del sol, pero la luna es un satélite porque gira alrededor de la tierra.
–Y que este no se cree que el hombre haya estado en la luna –continuó el agente en un tono en el que alargaba y modulaba las palabras–.
–Sí hombre –aseguré yo–, los primeros en ir fueron los americanos en 1969, aunque los rusos habían llegado antes con varios cohetes, pero sin tripulantes a bordo.
–¿Pero cómo van a haber llegado ahí, con lo lejos que está? Qué no, hombre, qué no –se enrocaba el vigilante–.
–Es que fueron de noche… –bromeé–.
No cogieron mi chiste. Me alejé de allí dejando a la pareja con aquella discusión bizantina llegando a sospechar que se trataba de una broma que me querían gastar, de esas del tipo de cámara oculta. Pero qué va, aquel encuentro breve que viví en directo fue auténtico y lo he revivido muchas veces a lo largo de los años.
Y quieres creer que pasado el tiempo he llegado a identificarme con el incrédulo vigilante del Templo de Debot y a cuestionarme, como sostienen algunas teorías de la conspiración, que lo del Apolo 11 de aquel 16 de julio de 1969, lo del alunizaje de Armstrong, Aldrin y Collins, no fuera más que un burdo engaño, una simulación realizada en unos estudios de cine retransmitida a todo el mundo por televisión, pero desde algún punto secreto de este mismo planeta Tierra. Que todo fue consecuencia de querer llegar antes a la ansiada meta en la carrera espacial que se disputaban la FKA de la URSS y la NASA de EE UU, entre Kennedy y Podgorni, y que jamás se realizó aquella travesía de 400.000 kilómetros que distan entre la Tierra y la Luna. Les achacan a los ‘cineastas’ fallaron, por ejemplo, que pusieran ondeando la bandera americana que supuestamente clavaron los astronautas yanquis en el suelo lunar, cuando se sabe que en la luna no hay viento, ni siquiera una brisa suave.
En fin, que yo prefiero seguir viendo a nuestra luna como LA SEÑORA, un elemento de decoración cinematográfico que me embelesa en las noches serenas y donde sigo viendo reflejada la mirada de la/s persona/s que se fueron de mi lado para siempre.
Asín sea.
domingo, 15 de julio de 2018

En determinados momentos

La Escribana del Reino
M. E. Valbuena

Efímero. Foto Jesús Aguado

Hay momentos en los que, por distintos motivos, nos puede la ansiedad. Y entonces no podemos leer, porque no nos enteramos de lo que leemos veinte veces; ni escribir, porque no damos coherencia a los argumentos; ni colocar, porque lo hacemos tan a lo tonto que no recordamos después dónde guardamos; ni podar las plantas, porque cortamos por dónde no corresponde; ni cocinar, porque es un peligro; ni otro montón de cosas.

En estas ocasiones, a veces recurro a mirar fotografías. Y esta técnica, que me saca de la ansiedad del presente, me da perspectiva y me serena.

Veo, por ejemplo, a personas sonriendo a una cámara, que estuvieron junto a mí y hoy ya no están. Veo paisajes que me traen vivencias experimentadas en ellos. Veo situaciones de celebración que no podrían repetirse a día de hoy. Veo casas que ya no existen y objetos que se perdieron en el limbo.

Me veo a mí misma, más joven, pero no sé si más feliz que ahora.

Veo, en definitiva, el paso de los años. Y llego a una conclusión: cuánto tiempo vivido, cuántos momentos buenos y no tan buenos acumulados a lo largo de una vida, cuántos detalles, cuántas miradas, cuántas sonrisas…

Tengo la sensación de que todo ha pasado muy deprisa, de que el ritmo de mi vida ha sido ágil, de que –a pesar de intentar estar siempre en el presente, aprovechándolo al máximo– ha habido muchas cosas que se me han escapado entre las rendijas del tiempo.

