Pensamos en nosotros como si estuviéramos solos en este mundo |
Yo, mi, me, conmigo
Egoísmo, egocentrismo, individualismo:
yo, conmigo mismo. Puede ser más o menos normal que nos preocupemos de
nosotros, de nuestro bienestar, de nuestra salud física y/o mental, al fin y al
cabo somos nosotros nuestros mejores amigos y aliados nuestros. Pero es que nos
gusta tanto mirarnos el ombligo… La frase ‘yo, mi, me, conmigo’ se me grabó en
la memoria de cuando estudiábamos las primeras gramáticas en aquellas cartillas
de los parvulitos de la escuela de la infancia. Muchos años más tarde utilizó
el gran Joaquín Sabina este ejemplo para titular su decimosegundo álbum musical,
aunque en vez de ‘conmigo’ puso ‘contigo’ para ganar en complicidad. Antes de
pensar en los demás pensamos en nosotros, bien, pero es que ni tanto ni tan
calvo.
El colmo del egoísmo para mí (y pondré
un ejemplo algo escatológico) es el hecho de que no nos molesten, e incluso
disfrutemos, oliendo nuestros gases corporales al tiempo que nos parecen
asquerosos los pedos de los demás. Llámame guarro si quieres, pero en mi casa
al pan le llamamos pan y al vino, vino. Prefiero llamarlos pedos que
ventosidades y quien no se los tire que levante la mano. Lo nuestro es nuestro
y lo de los demás, de los demás. Sólo conozco una persona, un antiguo amigo que
disfruta oliendo pedos ajenos y no le considero un enfermo, sino alguien que ha
pasado por la razón esa contradicción entre lo mío y lo tuyo. Es como las madres
y sus hijos, que por más feos que sean los críos, sobre todo al nacer que la
mayoría lo son, para ellas siempre serán los más hermosos. Puede ser un
mecanismo simple de supervivencia. Cuando nos traen a este mundo tenemos
grabados en los genes la misión de intentar sobrevivir, es decir, velar por nuestro
cuerpo, querernos, cuidarnos y luego, si hay tiempo y conciencia, nos
preocupamos de los otros.
Nos miramos al espejo todos los días. Algunos
no ven más allá del espejo, del otro lado. Queremos comprobar que seguimos
siendo nosotros, que los demás nos van a ver bien, que nos queremos, que nos
gustamos, aunque haya días que queramos romper el cristal porque no nos gusta
lo que vemos. ¿A alguien en el reino más hermosa que yo?, se preguntaba la
reina malvada. Pero el tiempo pasa inexorablemente: arrugas, canas, michelines…
Y algunos tardamos más que otros en caer en la cuenta de que la felicidad de
verdad está en darse a los demás, en ayudar, en la solidaridad, en el altruismo,
en la otra parte del espejo. Si no te falta de comer, de vestir y la salud la mantienes
en un nivel aceptable, ya va siendo hora de que pienses en quitar las piedras
del camino de tus semejantes, en intentar hacerles la vida más llevadera. Y
para ello no hace falta marchar de misionero a África o de Médico sin Fronteras
a Siria. Seguro que lo tienes en casa, en el portal o a la vuelta de la
esquina. Siempre hay alguien que precisa de tu dinero, de tu dedicación, de tu
conversación o de tu escucha. Te sentirás útil, además te sentirás querido. Y
si haces un esfuerzo psicológico suplementario, como seguro que lo has hecho
con el queso de Cabrales, puede que algún día superes el asco y no te molesten o
hasta llegues a disfrutar de los pedos de los demás. El poder de la mente… y
del estómago es infinito.
Asín sea.
Juan.
¡Vivan los pedos! No es con cántico soez, es simplemente anhelar en fin de la hipocresía.
ResponderEliminarDeberían hacer un curso para aprender a oler pedos ajenos.
ResponderEliminarMe apunto.
OH, existe un manual de pedos1. ¿Quién lo escribió?. Editorial, por favor.
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