RELIGIÓN,
ESPIRITUALIDAD, NO-DUALIDAD…
Enrique
Martínez Lozano es escritor y conferenciante.
Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha
cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una
década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la
meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de
numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual,
que puede leerse en su web, y que envía gratuitamente a quien desee recibirlo.
La espiritualidad es para él un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos
convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema.
El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y
su experiencia.
¿Enrique,
qué es la espiritualidad?
Por decirlo de un modo sencillo,
“espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real.
Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo
visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado…, pero no como dos
realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único Real.
¿Podemos hablar de una inteligencia
espiritual?
Indudablemente. Comprendo que haya personas a
las que ese término les rechine, por diversos motivos, y que prefieran usar
otro. Pero del mismo modo que no puede haber crecimiento humano sin el cultivo
de la inteligencia emocional, tampoco es posible sin el cuidado de la
“inteligencia espiritual”.
La espiritualidad es
una dimensión humana tan básica y fundamental como la corporeidad, la
afectividad o la sociabilidad. Su olvido supone una amputación grave de la
persona.
Dicho de un modo más
simple: del mismo modo que tenemos necesidades fisiológicas (somos cuerpo) y
emocionales-afectivas (somos psiquismo), tenemos también necesidades espirituales
que necesitamos conocer, gestionar y responder adecuadamente. Francesc Torralba
ha escrito que “el ser humano, sea religioso o no, tiene unas necesidades de
orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar si no es cultivando la
inteligencia espiritual”. Es así. Y, personalmente, constato que cada vez son
más los padres y educadores que se hallan en esta búsqueda. Es necesario
trabajar la “inteligencia operativa” y la “inteligencia emocional”. Pero si nos
quedamos ahí, perpetuaremos el estado de “anemia” y, con él, la ignorancia
acerca de quienes somos y el sufrimiento.
¿Cuáles
son, según tu experiencia, las
aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?
Hay sed de interioridad, de profundidad, de
silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia.
La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de Aquello que no puede ser
satisfecho con ningún objeto. “¿Dios?”. Siempre que no lo confundamos con la
misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El Maestro Eckhart
decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie
tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga,
escribe: “Solo el Dios encontrado, / ningún dios enseñado puede ser verdadero,
/ ningún dios enseñado. / Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”.
Es comprensible que las
personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde
niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se
hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier
representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y
saborear el Misterio. Y es que, como dijera el teólogo y cardenal Nicolás de
Cusa, en el ya lejano siglo XV, “Dios es lo no-otro de nada”.
A Dios, dices,
no lo podemos pensar, solo vivirlo. Pero, ¿cómo vivir a Dios?
Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se
está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo
una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que
caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la
no-dualidad.
“Vivir a Dios” es
exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente,
des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el
camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de
voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es
otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”.
Eso es, por otro lado,
lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que
me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla
sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.
Tú
has llegado a la espiritualidad desde la psicología, afirmas. Y hablas
continuamente de la no-dualidad. Psicología transpersonal, no-dualidad… son
conceptos que hay que explicar a los no iniciados, y que tienen un significado
grande en el terreno de la espiritualidad…
La no-dualidad es un
“modo de conocer” y, por tanto, un modo de acercarnos a lo real y un modo de
vivir, que me parece más ajustado que el “modo mental”. Más ajustado porque lo
Real no puede ser sino uno-en-la-diferencia.
Desde
el modelo mental, se enfatiza uno de esos dos polos, y así se habla de monismo
(panteísmo) o dualismo; pero eso no hace justicia a lo Real; es solo una
lectura mental.
Me parece que el paso
del “modelo mental” al “modelo no-dual” –que se está empezando a dar ya en la
filosofía, la psicología, la sociología, la hermenéutica…- constituye uno de
los cambios más revolucionarios de nuestro momento histórico, por todas las consecuencias
que aporta.
Es lo que siempre
habían dicho los místicos. En la actualidad, lo dicen incluso los físicos
cuánticos. Estoy preparando un libro, que probablemente salga en la próxima
primavera, que se titula precisamente: “Otro modo de ver, otro modo de vivir.
Invitación a la no-dualidad”. El mismo trabajo en la preparación de ese libro
me ha supuesto un gran enriquecimiento.
En cuanto a la
psicología transpersonal, llamada
también psicología integral, es aquella que no olvida ninguna dimensión del ser
humano. Cada vez somos más conscientes del empobrecimiento humano que supone el
reducir la persona a una estructura psicosomática. La psicología transpersonal,
nacida de la mano de la psicología humanista, nos hace caer en la cuenta de
aquella dimensión más profunda –transmental, transegoica-, que no es otra que
la dimensión espiritual.
¿No
es el reconocimiento de la Presencia algo común a las tradiciones religiosas?
Efectivamente, más allá
de las palabras que usemos –Presencia, Consciencia, Plenitud, Vacío, Dios…-,
las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la
existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene
todo esto?”, apuntar hacia el Misterio último –la Mismidad- de lo que es… La
pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia
autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se
enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor
absoluto.
