El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 9 de junio de 2015

Gente pobre,
pobre gente

Conversaciones con mi mente
M.ª José Calvo Brasa


Era pobre, muy pobre. Tan pobre que poco podía dar al resto: unos mendrugos de tiempo y moneditas pequeñas que ampulosamente llamaba “amor”. Era pobre, muy pobre y aún así “compartía” sus mendrugos de tiempo cuando quería, mendrugos que para sí retenía, también cuando quería e incluso se los retiraba a las bocas hambrientas una vez “compartidos”. Y decía que tenía ese “privilegio” de compartir, e incluso de “compartirse”, y como tal privilegio, lo ejercía cuando quería.
Era pobre, muy pobre y aún así “regalaba” el tiempo que le sobraba y el amor que ni para sí tenía. Y lo hacía con petulancia. A fin de cuentas compartía  y se compartía. Quizá sea triste su caso, tan pobre y creyéndose el cuerno de la abundancia dando, pero ¿no es más triste que alguien busque las limosnas de un pobre?. ¿Qué pobre desgraciado puede ansiar una mínima parte de esas migajas y de esas moneditas insulsas? Sólo quien se revuelca en la miseria; sólo quien ni siquiera aire tiene para llevarse a la boca; sólo quien se arrastra en el lodo de un amor tan enfermo como inexistente puede.
Era tan pobre que de la miseria de quien lo era más se nutría. Tenía tan poco para sí y menos para dar, que rico se sentía al tener quien le suplicara sus migajas. Era tan pobre, tan pobre, tan pobre, que se hinchaba de orgullo cuando compartía… ¡cuándo quería y por un rato! sus raídos harapos.
Pobres gentes hay en el mundo que se ven generosas y ricas cuando sisan su tiempo a desgana. Pobres amantes que “aman”, e incluso se comparten, dada su enorme riqueza en amor, cuando la luna cambia, el sol sale o se pone, o cuando surge cualquier otro criterio creado por sus majestades… Pueden parecernos tristes o incluso miserables, pero más triste es aquel pobre mendigo que se arrastra tras sus migajas, quien ignora su valía y se humilla ante el que le pasa la mano por el lomo, solo para sentirse “grande”.
Sin embargo, el miserable que se arrastra puede tomar un buen día conciencia y descubrirse válido, saber que no merece eso, sino nadar en la abundancia de la vida; mientras que la pobre gente que se comparte, sintiéndose rica, es más difícil que cambie. Lo suyo es lo perfecto y nada más necesitan. Gente pobre, pobres gentes que “comparten” y se “comparten”… mientras encuentren miserables que tras ellos vivan suplicando. Y cuando estos miserables crecemos, les dejamos en el limbo, en el vacío en la consciencia de su pobreza.
Crezcamos, pues los miserables, veamos nuestra belleza y nuestra inmensa riqueza. Dejemos a las pobres gentes solas con sus mendrugos y moneditas. Dejémosles solos en su arrogancia y crezcamos en nuestra dulzura para compartir de verdad en el mundo y no suplicar jamás a un pobre sus mendrugos.

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. Comparto lo de crecer en dulzura para compartir.
    Bravo M José

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  2. Aunque sea poco a poco, crezcamos nuestro interior para poder compartir. Pepi.

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