Hay cosas agradables en el mundo. Muchas, la verdad. Pero pocas habrá tan gratas para mí como el olor a lavanda.
Suelo tener ramos de lavanda en casa, por lo que es un aroma que me acompaña casi siempre: cuando abro la puerta de casa o la de los armarios, cuando salgo al jardín, cuando subo la escalera…
Este verano, al regresar de un viaje, me recibió el olor de la lavanda que, por la noche, aún es más intenso. Y en ese momento –aunque la hora era ciertamente intempestiva– volví a agradecer ese recibimiento, esa vuelta a casa a lo grande, ese regreso a lo que es mi hogar.
Creo que cosas como ésta son las que marcan la diferencia entre casa (lugar físico e impersonal) y hogar (lugar físico personalizado). Los detalles, los olores, los adornos o la ausencia de ellos, el desgaste y los rayones… eso configura un hogar y las vibraciones que se dan en él.
Todos conocemos casas ostentosas, o simplemente bonitas, con no muy buenas vibraciones, y casas sencillas y hasta humildes en las que da gusto estar. A estas alturas supongo que ya distinguimos qué lugares nos acogen (con las condiciones que sean) y cuáles invitan a marchar (aún de forma sibilina).
No pretendo decir con esto que el olor de la lavanda sea lo que marque la diferencia. Habrá gente que no lo soporte, por supuesto. Sólo que, para mí, es el olor de mi sitio, de mi casa. Y cuando estoy en lugares donde huelo a lavanda me siento “en casa”.
Lo principal es volver a casa, al hogar, a nuestra morada.
ResponderEliminarOXO
Entre el mar y la lavanda ... BlueBoy
ResponderEliminarTengo muy buenos recuerdos de los mares de lavanda
ResponderEliminarQué belleza descubres en la sencillez, en un olor simplemente...
ResponderEliminarBienvenido a mi sencilla casa, me gustaría que te sintieras a gusto en ella.
ResponderEliminarJF
Me suena esta exposición.
ResponderEliminarEl amor de mi vida es mi apartamento; pequeño, sencillo, práctico, y muy luminoso. Pepi