¿Por qué fracasan nuestras relaciones de pareja?
Amar y ser amado es la pretensión de todos los seres
humanos. Se arraiga en el núcleo más profundo de nuestras necesidades básicas
emocionales de seguridad, cobijo, pertenencia, autoestima y autorrealización,
por ello buscamos incansablemente, y muchas veces cueste lo que cueste, poder
satisfacerlas. Es nuestro objetivo y nuestra meta. Es la búsqueda de ese amor
la que da sentido y significado, la que nos mueve hacia ese fin último que es
conectar con nuestro estado natural. Somos hijos del amor y solo la vivencia
íntima de ese amor nos unifica y nos completa porque nos arraiga a nuestra
esencia divina como seres humanos.
Si el amor es el estado natural del cual partimos, ¿por qué
sabemos tan poco del amor?
Es
frecuente escuchar, sobre todo al inicio de las relaciones de pareja, “¡te amo,
te amaré siempre!”, y es que resulta fácil confundir el amor con otro tipo de
sentimientos como el cariño, la atracción o el deseo.
El verdadero amor va mucho más
allá de un sentimiento, es un estado profundo desde el cual nos miramos,
miramos a los demás y miramos los acontecimientos del mundo.
El verdadero amor es una
instalación de nuestro ser que vive y se nutre del mismo amor.
¿Cómo comienza nuestra historia de
amor?
El amor por uno mismo comienza
a desarrollarse en la primera infancia en el seno de nuestra familia. Es allí
donde recibimos las primeras lecciones a amor.
Aprendemos a vernos a través de
los ojos de nuestros padres y de las personas significativas de nuestro
entorno. Es con los mensajes que recibimos y los comportamientos que vimos,
cómo nos formamos un concepto de nosotros mismos en el que quedan reflejadas
las características que nos transmitieron. Aprendimos del amor a través de sus
comportamientos, de su forma de leer la realidad y de reaccionar a ella,
aprendimos de la forma como nos reflejaban su cariño, su enfado o cualquiera de
sus sentimientos.
Cuando la mirada de nuestros
padres ha sido amplia y sana, tenemos todos los ingredientes para
desarrollarnos como personas sanas y abiertas a la vida; sin embargo, cuando
nos miraron con ojos deformados, aprendimos a vernos con una mirada deformada y
limitada de nosotros mismos, impidiéndonos alcanzar la imagen completa de
quienes somos.
Las relaciones disfuncionales en
nuestra familia de origen son el caldo de cultivo de los problemas que
arrastramos en nuestra vida adulta,
suponen un aprendizaje distorsionado de los patrones de relación que
establecemos con nosotros mismos y con los demás. Si todo lo que conocimos fue
un modelo ambiguo y distorsionado, asumimos que es así cómo tiene que ser y lo
incorporamos, formando nuestro repertorio de comportamientos y actitudes que
reproducimos fielmente después a lo largo de nuestra vida.
Somos herederos de historias y,
si las mantenemos inconscientes, repetiremos los mismos patrones que nos
dañaron. Así, si una mujer tuvo una madre dependiente, pasiva y sumisa, se da
cuenta de que en su vida eligió como parejas, de entre todos los hombres
posibles, hombres dominantes y directivos, tal y como era su padre, de este
modo constituye relaciones prácticamente idénticas a la de su familia de
origen.
Nuestras relaciones comienzan
eligiendo a la persona que nos complementa y con la que podemos seguir
manteniendo el rol que aprendimos en nuestra infancia.
Cuando no tuvimos la
oportunidad de satisfacer nuestras necesidades básicas, llegamos a la
conclusión de que nuestras necesidades no son importantes; entonces crece
en nosotros un sentimiento íntimo de vergüenza e indignidad que nos impide
sentirnos dignos de ser queridos por ser quienes somos, por lo que
terminamos creyendo que necesitamos depender de los demás. Se evaporó nuestro
sentimiento original de valoración, lo que conlleva la sensación íntima de no
valer lo suficiente. Formamos creencias limitadoras de nosotros y nos
escondemos tras máscaras de mil colores para mostrar una imagen que
consideramos aceptable de nosotros y así conseguir la valoración y el afecto
que necesitamos.