Y constato –como otros lo hicieron antes que yo– que esta vida es un soplo.

viernes, 13 de julio de 2018

Confianza

Christian Bobin


La culpa es una creencia errónea, de efectos devastadores.
Solo se puede vivir desde el miedo o desde el amor, desde la culpa o desde la confianza. ¿Desde dónde vivo?
“La confianza es la base de la vida. Hay que tener un suelo por el que andar porque a veces la tierra física, la tierra psíquica, la tierra material se hunde bajo los árboles. Hay un suelo debajo del suelo, y este subsuelo es la confianza….
La confianza está siempre aquí, incluso cuando la pierdo no está muy lejos de mí. Cuando la pierdo sé que está en la habitación de al lado y que, tarde o temprano, la encontraré. Tener confianza en la vida es tener la intuición de que no se dañará a lo más querido y a aquello que no conseguimos ni nombrar. Hay que comprender que en lo profundo no estamos en peligro” . 
jueves, 12 de julio de 2018

Las dos caras
de la hospitalidad

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


Para el Diccionario de la Lengua Española, hospitalidad, tiene dos significados: a) acogida y asistencia a los necesitados y b) recibimiento afectuoso que se hace a los visitantes. Es decir, la hospitalidad se puede ejercer ofreciendo cariño y amor a las personas que se encuentran en dificultad y también, y la acepción más conocida, como dar cobijo y protección al viajero.
El ser humano es hostil a lo extraño, a los que piensan, sienten diferentes a nosotros, y no solamente al extranjero que viene de lejos.
El “nuevo extranjero” en nuestro mundo cambiante, no es solamente el que viene de un país lejano, sino aquel que por su situación personal, social o familiar se encuentra en una posición de debilidad o sufrimiento. Es decir, “el extranjero”, en sentido amplio, también es aquel que aunque viviendo en nuestro mismo barrio, pueblo o ciudad es “diferente” por su ideología, situación psíquica o social.
La hospitalidad, pues, no se concretiza en un espacio o en una conducta con las personas extrañas, sino que es una actitud  de acogida ante lo distinto: así, el médico puede ser hospitalario ante el enfermo, o el amigo ante su compañero angustiado, y cómo no, cualquier ser humano ante el emigrante.
En definitiva, la hospitalidad la podemos ejercer ante el débil, vulnerable, tanto a nivel psicológico como somático o social e incluso en la dimensión espiritual. Así, pues, la hospitalidad tiene dos caras: la que se ejerce con el emigrante y la que se ejerce con el débil y necesitado. Sintetizando podemos decir que actualmente existen dos personajes que pueden ser objeto de nuestra hospitalidad: el emigrante y el que sufre.
Ser hospitalario en la vida cotidiana
La hospitalidad también se puede ejercer en nuestra familia, nuestro trabajo o en el contacto con los amigos. En este ámbito ser hospitalario es observar a los demás y poner las antenas para captar sus necesidades; es anteponer la necesidad del otro a las propias; ser hospitalarios también es ser sensibles a las “dolencias del alma” del otro, no solo de sus necesidades biológicas.
La hospitalidad presupone el ofrecimiento de algo a alguien sin pedir nada a cambio, sin poner la mano para recibir una recompensa. Eso sí, el hospitalario no es un mendigo de amor (como el neurótico) sino una persona que es capaz de poner al servicio del otro su experiencia, su dinero, su saber y su tiempo.
Ser hospitalario con la minusvalía, con la carencia del prójimo, presupone partir de la propia conciencia de ser limitado; si somos dogmáticos, arrogantes y autosuficientes, podremos ayudar pero no transmitiremos hospitalidad. Esta va unida a la capacidad de renuncia por el otro, aunque por ósmosis nos sintamos enriquecidos por la respuesta del ayudado. Se produce una acción como en los vasos comunicantes: un cambio en un punto cualquiera del circuito repercute de forma potencial en el otro extremo.
La hospitalidad es ayudar al otro, por el otro sin buscar la compensación inmediata, ni monetaria, ni siquiera afectiva. La experiencia de hospitalidad  produce un sentimiento de bienestar, que no es posible describir. Ser hospitalario no se puede pesar ni medir. Se es o no se es. A partir de esta vivencia de ayuda uno descubre sus  sombras y dificultades y puede iniciar un nuevo camino en su propia escala de valores y proyectos.
En nuestra “aldea global” es imprescindible crear un contexto en que todos nos sintamos cuidados y protegidos por el otro. Es lo que se consigue con una “cultura de la hospitalidad”, que se basa en el respeto hacia al otro, o aún más, situar al otro como el eje de nuestras vidas. En definitiva, la esencia misma de la hospitalidad es lo que declara la Carta de los Derechos Humanos: libertad, igualdad y fraternidad.