El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra
Una señora acudía a una cita con bastante retraso. Por el camino, iba muy nerviosa pensando que "debería" haber salido antes: "¡madre mía, qué horror!, ¡qué tarde!, ¡pero qué imbécil soy!, ¡debería haberlo previsto!,..." Llega al andén del metro, se abren las puertas de un vagón, accede a su interior y, en esto, un señor que iba sentado se levanta y muy amablemente le dice: "por favor, siéntese usted"... La señora sin pensárselo mucho le responde: "no gracias, llevo prisa".
La mujer está tan inmersa en su angustia por llegar tarde que no es capaz de responder adecuadamente al ofrecimiento amable del señor. En ocasiones, en la vida cotidiana nos puede ocurrir lo mismo: estamos tan ensimismados en nuestro fallo (nos hemos enfado con nuestra pareja, hemos contestado mal a nuestros padres, hemos incumplido una promesa, etc.) que nos sumergimos en el pozo de la culpa o de los reproches contra uno mismo. La solución no está en la queja (no me he portado bien, he sido un mal educado…) sino en la reparación, si es posible. Pues, como la mujer del metro, no porque fuera de pie (manteniéndose en su malestar)…iba a llegar antes (solucionaría el problema).
Ante el fallo, la conducta sana es reflexionar qué se puede hacer en esa situación para corregir el error, pero nunca torturarse con la falta cometida. ¿Qué puedo hacer, ahora?, es la gran pregunta: ¿pedir disculpa?; ¿pedir ayuda? (si la situación me supera); ¿tener cuidado la próxima vez?; ¿reflexionar antes de actuar? O, como la mujer del metro, proponerse programar con mas tiempo, sus entrevistas.
Aquí podemos recordar el conocido pensamiento: “si el problema tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no la tiene, entonces también, ¿por qué te preocupas?
Unas cuantas veces he sido ha señora del andén
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