El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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jueves, 15 de febrero de 2018

Villacreces

El rincón del optimista
Juan


Hace unos días visité Villacreces, un pueblo abandonado situado en plena Comarca de Tierra de Campos, justo en el vértice de las provincias de Valladolid, Palencia y León, aunque administrativamente pertenece al Ayuntamiento vallisoletano de Santervás de Campos. Está muy cerca de las poblaciones leonesas de Grajal de Campos, Galleguillos de Campos y Arenillas de Valderaduey. Dista a no más de 8 kilómetros de Sahagún. Fue el de Villacreces un caso muy particular, pues sus habitantes fueron emigrando en la década de los 50 y 60 del siglo XX, como en otros muchos núcleos por entonces, pero hasta tal punto se fue marchando la gente, que la última familia dejó el pueblo en 1981 para ir a la vecina Villada (Palencia), por puro miedo a la soledad y a ser atacados por desconocidos, que ya entonces frecuentaban las casas abandonadas para esquilmar pertenencias ajenas. Y fue casi insólito que ocurriera esto, pues el pueblo cuenta con un amplio campo agrícola fértil y posee muy buenas aguas. La prueba es que aún conserva la fuente en la que el visitante puede calmar la sed. Eso sí, gracias a un taller de voluntarios que se niegan a que Villacreces siga ‘decreciendo’. Tenía hasta una iglesia decente de la que se conserva aún una torre impresionante, sin campanas ya, que es visible desde varios kilómetros a la redonda.
He visitado el despoblado en más de una docena de ocasiones a lo largo de los últimos 30 años, pero ahora hacía ya más de 10 que no paseaba por sus calles y, la verdad, me encontré el pueblo hecho un verdadero erial, dado que recuerdo haber entrado en sus casas abandonadas y ver aún ropa y enseres de la época, como si la gente se hubiera marchado de repente tras una amenaza de guerra inminente. Todo está saqueado. Todo. Se han llevado ladrillos, azulejos, tejas y ya no digo muebles, puertas o ventanas que quedaron abandonados en su día a su suerte. Los tapiales y los abobes se vuelven a fundir con la tierra de barrial de donde salieron en su día. Las bodegas están caídas, han crecido zarzas por todos lados y hasta se ha sembrado cereal entre estas casas derruidas. Las escarbaduras delatan a los conejos que corretearán por Villacreces en la seguridad de la noche. La experiencia fue desoladora.
Estarás pensando que este relato tiene poco de optimista. Sí, poco, pero algo tengo que añadir a lo hasta ahora descrito. Sabes que soy nacido en un pueblo pequeñín, también de Tierra de Campos curiosamente, que soy más de pueblo que las amapolas y quizás tú también lo seas. Pues la reflexión que me viene a la cabeza tras pasar esta última vez por Villacreces (te invito que vayas un día a este museo de la soledad, bebas del agua de su fuente y pises el interior de su cementerio) es que tengo que hacer algo, lo que esté en mi mano, por evitar que mi pueblo acabe con este. ¿Cómo puedo dar vida a un pueblo o evitar que este muera? Arreglando/manteniendo la casa familiar, cultivando la tierra o la huerta por pequeña que sea, ayudando a los convecinos a los trabajos particulares o comunales que sean necesarios para que sigan viviendo allí, empadronándome a pesar de que no viva de continuo allí (no es la peor ilegalidad que se ha cometido en este país) y, por qué no, volviendo a vivir algún día si las condiciones se prestan a ello. Ante todo, amando el pueblo, porque no conozco poder mayor que el del amor. Eso sí que está más que demostrado.
Asín sea.

Tenemos 3 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Juan. Me ha encantado la fotografía,.
    Para Pepi el amor es el "motor" en su vida.

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  2. El amor es la energía que mueve el mundo, y cómo no se va a notar en tu querido pueblo.

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  3. Cada vez nos aglomeramos mas entre el asfalto, el ladrillo y el hormigón. El campo, el pueblo y el aire libre, está quedando muy obsoleto.
    Elena

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