El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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viernes, 8 de noviembre de 2013

CONVERSACIONES CON MI MENTE

LA HEREDERA

                        La Heredera, de William Wyler es una genial película que cuenta la historia de una muchacha huérfana de madre y carente de atractivo físico. La joven vive con su padre, un famosísimo, respetadísimo y riquísimo médico del Nueva York de finales del siglo XIX del que heredará, al morir este, una cuantiosa y golosa fortuna.
                        En la vida de estos personajes se cruza un joven sin recursos que corteja a la heredera, ante la férrea oposición del padre, dispuesto a desheredarla si al final accede a casarse. Por su cuenta y riesgo ella decide fugarse con el mozo, renunciando a su herencia. Enterado del asunto, el “enamorado” pretendiente la deja plantada, para regresar unos cuantos años más tarde, muerto el padre sin haber cumplido la amenaza. Pero entonces, la millonaria joven, resentida y amargada, le rechaza en una de las escenas más memorables de la historia del cine.
                        Lo que más me fascina de esta historia es el cambio que se produce en la protagonista. Al principio nos la presentan como una joven completamente anodina, realmente fea y sumamente tímida y asustadiza. Sus gestos son de miedo, inseguridad e incluso sus vestidos son negros y feos a rabiar. Sin embargo, al final de la película es una joven más atractiva, de gesto seguro y que viste de forma mucho más elegante y bonita. ¿Qué ha cambiado? La visión más superficial apunta al dolor por el desengaño amoroso, pero hay algo más…
                        Tras ella siempre su padre; el gran médico, obsesionado por el recuerdo de su esposa muerta y amargado por una hija a la que trata con suma condescendencia, recordándole sin cesar, con un lenguaje muy educado y requetefino, que es fea, que es tonta, que es incapaz, que no vale para nada (excepto para bordar, le recuerda en una ocasión de forma cruel y sarcástica) y que lo único que tiene en la vida son los futuros treinta millones de dólares que él le va a dejar a su muerte. Un hombre muy comedido y educadísimo, sin duda, pero que somete a su hija a una violencia verbal y subjetiva inaudita.
                        Entonces… ¿es realmente fea e incapaz la muchacha? ¿O quizá sean las creencias de un padre nefasto completamente asimiladas por una niña que sólo desea ser amada y que acaba “expresando” todo lo que él piensa de ella? ¿De haber tenido un padre que la valorase, que la impulsase a lo más alto, y que destacara día tras días sus grandes cualidades hubiera seguido siendo fea, miedosa y triste?
                        La cuestión es que la joven cambia totalmente al final de la película. Descubre el odio y el desprecio de su padre el mismo día que es abandonada por quien creía que la quería incondicionalmente. A través del dolor se convierte en una mujer adulta, segura de sí que además experimenta un notable cambio físico. Pero ese cambio es a través del rencor y del odio, lo que la convierte en fría, resentida y distante.
                        El final es tan triste como la película porque nuestra protagonista no aprende a ser ella misma. Aparentemente cambia, pero es a través del rencor, no del autoconocimiento. Por dentro se sigue sintiendo como su padre pensaba que era: una chica fea y tonta a la que nadie podía querer si no fuera por su fortuna. La prueba es que rechaza los elogios y las buenas intenciones de los demás.
                        Una película excepcional y un gran ejemplo del tipo de final que no nos interesa tener en nuestras películas vitales. Puede que hayamos vivido muchos años creyendo las tonterías de esas personas que, para empezar, jamás se quisieron a sí mismos. Pero ahora es nuestro momento: el momento de despertar de las pesadillas y de aprender a querernos a nosotr@s mism@s. Da igual lo que pasó. El rencor sólo nos servirá para perpetuar las malas yerbas que otros sembraron en nuestro interior. ¡Qué se las queden ellos! Hagamos de nuestra vida un jardín envidiable con una buena valla que no deje pasar a esos sembradores de malos pensamientos.

 Mª. José Calvo Brasa

Tenemos 3 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Acabo de leer el relato y la apuntada reflexión de Mª José y me ha venido a la mente el grupo de autoestima, o el de la alegría de vivir o el de la inteligencia emocional. Cree en ti, no hagas caso de alabanzas innecesarias ni de destrucciones de tu valía. Quiérete. ¿Quién te ha dicho que no vales? ¿Es que hay algo más valioso que la vida? Si estás vivo eres un ser valioso. Las acciones concretas podrán ser más o menos ajustadas a determinados cánones, pero ¿no eres tu el que mejor puede valorar lo que quieres y lo que vales? Cómo me gusta cuando las personas se valoran, se quieren, se reconocen llenas de cualidades...si esas, además, no las tapan y las dejan para sí, eran creciendo y llegarás a entender que somos eternos. Norecic

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  2. ¡Qué verdad hay en esta frase!: "A través del dolor se convierte en una mujer adulta, segura de sí que además experimenta un notable cambio físico". El dolor, el jodido dolor, enseñándonos... ¡Cómo se resiste el ser humano, este ser humano que escribe esta entrada, al dolor...!.

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  3. No siempre hay que culpar a nuestros progenitores, la propia sociedad es la que genera mucha competitividad, favoritismos, cánones de belleza y no todos tenemos las mismas cualidades por lo que hay que tener esa fuerza interior que te hace único seas como seas y no culpar a nadie.
    Elena.

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