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pero el que recibe nunca debe olvidar
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miércoles, 19 de diciembre de 2018

El arte de acompañar

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


«En el reino de las mariposas un vez el rey vio algo que relumbraba a lo lejos. Entonces quiso saber de qué se trataba. Envió una mariposa para que investigara. La mariposa fue, volvió y le dijo al rey: es la luz de una vela. El rey no se quedó tranquilo ante tal respuesta y envió a otra mariposa para que se interesara por aquello que relumbraba. La segunda mariposa fue, volvió con las patas un poco quemadas y le dijo al  rey: es la llama de una vela. El rey no se quedó aún tranquilo y envió a una tercera mariposa. Esta fue pero no regresó. Solo se percibió el olor a chamusquina. La mariposa se había acercado tanto al fuego que se había quemado.»
Este bello cuento sintetiza de forma magistral la esencia misma de toda relación terapéutica: el ayudador no debe relacionarse como la primera mariposa (distante, fría, sin implicación emocional), ni como la tercera mariposa (identificación masiva con el otro) sino que la postura correcta es la de la segunda mariposa: próxima pero distante. De esta manera, el terapeuta tiene en cuenta el sentimiento profundo del ayudado, pero con la distancia adecuada para no “quemarse”.
La relación de ayuda
Toda relación terapéutica es "un encuentro en profundidad", que pretende cambiar al consultante (también de alguna manera al consultado). La cura se produce no por lo que se dice, ni cómo se dice, sino por la misma relación en sí. Freud dice al respecto: “enfermamos por una falta de amor y nos curamos a través del amor (transferencia con el terapeuta). Por eso, podemos afirmar, que en general no existen buenos o malos terapeutas, sino psicote­rapias (el binomio terapeuta-cliente), que favorecen el crecimiento del usuario, y otras, que no lo dejan progre­sar. Lo evidente es que todo encuentro terapéutico deja huella (positiva o negativa) en el consultante. Nunca nuestra acción de ayuda hacia otra persona es inocua. Aquí radica la grandeza, y también el riesgo, de la acción terapéutica.
El acompañamiento terapéutico siempre supone un encuentro de dos personas: una (el usuario, cliente, paciente, el llamante) que se encuentra en una situación de duda, conflicto, confusión o angustia que pide ayuda a otro (terapeuta, ayudador, orientador) que, en principio, tiene más conocimientos y está más sano. Al menos es lo que fantasea el consultante, sea cierto o no. Esa relación, pues, es asimétrica (uno pide ayuda y el otro la ofrece) pero también terapéutica: su objetivo es la sanación del consultante. Pero además, este encuentro se produce entre dos personas, con sus biografías propias, su cultura, personalidad, escala de valores, creencias y por esto podemos concluir que el encuentro terapéutico es  una relación asimétrica, personalizada y terapéutica. Este proceso presupone una técnica (conocimientos y estrategias terapéuticas) pero también es un arte, que posibilita que cada encuentro sea único e irrepetible.
Así, pues, podemos concretar dos extremos viciosos en el encuentro terapéutico: mantener un distanciamiento defensivo (la actitud de la primera mariposa) o una relación simbiótica (la actitud de la tercera mariposa). En el primer caso, el terapeuta, ante el temor que le invada la angustia, minimiza el problema o se convierte en un “perfecto técnico” falto de afectividad y comprensión. Es una relación fría y sin calor humano. Es una relación personaje-personaje. Actuamos como terapeutas pero sin contagiarnos del dolor y sufrimiento del otro. En el segundo caso, se toma la postura inversa: una fuerte identificación con el usuario, viviendo su problema como propio y constituyendo una relación simbiótica en que se difumina los límites entre el consultante y consultado.
Entre ambos extremos se encuentra el punto medio: un distanciamiento amoroso. Consiste en un saber acompañar al consultante, caminando junto a él, pero respetando sus necesidades, flaquezas y su expresión de angustia.
Como ha dicho Dell (1983) no existe la “llave de oro” que abra la puerta de nuestros problemas, sino que en cada momento, y dependiendo de la “cerradura” (persona que consulta) habrá que actuar con una llave de oro, de platino o de bronce. Lo importante pues no es el instrumento utilizado, sino conseguir el encaje perfecto entre la situación angustiosa y el ofrecimiento de ayuda.

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Divino este artículo Sr. psiquiatra

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  2. Cuando las cosas se explican con un ejemplo, se entienden de maravilla.

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