El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 6 de diciembre de 2016

Carta al Teléfono de la Esperanza

José Manuel Ballesteros Pastor
Escritor






Querido amigo: Te hablaré del Teléfono de la Esperanza. Fue la otra noche, en lo más hondo de la desolación de mi alma, a solas con la lluvia y el silencio; a esa hora en que, si no duermo, parece que se me ha detenido el tiempo y que estoy sola en la vida, que no hay nadie más en el mundo y que nunca más volverá a amanecer. Entonces, en una de tantas vueltas, pensé en el Teléfono de la Esperanza. Busqué el número. 957 470 195. Al otro lado de la noche, una voz. De mujer. Sentí lo que debe de ser el cobijo de una madre. Sentí una emoción profunda y lágrimas en los ojos. Hablé. Hablé de mi soledad, de mi tristeza, del silencio, de las lágrimas... ¡Vivo tan sola estos sentimientos, aquí, en lo más callado de mi corazón! Al otro lado había silencio, pero un silencio lleno de vida, porque yo sabía que mi alma era escuchada por amor, sin ningún otro interés. Había encontrado otra alma en el fondo de mi noche; alguien que esperaba dispuesta a escuchar lo que fuese, hasta el dolor más inhumano; este dolor insoportable que me produce el estar lejos de la persona amada; este dolor que me arrasa, que me ahoga de desolación y de tristeza, y me abre tanto vacío a solas que me arranca del pecho el corazón y vuelve a colocarlo para arrancarlo una vez más; que me convierte en lágrimas cualquier cosa que miro; que me apaga la sonrisa; que le quita la vida a mi vida: si como, si trabajo, si me despierto en la noche y no hay nadie, sólo lluvia y más lluvia, silencio y más silencio, y miedos, y desolación, y ansias de que alguien me acoja y me cobije; pero no hay nadie, solo soledad y más silencio; y el tiempo no pasa; y tiene que venir un nuevo día, esconderme del dolor, aparentar como que puedo seguir viva sin ayuda. Yo seguía hablando, y sentí que un alma me acariciaba el alma. No sé cuánto tiempo duraron mis palabras, pero pasó en un soplo. Colgué y, después de tantas noches, me volví acompañada a la cama. Y esta vez lloré de agradecimiento. Nunca esa voz sabría quién era yo, ni siquiera mi rostro; ni yo sabré nunca quién es esa voz. Lloré de esperanza, porque había palpado el amor; porque en esta vida hay ángeles entre nosotros, escondidos dentro de personas que practican la bondad. Si no fuera por ellas, no amanecería nunca en este mundo».

Tenemos 1 comentario , introduce el tuyo:

  1. Que maravillosa exposición.
    ¡Ojala¡ ante situaciones críticas, todos los voluntarios supiéramos escuchar así, y dar vida a las personas de corazón a corazón. Pepi

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