El miedo es una vivencia innata a los animales y a los hombres. Tenemos miedo porque no somos omnipotentes, no lo podemos todo. Los dioses no tienen miedo: son autosuficientes. El hombre en tanto en cuanto ser limitado tiene que sentir miedo para no realizar acciones que no puede hacer (volar, atravesar el fuego, correr a 300km/h. por una autovía, etc.). Pero esto no implica que sea un cobarde, sino que es consciente de sus limitaciones como ser humano. El miedo se convierte en patológico cuando desciende a situaciones concretas y cotidianas o incapacita al sujeto para realizar su vida ordinaria. El miedo nos recuerda, pues, una cosa: que somos humanos.
El miedo siempre se produce por la conjugación de dos hechos: supervaloración de la situación concreta, o bien, porque nos infravaloramos y nos consideramos mas frágiles de lo que somos y mas vulnerables. La esencia del miedo procede de nuestra inseguridad y de la hipertrofia del otro (situación, objeto o fantasía). También es cierto que estas experiencias se refuerzan cada vez que se producen y que tienen su punto de arranque en vivencias infantiles de desamparo o de abandono afectivo, produciendo personalidades débiles muy influenciables por el entorno, que siempre vivirán como hostil
Pero existe un miedo ancestral: el temor a desaparecer. Precisamente por esto, en el hombre podemos describir un tipo de miedo, que es como el soporte de todas las posteriores vivencias: el miedo a la muerte y el miedo a la locura. En ambos lo que está en juego es la autodestrucción. La muerte es un viaje sin retorno y la locura un laberinto donde difícilmente podemos encontrar una buena salida. Ambas situaciones son deteriorantes e invalidantes. Ambas situaciones conllevan el peligro de la aniquilación (de la vida o de la razón). El resto de los miedos (a la enfermedad, a la soledad, a la libertad, a la vinculación, etc.) son como un remedo de ese miedo ancestral. Por esto una vivencia de miedo es mas o menos grave en tanto en cuanto nos acerca al principio de nuestra aniquilación como persona o como ser con autonomía y libertad de pensar. En el fondo, con los miedos, siempre estamos en el filo de la navaja del ser o no ser.
Claves para manejar el miedo
"El miedo- ha escrito Antonio Gala - se asemeja a un pozo (que cuanto mas tierra se saca de él mas crece) y a la oscuridad (que cuanto mas grande menos se ve)". Es decir, el miedo se incrementa con el miedo. Señalaremos algunas señales para que ese "pozo" y esa "oscuridad" disminuyan, sobre todo en los mas pequeños:
* principio básico: el miedo es consustancial al ser humano. Tenemos miedo porque somos limitados. No podemos pues desterrar totalmente el miedo de nuestra existencia. Incluso podemos afirmar que un "cuanto" de miedo es necesario para poder vivir. Un miedo patológico nos paraliza, pero la ausencia total de esta vivencia nos llevaría a la insensatez y al riesgo permanente.
* clima de confianza: el miedo no se vence con valor sino con una educación centrada en la confianza y la seguridad que proporciona el sentirse querido y amado por lo que uno es, no por lo que hace. Aquí el contagio es muy fuerte: una familia miedosa engendrará hijos miedosos. Incluso deberíamos manifestar miedo cuando la situación así lo requiera. ¡Es bueno que el niño perciba que los mayores también tienen miedo!
* enseñar con el ejemplo: una buena receta consiste en explicar las situaciones misteriosas: el significado de las tormentas, un apagón de luz, la muerte de un ser querido, etc. Incluso habría que facilitar que el niño participara en las situaciones que teme: ir al cuarto con la luz apagada, salir a la calle, etc. Y sobre todo nunca ridiculizar o despreciar aquellas situaciones que al niño agobian.
* no amenazar: es un error intentar conseguir que el niño se porte bien o estudie más, pues de lo contrario vendrá una bruja mala o “el hombre del saco”. Nunca el miedo será un buen acicate para portarse bien.
* la ayuda psicológica: en los miedos irracionales e invalidantes es necesario la intervención de un profesional (psicólogo, psiquiatra) para poder superarlos. Aquí la sola buena voluntad no basta, sino que hay que remover las raíces mas profundas de esa vivencia.
Gracias Alejandro. Una buena enseñanza. Pepi
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