El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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viernes, 10 de noviembre de 2017

La metáfora
del anzuelo

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


“Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia, que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes”. 
Con esta bella metáfora Steven Hayes nos plantea la necesidad del perdón, incluso por higiene personal. No solamente perdonamos para que el otro se sienta mejor, sino para que nosotros nos sintamos mejor y podamos quitarnos el “anzuelo” del sufrimiento.
El proceso de perdonar
Considero que podemos distinguir cuatro posiciones por las que la víctima se sitúa antes de llegar al perdón y consiguientemente a la sanación:
1).- Reconocer y compartir la ofensa: todos los autores están de acuerdo en afirmar que es catártico poner palabras a la ofensa, real o imaginaria, y poder compartirla con otras personas. De nada sirve “echar tierra encima” y vivir como si nada hubiera ocurrido, pues entonces lo único que se consigue es que la carcoma del odio vaya destruyendo la propia existencia y la relación con el ofensor. Tampoco sirve el afirmar: “no importa”, “no pasa nada”, “que le vamos a hacer, él/ella es así”, son frases que denotan la herida producida por la ofensa, pero que al mismo tiempo no se quiere reconocer. Es cerrar la herida en falso.
Lo correcto es partir del hecho que nos ha molestado la acción del hijo o del amigo (por ejemplo: “eso que has dicho no me ha gustado”; “me ha dolido mucho que no te acordaras de mi cumpleaños”, etc.)
2).- Aceptar la propia cólera, el deseo de venganza, la vergüenza o la culpa. [A1] Es preciso que cada uno de estos sentimientos los podamos etiquetar y reconocer para encontrar su significado más profundo. No podemos entrar en una guerra de reproches contra uno mismo o contra el otro, en un intento por no modificar nuestra primera posición de ofendido, pues esto nos llevaría a un sufrimiento estéril. Sería como intentar sacar agua de una noria que está seca; no por dar muchas vueltas podríamos conseguirla.
3).- Comprender al ofensor. Es uno de los momentos mas difíciles del proceso. Lo que se pretende es que el ofendido “poniéndose en el lugar del otro” intente comprender su conducta, lo que no implica que deba compartir sus acciones.
4).- Encontrar sentido a la ofensa. Es pasar de un “por qué” neurótico y angustioso a un “para qué” creativo, maduro y responsable, que ayude en el proceso de la sanación. Se cambia pues el motivo de la reflexión: ya no importa tanto los motivos que llevaron al ofensor a realizar la acción, sino desde la realidad de la ofensa mirar hacia adelante y saborear lo que hemos conseguido: madurez, apertura al otro, reconocimiento de nuestras debilidades, etc.
De esta forma podemos sacar el anzuelo y recuperar la paz. Es evidente que si no perdonamos, no podemos quitar el anzuelo del sufrimiento, ya que el ofensor estará también pinchado en él. Anthony de Mello  lo dice de otra manera: “Nuestros enemigos no son los que nos odian sino aquellos a los que nosotros odiamos”.

Tenemos 3 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Bellísima enseñanza!!!!

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  2. "Nuestros enemigos no son los que nos odian sino aquellos a los que nosotros odiamos”.
    Para Pepi esta frase es para tenerla muy presente, y es la síntesis de la maravillosa exposición.

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  3. De muy bueno a buenísimo y muy sanador

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