Enrique Martínez Lozano
La atención trae de la mano varios “regalos”, de los que deseo destacar los siguientes: novedad, creatividad, disfrute, amor y comprensión. (En otra entrega, me detendré en un análisis más detallado de los frutos que produce).
Donde hay atención hay novedad. En realidad, todo es siempre nuevo: ni siquiera el paso que doy en este instante es igual al paso anterior. Lo que ocurre es que la mente, al etiquetar los objetos y las acciones –pensar equivale a etiquetar–, parece arrebatarles la novedad: cuando eso sucede, ya no vemos el objeto, sino nuestros propios pensamientos acerca de aquel; del mismo modo que no vemos a la persona que tenemos delante, sino nuestro pensamiento (“etiqueta”) acerca de ella. Por ello, mientras la atención permite descubrir la novedad, la mente convierte todo en rutina.
Donde hay atención hay creatividad. La creatividad no nace de la mente –aunque luego “pase” a través de ella–, sino de la comprensión o de la sabiduría. La mente remite siempre al pasado –pensar es barajar lo ya aprendido–; la creatividad nos sorprende y se expresa, no a través de ideas o razonamientos, sino en forma de intuición. Esto explica que, en la medida en que acallamos la mente pensante –más o menos hiperactiva–, seamos testigos admirados de la creatividad que emerge en nuestra existencia.
Donde hay atención hay disfrute. No un disfrute asociado a un objeto en particular o al logro de algún resultado, sino aquel que acompaña siempre al hecho de ser, a la pura presencia, a la novedad, es decir, a la atención. A falta de atención, si no hay estímulos gratificantes, lo que aparece es aburrimiento. Así como el disfrute viene con la novedad, el aburrimiento acompaña a la rutina.
Donde hay atención hay amor. Donde hay pensamiento hay juicio, etiquetación y, con frecuencia, comparación. En esos casos, el amor genuino y gratuito se hace difícil. Por el contrario, la atención (o consciencia) es siempre amorosa. Cualquiera puede experimentar que atender equivale a amar: se espresencia para el otro. Porque se suspende radicalmente el juicio y porque –aunque la mente no lo haga consciente– atender conlleva comprender que no existe nada separado de nada, y que todo otro es no-separado de mí. La realidad es no-dual, pero la mente induce al error de pensarla separada.
Donde hay atención hay comprensión. Pensar, decía, es siempre una actividad anclada en el pasado. Porque significa poner nombre y forma a todo lo que aparece ante nosotros. Ahora bien, para poder llevar a cabo esa tarea, requiere hallar referencias previamente almacenadas en el cerebro; es ahí donde encuentra las “etiquetas” que le parecen más apropiadas para definir cualquier objeto. La atención silencia todo ello, lo cual permite que afloren luces nuevas en forma de intuición, con lo que experimentamos que la atención es fuente de creatividad.
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