Las religiones tienen
tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia
con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan
ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos,
cuando no rechazo abierto.
En un movimiento de
autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al
relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino
una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir
fácilmente con el pluralismo.
Es
decir, que religión y espiritualidad no son identificables…
No; podemos considerar
la religión como el “mapa, y la espiritualidad como el “territorio”; o en otra
imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el
“vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y
espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar
reñidas. El problema llega cuando las religiones se olvidan de que son solo una construcción humana
que busca “canalizar” el Anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando
eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad,
por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque
constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más
allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir
legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad
laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi
opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida
de las personas y de la espiritualidad.
¿Qué
hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que
hablábamos al inicio?
Una profunda riqueza:
la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una
tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya
quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar
todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de
actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos,
culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo
patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de
lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.
Hay
muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior… ¿no
tenemos ahí un tesoro por redescubrir?
Sin duda, la tradición
cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por
estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue
Jesús de Nazaret.
En ese
redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino”
más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y,
simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada
habitualmente en la Iglesia como algo marginal. Esto me parece un enorme
empobrecimiento.
Hablemos,
pues, de meditación…
La meditación no es, en
primer lugar, un método ni una práctica…, sino un modo de vivir o un modo de
ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad.
Al estar habitualmente
identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar es inercia, y
así poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera
identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar
la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo
mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.
Eso
me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en
concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?
Primero, que contiene
mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me
comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la
sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias
y a la sumisión a la autoridad religiosa”.
Pero hay otros
factores: uno no menor consiste precisamente en el hecho de que, al venir
nosotros de una tradición religiosa que parecía encerrada en creencias y
mandamientos, hemos estado echando de menos el cultivo de la dimensión
espiritual, de una forma experiencial.
Por otro lado, aunque
es cierto que el Maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son
exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los
maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino
contemplativo.
Al mismo tiempo, nos
hemos hecho conscientes, como decía antes,
de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el
misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Al
verlo así, no solo queda sanamente relativizada toda creencia, sino que
aprendemos a contrastar los diferentes mapas con la riqueza que cada uno de
ellos aporta. Estoy convencido de que el futuro de las religiones ha de ser el
encuentro humilde entre ellas, en el que se descubran buscadoras humildes al
servicio de la genuina espiritualidad: es lo que quería expresar al hablar de
los “mapas” al servicio del “territorio”. En este sentido, me gustaría citar un
libro que me parece muy valioso en todo este campo del llamado “diálogo
interreligioso”. Es el libro de un experto, Javier Melloni, que lleva por título: “Hacia un tiempo de
síntesis”.
El
“mindfulness”, tan actual, ¿es lo mismo que la meditación?
Se suele decir que el
mindfulness ha significado el descubrimiento de la meditación por parte de la
psicología y la psiquiatría. Tanto es así, que en la última década, la cuestión
más investigada dentro del campo psicológico, en Estados Unidos, ha sido la
eficacia del mindfulness para el trabajo terapéutico.
Con todo, en rigor,
siendo una muy buena noticia el interés de la psicología por ello, no es
exactamente lo mismo que la meditación. El mindfulness o atención plena puede
entenderse como una herramienta terapéutica que favorece la unificación e
integración psicológica de la persona. Pero la meditación –repito, hablando con
rigor-, si bien es imposible vivirse in “atención plena”, es otra cosa; como
decía antes, es un estado de consciencia, caracterizado por la no-dualidad.
¿Cómo
cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino
espiritual?
La respuesta también es
sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila
en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿quién soy yo?”. Mientras la
respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento
–aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta
adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud.
Lo que ocurre es que la
respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque,
al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora;
nos hace creer que somos apenas una estructura psicofísica, un “yo individual”;
es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de
esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e incluso la propia vivencia
religiosa- resulta empobrecido.
La respuesta adecuada
no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual.
Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado
necesariamente es un objeto (mental). Únicamente podemos conocer lo que somos…,
cuando lo somos. Y para ello necesitamos silenciar la mente, y así acceder a
una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera
identidad.
Aquí se da una hermosa
y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos
pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice
la física cuántica: “lo que vemos no es real, y lo real no podemos verlo”.
El camino espiritual no
es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto
las tradiciones espirituales le han llamado “despertar”, un estado de
consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.
Nota
de redacción: El teléfono de la esperanza de León organiza los días 26 y 27 de
abril un curso con Enrique Martínez Lozano en León.
Ha sido para mi un privilegio conocer a Enrique
ResponderEliminarProfunda entrevista. Difícil también. Eso de la meditación tiene muy buena pinta. Norecic
ResponderEliminarMe parece de una gran profundidad. Pepi no ha podido leer todo al detalle. y por tal motivo no ha podido sacar sus conclusiones. No se si es curso no será demasiado para ella.
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