El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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miércoles, 17 de mayo de 2017

El goce de crecer

Jose María Doria
Director de la Escuela Transpersonal

Si entendemos que el ser humano es un proceso de optimización permanente, todo aquello que hagamos por favorecer el desarrollo, estará en concordancia con lo que constituye su naturaleza. Es por ello que el hecho de asumir la responsabilidad de cultivarnos y desplegar nuestros grandes potenciales, supone la medicina existencial por excelencia.

Podría decirse que el crecer y desarrollarse de manera integral, es el remedio más eficaz para hacer cesar el sufrimiento. Sabemos que estando atentos y observando a nuestra mente, podemos desarticular las pautas de victimismo y dramatización que subyacen tras una mente que se resiste y sufre.Al respecto afirma Einstein: “Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de consciencia en el que se creó.” ¿Acaso esta idea no es la intuición que sentimos de que el crecimiento de por sí, conduce a un nivel de libertad y bienestar? ¿Quién no ha sentido gozo cuando, de pronto, se ha dado cuenta de que ante un obstáculo que en su vida se ha venido repitiendo, responde a éste de manera más adecuada que en anteriores etapas? Sin duda, tal “progreso neurológico” es un logro que merece celebración. El hecho de dejar atrás el enredo y el desgaste, señala que hemos crecido y que somos capaces de dejar atrás rutas destructivas y emprender otras más sanas.
Nos gustaría no sentirnos víctimas de sentimientos tales como el temor, la anticipación ansiosa o la reacción automatizada. Sin embargo, no puede negarse que uno de los maestros más eficaces del crecimiento es el error cometido por nuestras reacciones automáticas y el doloroso examen posterior que convierte tal error en experiencia.
Sabemos que el Universo está en permanente crecimiento. Todos crecemos, nada se estanca. Al parecer, tras aquel Big Bang no hemos cesado de expandirnos en espirales infinitas, da igual si creemos ir de ida o de vuelta.
El goce de crecer adopta muchas formas: el niño anhela ser mayor como lo son sus padres. Le gusta que se mida su altura y comprobar que ha crecido hasta la “siguiente raya”; siente satisfacción también al dejar atrás la ropa que le va quedando pequeña. Más tarde, y siendo un joven, quiere madurar para adquirir experiencia; en realidad, desea disfrutar de la vida y gestionar con nuevos poderes las oportunidades que se le brindan. Por su parte, los seres ya maduros se recrean observando cómo pueden crear distancia con las cosas que antes les arrastraban, al tiempo  que anhelan la felicidad para los demás, mientras ellos palpitan en la merecida paz alcanzada.
Todos queremos crecer. El desarrollo nunca acaba. Tras descubrirse el principio de neuroplasticidad cerebral, sabemos que nuestro cerebro puede crecer en neuronas y conexiones, hasta el mismo día en que la vida del cuerpo acaba. Nadie quiere volver atrás, aunque considere que ha perdido oportunidades que llegaron a su vida.
 “Nadie quiere ser un cerdo feliz, prefiere ser un Sócrates insatisfecho”.
Aceptamos vivirnos desde ese yo que cada uno trae puesto, quizás porque se confía en que con el desarrollo todo puede ser posible por más inseguridades y carencias que hoy se tengan. Se diría que el río sabe que cada etapa del camino, cada cascada por la que fluye y avanza, está más cerca del mar. El ser humano, a su vez, sabe que cada día está más cerca de la luz de la consciencia, y eso, de alguna forma, confirma que en nuestro destino existen salidas internas que nos permiten superar toda circunstancia adversa.
Bien sabemos que el tiempo va a favor del progreso, aunque a veces no lo parezca; y también sabemos que el ahora del ayer, nunca será mejor que el ahora del mañana. Acabamos por reconocer que, pasado un tiempo, “las cuentas siempre cuadran” Intuimos que lo mejor siempre está por llegar y que tal actitud nace del saber que no vemos las cosas como son, sino como somos. Si nosotros cambiamos, el mundo cambiará. Somos un proyecto ilimitado que, al igual que el árbol, cada año gana un círculo en su tronco y resiste mejor los vientos y las tormentas.
Estemos atentos. Recordemos de nuevo que mientras podamos crecer, lo mejor de nuestra vida estará siempre por llegar, sea cual sea nuestra circunstancia. Podremos atravesar enfermedades y pérdidas, podremos envejecer y asistir al decaimiento de capacidades… Sin embargo, conforme relativizamos al yo, sucederá que la alegría de vivir y la paz profunda ocuparán cada vez más espacio en la vida interna.
Alguien dijo: “el pobre desea riquezas, el rico ansía el cielo y, el sabio, tan sólo una mente sosegada”. Al final, el propósito del crecimiento es dejar atrás las defensas que construimos frente al amor, un amor que somos en esencia y que nada ni nadie nos puede dar ni quitar; un amor que constituye nuestra identidad profunda que, cuando es descubierta, ilumina y ibera.
El crecer supone cultivar la atención sostenida al dentro y al fuera, una práctica meditativa en la vida cotidiana desde la que abrir todas las puertas. El verdadero milagro de la vida se produce al devenir conscientes y descubrir las capas que velan lo que somos en esencia, al tiempo que desplegamos el amor, la verdad y la belleza.
El desarrollo transpersonal conlleva un tipo de crecimiento que va más allá de la mente pensante y las palabras. Es decir, un crecimiento atencional que se despliega mediante el silencio y la práctica de la atención plena. Se trata de un desarrollo de la auto consciencia que, a su vez, “ensancha la olla interna” lo suficiente como para sostener una mirada incluyente y comprender mejor lo que le sucede a nuestra persona.
La apuesta por el crecer en el autodescubrimiento y la comprensión, no sólo es un goce, sino también el antídoto por excelencia a nuestras miserias humanas.
Invierte en aquello que un naufragio no te pueda arrebatar

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Invierto en aquello que un naufragio no te pueda arrebata

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  2. El título a Pepi la dice todo: "El Goce de Crecer".

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