El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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jueves, 25 de mayo de 2017

Camino de Santiago de Esperanza.
De Frómista a Ledigos

Valentín

Merece la pena caminar hasta Itaca, hasta Santiago, hasta…
Llegar a Santiago es una ilusión, como lo fue para Ulises llegar a Itaca y descubrir que allí le esperaban Penélope y su hijo Telémaco. Pero hay algo más importante que eso y es la senda a recorrer y el descubrir que Santiago o Itaca, en realidad, no son ningún lugar ni están en ningún sitio, salvo en la profundidad de nuestro corazón.
Esta reflexión surge en mí a partir de la etapa realizada del Camino de Santiago, desde Fromista hasta Ledigos, en las entrañas de la geografía palentina.
Cuesta madrugar y ponerte en marcha antes de que despunte el día. Cuesta unirte a todos los gallos y pronunciar en son de paz, de saludo al día, su grito ancestral, salvaje: “Quiquiriquí”, que se ha convertido en un distintivo de este grupo de peregrinos. Cuesta a las 7 de la mañana recibir la primera clase de historia sobre la mitología griega y escuchar con atención el mito del minotauro. Cuesta desperezarse mientras el autobús se abre camino por una estepa apagada por la sequía y las heladas soeces. Pero merece la pena el esfuerzo.
Merece la pena volver a ver la iglesia románica de Fromista, volver a encontrarse con los compañeros y compañeras de ruta y sentir sus abrazos y sus sonrisas, danzar para despertar la mañana de forma amable y discreta, emprender el camino incierto mirando un cielo gris y apagado, caminar en silencio para degustar el paisaje y sentir otras voces y otras músicas interiores y exteriores. Merece la pena seguir la senda que otros han trazado y recorrido antes que tú y dejar morir tu orgullo, tu paso, tus deseos de señalarte y hacerte distinto. Merece la pena abrir la mochila y encontrarte con ese bocadillo que preparaste medio dormido al final de la noche. Merece la pena conocer las caprichos escondidos de la naturaleza, como la cueva de los franceses y extender la mirada a horizontes verdes y luminosos, que te reciban con una tortilla caliente para cenar y una sobremesa cálida y reposada.
Merece la pena mirarse a los ojos y descubrir que lo que hay dentro de la otra persona es lo mismo que lo que hay en tu propia bodega. Merece la pena conocer a los poetas, leer libros, sentir que el cielo es un paisaje de nubes dibujado por un alma infantil, y que todos los nombres caben en un corazón cuando este ha salido de sí y se ha encontrado con la inmensidad. Merece la pena conocer los trucos de la abuela para cada enfermedad y desvelarlos a los otros, porque el dolor de uno de alguna forma es dolor de todos.
Merece la pena comer un plato de pasta aderezado con esmero y cariño, hacerse mentalista o mago y dejar que la vida te meza a través de unas cuantas manos amigas. O que los demás te imiten y pongan sobre el escenario tus tics, tus sombras o tus coletillas. Que no es saludable tomarse muy serio.
Merece la pena conocer Carrión, el monasterio de San Zoilo y sus capiteles guardados en cofres de yeso y reírse, sí reírse a boca abierta y extender esa risa a todos los que te acompañan en el camino.
Merece la pena hacer llegar a los otros tus sentires y extender lo que has visto, vivido y sentido al caminar.
Me alegro de haberte conocido, compañero, compañera.
¡Buen camino!

Tenemos 1 comentario , introduce el tuyo:

  1. Me ha encantado tu exposición. Toda desde el corazón. Pepi

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