Enrique Martinez Lozano
Pensar y atender dan lugar a dos modosde conocer. El primero es el modelo mental o dual; el segundo, el modelo no-dual. Ambos son valiosos y de ambos tenemos necesidad.
El modelo mental es el adecuado para operar en el mundo de los objetos. El no-dual es imprescindible si queremos acceder a lo que transciende lo puramente fenoménico. En el primero impera el verbo pensar; en el segundo, atender.
¿Cuáles son las posibles trampas? Brevemente, podrían formularse de este modo: despreciar el pensamiento o ignorar la atención. En el primer caso, no solo nos vemos privados de una herramienta extraordinaria, sino que fácilmente podemos caer en la irracionalidad. En el segundo, reducimos lo real a aquello que la mente puede percibir, con lo cual nos cegamos arbitrariamente a toda aquella dimensión profunda que únicamente se nos hace visible a través de la atención; se ha reducido el conocer al pensar.
Entre ambos errores, la actitud sabia consiste en utilizar la mente (el pensar) desde la atención. Al hacer así, no solo se experimenta una descansada unificación, sino que la propia mente mejora su lucidez y su rendimiento. El motivo es sencillo: se ha convertido en herramienta –canal, cauce– de la sabiduría que contiene la atención (o consciencia).
La atención es una capacidad de todo ser humano, pero necesita ejercitarse, entrenarse. Cuando esto no ocurre, fácilmente queda ignorada y tal vez atrofiada. Por el contrario, en la medida en que nos adiestramos en ella empezamos a percibir, en mayor o menor medida, los frutos que la acompañan.
Procedemos de una cultura que, en la práctica, ha absolutizado el modelo mental –el pensar–, ignorando casi por completo el lugar de la atención desnuda. Debido a ello, hemos confundido el conocer con el pensar, y la sabiduría con la erudición, sin darnos cuenta de que todas las complejas elucubraciones que nuestra mente elaboraba eran simplemente eso: construcciones mentales, interpretaciones escuchadas a otros, en definitiva, puras creencias que dábamos por válidas. El mismo recurso a citas eruditas de pensadores sesudos para rubricar las propias afirmaciones no hace sino corroborar la absolutización del pensar y el olvido de la atención, a los que me refería.
Erudito es el que piensa, conoce lo pensado por otros y elucubra en torno a cualquier cuestión con menor o mayor ingenio. Sabio es quien, además de utilizar la mente (pensamiento), conoce el “secreto” de lo real, porque lo hasaboreado y, en última instancia, porque lo está siendo. El erudito piensa sobre algo; el sabio conoce aquello que es.
Necesitamos la erudición, pero esta solo encuentra su lugar adecuado cuando se vive desde la sabiduría, que requiere el ejercicio de la atención. Toda persona que se adiestra en ello es sabia. Porque la sabiduría no es el resultado de algún esfuerzo –forma parte de nuestra verdadera identidad–, sino una riqueza que constituye a todo ser humano. Es cierto que puede permanecer ignorada y oculta –como un tesoro escondido–; la atención es el camino para que pueda emerger. En conclusión, el camino de la sabiduría es el camino de la atención.
Se trata de un camino que consiste en quitar pensamiento y poner atención. ¿Cómo hacerlo en lo concreto? Podemos ejercitarnos en prácticas formales –entrenando mantener la atención en un objeto: respiración, sensaciones corporales, cualquier objeto concreto, observando la mente…– o en la vida cotidiana –poniendo atención en todo lo que nos rodea, lo que hacemos, lo que pensamos…–.
El entrenamiento de la atención, paciente y perseverante –el paso del yo pensante al Testigo–, nos regalará el tesoro de la sabiduría y, en último término, la comprensión de lo que realmente somos.
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