Podría decir que este curso me ha ayudado a conectar con mi “yo” más auténtico, ese que es capaz de llorar, de aceptar, de tranquilizarse y de seguir adelante. Ese “yo” que sabe que un día gris sólo es parte del ciclo vital, y que al día siguiente, el día podrá amanecer con colores diferentes. Y es algo que, aunque parece muy evidente, a mi me costaba mucho ver cuando estaba rodeada de oscuridad.
El curso me ha reenseñado cosas que, aunque ya tenía en la teoría, no las aplicaba en la práctica, ni me permitía hacerlo. Darme cuenta de que las dificultades son esos momentos en los que tienes que crecer, reinventarte, sin anquilosarte en ellos. Por ello para mí, una de las meditaciones más importantes que hicimos fue la de la aceptación. Me enseñó a ponerme frente a uno de mis mayores miedos, una de esas imágenes que en el pozo te atormentan y no te dejan pensar con claridad, pero que a pesar de ser reiterativa no terminas de mirarla, por sí ya no puedes salir de ella. En esa meditación acepte uno de mis mayores miedos, lo visualice, lo llore, y después lo abrace como a una parte de mí, que me ha hecho más fuerte, pero que no puede impedir que siga caminando.
Creo que las prácticas que hemos aprendido te ayudan a controlarte, a no dejarte dominar por los bajos instintos, los miedos, y la falta de razón. A tener enfrentamientos con personas, y respirarlos, porque todo el tiempo que inviertes en estar frustrada, no es culpa de la otra persona, sino que es tiempo, y energía que tú pierdes, y que no te hace ningún bien. Creo que el mundo funcionaría mejor si todas las personas intentáramos cambiar nuestro comportamiento antes de dar por sentado que el problema lo tiene la persona que tenemos en frente.
Una novela que leí en mi adolescencia decía: “Y de repente hay alguien que te dice: ¡tranquilo!, que aflojes, y cuando aflojas te das cuenta de las cosas”. Y en este caso, ese alguien ha sido Carmen. Transmitiéndonos, en otras palabras, aquella frase. Y es que es totalmente cierto que vivimos “en piloto automático”. Vivimos a prisas, corriendo, agobiados por un futuro que no sabemos si llegará y un pasado que no podemos cambiar, pero nos atormenta. Y es que no nos damos cuenta de que la vida está pasando, que la vida son esos pequeños momentos que merecen la pena. La vida es esa pareja de ancianos que camina de la mano como si ya no supieran hacerlo de otro modo; la vida es que te esté comiendo el agobio, y tus padres abran la puerta para darte los buenos días; la vida es escuchar a tu novio reírse al otro lado del teléfono, porque aunque no puedas verle te imaginas perfectamente la mueca que está poniendo; la vida es poder sumergirte en una novela, hasta que la terminas; la vida es poder abrazar a tu abuelo; la vida es coger a tu sobrino en brazos y que sus pequeñas manitas te rodeen el cuello; la vida es poder compartir tus sentimientos con personas totalmente desconocidas, y que haciéndolo, te sientas arropada. Y todos esos segundos son el mayor regalo que tenemos, y no debería tener que llegar Navidad para aprender a valorarlo.
Por eso valoro tanto el poder haberme dado un poco más de cuenta de todo esto, no solamente poder decirlo, que es algo que siempre he tenido en la boca, sino sentirlo, aplicarlo en mi vida. Evitar dejar para mañana todo lo que pueda sentir hoy.
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"Hoy termina el taller de Mindfulness que he venido realizando en las últimas 9 semanas. Debo decir que me ha aportado más de lo que esperaba cuando me apunté, principalmente por su carácter práctico, para poder aplicar lo aprendido en el día a día y conseguir una mayor armonía, paz y serenidad en mi vida y, en definitiva, vivir con menos sufrimiento y más felicidad.
Quiero agradecer a Carmen su tiempo, dedicación y entusiasmo, y a tod@s mis compañer@s del grupo las vivencias compartidas, en especial a las compañeras que han sufrido pérdidas tan importantes y aun así hacen todo lo posible por salir adelante y son un ejemplo de coraje y valentía.
La palabra que me surge al pensar en estas semanas es, sobre todo, GRACIAS."
Un abrazo.
Marisa Melcón Díez
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