Enrique Martinez Lozano
En el mismo momento en que salimos del engaño de creer que nuestra identidad se reduce a nuestra personalidad y nos descubrimos alineados con la Vida y uno con ella, se abre paso la única certeza a la que tenemos acceso: la certeza de ser, que algunos sabios han expresado en primera persona como “Yo Soy”.
Se trata de una certeza –no de otro pensamiento o creencia más, como pudiera decir quien no la haya experimentado– que es previa a cualquier pensamiento y autoevidente: no nace de la mente, sino de la vivencia directa. Pero, para experimentarla, se requiere –como dice Vicente Gallego– que “el yo haya presentado su certificado de defunción”.
Y aquí estalla la paradoja radical: solo vivimos (a lo que realmente somos) cuando morimos (a la idea del yo con la que nos habíamos identificado). La “muerte” del yo es el requisito para descubrir que somos Vida. Y, una vez descubierto, se acaban las angustias asociadas al yo y los cuestionamientos irresolubles para la mente. Se nos hace manifiesto, entonces, que la certeza no es “algo” que debamos encontrar fuera, ni que la seguridad o la confianza sean fruto de alguna otra cosa que deberíamos hallar previamente. En la visión no-dual, una vez caída la creencia errónea que nos hacía vernos como separados de lo Real, reconocemos que somos certeza, seguridad y confianza. Todo es uno con lo que es.
¿Dónde quedan ahora las angustias del yo? Indudablemente, pueden seguir ocupando su espacio en el nivel aparente –relativo o de las formas–, porque somos seres sintientes y, en el nivel sensible, todo seguirá afectándonos. Pero todo ello podrá ser acogido desde aquel otro nivel profundo donde, sencillamente, somos. Ahí se experimenta la verdad profunda que encierran las palabras de Pema Chödrön: “Tú eres el cielo, todo lo demás es el clima”.
Me gustaría terminar con una imagen a la que suele recurrir Fidel Delgado para ayudar a superar la identificación con el yo: se trata de un globo lleno de aire. Aparentemente, el globo es una entidad separada del resto e incluso parece existir por sí mismo. La realidad, sin embargo, es que se trata solo de una “forma” que está siendo sostenida por el aire, que no es diferente en absoluto del que se halla fuera del globo. Mientras se vea como globo se sentirá forzosamente amenazado y pondrá en marcha toda una serie de mecanismos para tratar de asegurarse. Sin embargo, en cuanto se reconozca en su verdadera identidad de aire, todos los miedos habrán caído. El globo explotará antes o después, pero el aire se halla siempre a salvo.
Reducidos al yo, creyéndonos desgajados de la Vida, trataremos de sortear en vano el miedo y la tensión; veremos peligro en todo lo que nos rodea; pondremos en marcha funcionamientos y mecanismos defensivos de todo tipo con los que protegernos de lo que nos aparece como amenaza… Todo será inútil: no hay “globo” que resista el paso del tiempo ni las circunstancias que le puedan ocurrir.
La única salida viene de la mano de la comprensión: no somos el globo, sino el aire que le da forma. Somos la Vida una y todo lo que nos ocurre no son sino “disfraces” que ella adopta. Más aún: solo hay Vida en diferentes e infinitas formas. La compresión –la sabiduría– nos ha conducido de las creencias a la Verdad, de la incertidumbre a la Certeza.
Muy buena explicación, muy entendible.
ResponderEliminarTodo es uno con lo que es.