Estas creencias, avaladas con
nuestras experiencias, suponen un obstáculo en el camino de nuestro potencial
como ser humano. Nos impiden conocernos, crecer y madurar, de tal forma que
terminamos convirtiéndonos en personas miedosas, inseguras, con sentimientos negativos
hacia nosotros, faltando al respeto a quienes realmente somos.
Terminamos volviéndonos
dependientes del afecto de los demás, lo cual constituye el origen de la
mayoría de nuestros problemas y de nuestro sufrimiento emocional y
desarrollamos mecanismos defensivos que nos permiten combatir nuestro dolor y
nuestro miedo.
Algunos de los mecanismos que
suponen la ceguera respecto a nuestras necesidades son: la necesidad de
control, el exceso de responsabilidad, la racionalización, la hipersocialización
o el retraimiento. La consecuencia es que ignoramos que somos dignos de ser
queridos, que tenemos derecho a ser bien tratados y a ser plenamente felices.
Desde esta ignorancia
distorsionamos la realidad fantaseándola:
Lo obvio se
refiere a la realidad tal cual es. “Él dice que no me quiere y por eso se va”.
La fantasía es la ‘peli’ que nos creamos
para leer la realidad que no aceptamos: “No puede no quererme, es imposible
después de tanto tiempo. Además se porta bien conmigo y no tiene otra persona.
Seguro que me quiere aunque está confundido y no lo sabe”.
Sin duda lo obvio es duro de aceptar y tiene un gran
impacto emocional de dolor y tristeza, sentimientos sanos ante una situación
dolorosa. Ahora bien, desde la fantasía, nos montamos nuestra ‘peli’,
racionalizando la realidad, para enfriar el dolor y agarrarnos a una esperanza
enfermiza.
Nos autoengañamos entonces
repitiéndonos que nos pasa esto porque somos personas que amamos demasiado y
que nos entregamos por completo. Sin embargo, en realidad, tenemos unas
carencias afectivas enormes y, por tanto, nuestra demanda de cariño es
insaciable. Desde la carencia emocional, se pueden dar dos situaciones:
Que
aceptemos ‘cualquier migaja de cariño’ a costa de tragar con situaciones
intolerables de abuso, es decir, infravalorándonos, poniéndonos de alfombras y
aceptando que nos pisen.
O bien, que nos pongamos en una posición de superioridad
respecto al otro, sobrevalorándonos y destacando a costa de machacar al otro.
Tan ocupados que estamos demandando
el cariño que nos hace falta para compensar las carencias afectivas que
arrastramos desde la infancia que olvidamos lo más importante, porque es lo
único que depende de uno mismo, que es desarrollar la capacidad de amar. Y esto
significa amar al otro, pero también a uno mismo porque nadie puede dar lo que
no tiene. Si uno no se ama a sí mismo, es imposible que pueda amar de verdad a
otra persona.
MARÍA GUERRERO ESCUSA
Psicóloga, profesora de la Universidad de Murcia y colaboradora de A
VIVIR, la revista del Teléfono de la Esperanza. Tomado del blog del T.E. de
Valencia.
... Cuánto cuesta deshacerse de lo aprendido en la infancia! ...
ResponderEliminarQué importante es el querernos,para después saber querer al otro.
Nos olvidamos del final de esta frase,que sin querer entrar en la religión,nos dice mucho: ama al prójimo,como a ti mismo.
Gracias por tus escritos y enseñanzas Maria.
Federica.
Que importante es haber nacido en una familia que te quieran, te valoren, te respeten, te acepten tal como eres....., y así te están enseñando el camino para que te vayas conociendo, queriendo, valorando y repercutirá muy positivamente en la relación con los demás;si no te puede pasar como a Pepi que sigue desaprendiendo el camino aprendido y aunque la está resultando beneficioso, pero todavía tiene momentos duros que superar.
ResponderEliminar