El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 12 de enero de 2016

“Somos personitas, cada una con su penita”.

Enrique Martínez Lozano

Siento no acordarme del nombre de la chica a quien escuché esta frase, en una entrevista reciente. Solo recuerdo que tiene una voz extraordinaria y, acompañada a la guitarra por un muchacho, canta desde una profunda y exquisita sensibilidad.
Mientras la entrevistaban, estaba yo atendiendo otras cosas. Pero esas palabras suyas me detuvieron y atraparon. Me sonaron, en su sencillez no exenta de humor, a “palabra inspirada” –inspirada es aquella palabra que nos silencia por dentro y produce un movimiento de desegocentración– y se me quedaron grabadas. Lo que me detuvo fue su “carga” de humildad y de invitación a la compasión.
Y nos encontramos, una vez más, con la paradoja, que me parece bueno no olvidar: es verdad que somos Plenitud…, pero no lo es menos que tal Plenitud se expresa en estas formas concretas –frágiles y necesitadas de compasión– que palpamos a diario. Lo uno y otro, en un abrazo no-dual que, finalmente, nos unifica en el Ser.
Es lo que, una y otra vez, nos recuerda el sabio, también humilde y divertido, que es Fidel Delgado.
Somos –dice Fidel– “seres-humanos”: en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto “ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura.
Esta es nuestra paradoja, que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte.
La paradoja –omnipresente en toda la realidad– expresa una doble verdad, que es también en sí misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin su polo opuesto– y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos “no-dualidad”.
Polaridad y no-dualidad, por tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos” separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos, estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia. Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro “lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver.
Al aplicar todo ello a nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un “punto” particular de la única “red”: el yo individual– y somos, más profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal–.
Si nos reducimos al yo, todo será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El “Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual.
Si nos percibimos únicamente como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la confrontación, el juicio, la descalificación del otro… Si, por el contrario, tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos” son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables: porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más verdadero, soy también yo mismo.
Con todo ello, me parece claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a salvo– y compasión –para amar la forma frágil y vulnerable, en que se está expresando de modo transitorio–.
En realidad, la consciencia (o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo:
“El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida” (Nisargadatta).
“La compasión ve al Uno en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno” (Frances Vaughan).
“La gran compasión que surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo” (Willigis Jäger).
Para concluir:
El camino es simple: anclarnos en nuestra verdadera identidad, aquello que permanece cuando todo lo demás cambia: ¿qué es lo único que no ha cambiado en mí, a lo largo de mi existencia temporal? Han cambiado mi cuerpo, mis pensamientos, mis sentimientos, mis reacciones… Solo una cosa permanece: la puraconsciencia de ser, que puede expresarse como “Yo Soy”. Ese es el Fondo último de cada ser y de todo lo Real.
Si lo único que permanece siempre es la consciencia, se comprende –y aquí se da otra elegante coherencia- que nuestra única certeza sea esta: la certeza de ser. Como escribe Juan Carlos Savater, no necesitamos ninguna experiencia de “iluminación”; basta anclarnos en esa certeza innata y atestiguar su verdadera naturaleza invulnerable y eterna. “Anterior a la idea de ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza” (J.C. SAVATER, La certeza de ser, La Trompa de Elefante, Madrid 2012, p.35).
Permanece todo el tiempo que puedas, a lo largo de todo el día, en la única certeza: la certeza de ser.

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Un texto para imprimir y releer porque aunque cuesta asimilar está lleno de sabiduría. Jairo

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  2. Coincido con Jairo.
    Pepi de momento se queda con lo que dice Nisargadatta: "El amor dice: Yo soy todo"."La sabiduría dice: Yo soy nada". Entre ambos fluye mi vida.

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