Valentín Turrado
Nota de la redacción. El viernes 31 de marzo en la presentación del libro UN LUGAR QUE NO TERMINA de la FAMILIA TURRADO, en la Biblioteca pública, hubo muchos momentos entrañables. Uno de ellos fue una carta que Valentín leyó a Vicente, su padre, que hoy publicamos a sugerencia de varios de nuestros lectores.
¡Hola, papá!
Esta carta nació para hoy, para este momento y ha sido escrita desde la inteligencia del corazón, desde “ese algo, que sé yo qué, misterioso”, como decía el poeta Blas de Otero, que nos rodea y nos envuelve. Porque es misterioso hablar en esta tarde contigo y no decir tonterías o palabras huecas que suenen bien en los oídos, pero sin estar asentadas en la propia vivencia.
No sé dónde estás ni tengo ni idea de cómo será eso que tú anhelabas con tanta intensidad, ese cielo divino. No sé si es una forma de hablar o es algo más. Me siento un ignorante de todo lo que ha de venir o acontecernos. Mi anhelo me dice que es bueno, como lo dicen tantos que han vivido experiencias cercanas a la muerte y han regresado. Como lo dice, Elisabhet Kubler Ross, que dedicó su vida, acompañar enfermos terminales: la muerte es bella y pacífica. Como tanta otra gente lo ha expresado, como Francisco de Asís, Rumi, Buda y tantos y tantos otros. Un misterio sí, pero un misterio bello. “Lo que para la oruga es la muerte para la mariposa es volver a nacer”, dice un hermoso proverbio. A eso me apunto, sabes, aunque ese saber sea oscuro, discreto y humilde. “La muerte no existe”, decía un amigo y cuando se lo escuché por primera me pareció una necedad, pero hoy me siento más cerca de la mariposa que del gusano, y que “ser o no ser no es la cuestión”, como Hamlet, porque todo es Ser, es.
“Esto no se puede contar, hay que pasar por ello”, nos decías en los últimos momentos cuando te preguntábamos por lo que estabas viviendo, mientras tu rostro hablaba de paz, hablaba de calma, emanaba luz, mientras tus piernas se iban enfriando y tus ojos se perdían en un horizonte incomprensible para mí. Porque para comprender hay que irse, ¿verdad?
“Mi vida aquí está terminada, estoy en la parrilla de salida y ocupo el primer lugar, quiero dejar el sitio para que otros vengan, ya no pinto nada aquí”, eran algunas de tus mantras gloriosos, que hablaban de entrega total, de rendición absoluta a que lo estaba llegando. Ya no había en ti pelea alguna ni protesta. Papá, me recordabas aquello que cuenta Anita Moorjani – por segunda vez la cito- en su libro me Muero por ser yo: “Cuando renuncié a aferrarme a la vida física, no sentía que necesitaba hacer nada en particular para entrar en el otro reino, como rezar, cantar, usar mantras, el perdón o cualquier otra técnica. Continuar era parecido a hacer absolutamente nada. Era algo parecido a decirle a nadie en especial: “Bueno, no tengo más para dar. Me rindo. Tómame, haz lo que quieras conmigo. Te saliste con la tuya.”
Parecía que no te costaba entregarte en las manos de la vida, en las manos de Dios, como a ti te resultaba más familiar expresar, desde tu creencia certera. “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, mi Dios”, decías sin decirlo, con palabras del salmista. Nada te ataba. Tu labor estaba hecha. Terminada. Con respeto. Con esmero, como cuidaste durante tantos años las cebollas, las patatas y los rosales y escogiste miles y miles de botellas de vidrio. Que mientras estuviste sano nunca faltó en casa un ramo de rosas o de margaritas . Tú no eras hombre de palabras. Eras de gestos y éstos eran grandes y amables. Con sombras, por supuesto. Porque donde hay luz necesariamente hay sombra.
¿Dónde estás?, te lo pregunto desde la niebla y desde la incertidumbre. Tú ya lo sabes todo y nosotros estamos empezando a reconocer el vocabulario de la sabiduría, que empieza por la a grande de aceptación, sigue por la b de bondad, la c de confianza. Y para qué seguir, valen tres palabras para vivir con plenitud: confía, acepta y ama. Y sobran las demás. Que a los humanos nos gusta complicar las cosas y retorcerlas, para creernos más inteligentes. ¡Cómo reconocer que la grandeza está al alcance de cualquier ser humano, aunque no haya pasado por la Facultad o no tenga título alguno!
¿Cómo estás? Algo dentro de mí me dice que de pegada. Mi mente es incapaz de despegar o me golpea con cosas sabidas, aprendidas, enseñadas, esas hoy ya no me sirven. Por eso le pregunto a al corazón y él me responde que tu persona pasajera, cambiante, se ha convertido en permanente, estable e inmensa. Si soy incapaz de comprender la existencia de millones de galaxias, menos aún la realidad que no se ve, pero que es. “Lo esencial es invisible a los ojos”, recuerdo al Principito, mientras cuidaba a la rosa o jugueteaba a domesticar al zorro.
Ahora que tu rostro se me va desdibujando y el color de tus ojos se me difumina en el tiempo, ahora que regresaste al mar, como aquella muñeca de sal feliz y contenta que poco se introduce en el océano para ser agua, agua, agua y dejar de serlo nunca más.
Ahora que sé que somos nada, vacío, inmensidad, consciencia, luz, o si lo prefieres, - porque tú si prefieres esta otra forma de hablar- , y llamarle Dios, ahora que esta vida nuestra se me escurre como agua entre las manos, como se me escurren los sentires y tantos y tantos pensares….
Ahora que la barca partió y tú te fuiste, aunque te quedaste, desde nuestra orilla, te recordamos y agradecemos que estuvieras tanto tiempo en nuestras vidas y nos señalaras el camino que no termina.
Ahora, papá, queda el silencio, el silencio sonoro, como decía Juan de Yepes, ese silencio que no une a todos y nos hace volar más allá de nuestra humilde casa egoica. Mi voz se calla ante ti con respeto y con amor.
Hermosa carta Valentín. Tu padre os ha dejado un gran legado, un camino a seguir(amor, confianza, aceptación, sencillez, familia...) y vosotros, sus hijos, lo habéis sabido captar muy bien.
ResponderEliminarJF