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pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 12 de febrero de 2019

Alimentación y placer

El rincón del psiquiatra
Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra


El acto de alimentarse, desde el mamar hasta la degustación de los más ricos manjares, tiene una doble significación: nutrición y placer. El bebé come para repo­ner energías (es una necesidad fisiológica para seguir viviendo), pero al mismo tiempo el contacto físico con la madre, o el mismo hecho de tragar, le produce placer. Es posiblemente la primera vivencia de satisfacción de todo ser humano. Es por ello, que la comida va a ser un pivote donde gire todo el resto de la existencia. Esa primera vivencia placentera se puede convertir en el motor de la vida o ser un lastre. Lo que es indudable es que no pasará inadvertida.
De forma didáctica podemos afirmar que en la conducta alimentaria se pueden distinguir tres niveles: fisiológico, psicológico y relacional.
El primero de ellos señala la necesidad energética, que tiene todo organismo vivo. Necesita comer para vivir. El ayuno prolongado es sinónimo de muerte. In­cluso en los ancianos se observa un hecho muy curioso, que me describía en cierta ocasión una persona de 90 años: "no me importan los dolores, ni los achaques, pues mientras tenga apetito viviré". Es como si la comida fuera un salvo­conducto para prolongar la vida de forma indefinida. En al­guna ocasión alguna persona que padecía una depresión, me ha dicho: " si yo comiera, me curaría, doctor". La comida, pues, no solamente es un re­medio para reponer las fuerzas del cuerpo, sino también de la mente.
Pero también, la comida tiene una dimensión psicológica y desde el punto de vista psicodinámico la boca es la primera zona productiva de placer ("zona erógena"), con una doble función: tragar y masticar. Así, podemos ob­servar como el niño, en su primer año de vida consigue el placer a través de chupar los objetos y de morder. Es su forma de disfrutar. Es una vivencia normal y por lo tanto no se puede reprimir ni castigar. El predominio, de alguna de estas dos fases, produce un carácter pasivo ("oral-pasivo") o  un carácter agresivo ("oral-agresivo"). En el primer caso, va a dar lugar a un adulto dependiente, egoísta. Son perso­nalidades que "tragan" todo y nunca saben poner límites a sus propios deseos y necesidades, pero sin tener en cuenta al otro. El prototipo es el "trepa". Y en el campo de la en­fermedad mental encontramos a los alcohólicos y drogodependientes.
Por contra, "el adulto oral-agresivo" sola­mente tiene en cuenta al otro para destruirlo o para explo­tarlo. El prototipo es el jefe tirano. Y dentro de las alte­raciones más psicopatológicas están las personalidades agresivas o delictivas.
En tercer lugar, el nivel relacional, la co­mida constituye el primer nexo de contacto entre el indivi­duo y el medio. La boca del bebé y el pecho materno es la primera experiencia relacional. Y ¡es a través de la boca!. Desde ese momento la comida se constituye en sinónimo de compartir. Todos nosotros podemos tener la experiencia de lo molesto que resulta comer solos y por eso buscamos sucedáneos de la compañía: la radio, la TV o el mismo periódico, se convierten en los compañeros de mesa, para poder mitigar la frialdad de una comida en solitario.   
De la ortorexia a la comida basura
Nunca los extremos son saludables. A mí me gusta repetir que según los clásicos “la virtud está en el centro”, y  el tema de la comida no iba a ser una excepción. Tanto “se peca” por una preocupación excesiva por la dieta, como por la ausencia  de unas mínimas condiciones hacia la comida.
En el primer caso estamos hablando de la ortorexia, que según los entendidos, se concretiza en una obsesión patológica por la comida biológicamente pura. Es decir, son personas que viven por y para la comida, convirtiendo su vida en una constante preocupación por qué comer o qué productos son más saludables. Analizan cada alimento para evitar comer sustancias libres de componentes trangénicos, sustancias artificiales, pesticidas o herbicidas. Pueden llegar a suprimir de la dieta, las grasas y todos los productos que por una u otra razón aporten malas vibraciones ( la leche, los hidratos de carbono, etc.). Este comportamiento lo profesan los  vegetarianos, frutistas, macrobióticos, etc., con graves consecuencia para la salud, por el riesgo de producir anemia, hipervitaminosis o hipo, hipertensión, osteoporosis, ansiedad y depresión, y pérdida del vínculo social ( para no comer alimentos impuros no asisten a festejos familiares o de amigos), entre otros.
Según Bratman las respuestas positivas a las siguientes cuestiones indicarían ortorexia:
1).- Dedicar más de tres horas al día a pensar en una dieta sana.
2).- Preocuparse más por la calidad de los alimentos que del placer de consumirlos.
3).- Disminución de la calidad de vida conforme aumenta la pseudocalidad de su alimentación.
4).- Sentimientos de culpabilidad cuando no cumple con sus convicciones dietéticas.
5.- Planificación excesiva de lo que comerá al día siguiente.
6).-Aislamiento social por el tipo de alimentación.
En el otro extremo están los despreocupados por una dieta  mínima, alimentándose de “comida basura” (hamburguesas, pizzas, etc., con las consecuencias nefastas para la salud: hipertensión, coleterol alto, obesidad, etc.
El cuerpo y la mente están en perfecta sincronía. Cuanto más felices estemos mejor funcionara nuestro cuerpo, y lo contrario también es cierto: cuanto mejor estemos físicamente mayor posibilidad tenemos de ser felices. Asi se cumplirá el dicho: Corpore sano in mente sana.

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