No

Conversaciones con mi mente

M.ª José Calvo Brasa

El “no” es “palabro” feo. Cuesta pronunciarlo un imperio y mantenerlo casi dos. Alguien pide e incluso ruega y ese no que el corazón susurra de inmediato, la boca lo enmudece con mayor celeridad si cabe. Y caminando como cabras, por no mentar a los borregos, ahí nos vamos a cumplir los dictados de un “si” no deseado.

Digo sí porque te enfadas; digo sí por si me “riñes”; digo sí porque soy niña y tú me asustas, tan grande y tan adulto. Y para evitar tal susto, de pronto me descubro con las más peregrinas estrategias que me eviten evitar el no y sacar a pasear el si.

Como vigía de torre defensiva oteo el horizonte y de inmediato veo que te acercas… “verás, verás, que algo pide”. Lleno el foso de agua, arramblo con el escudo y en cuanto llegas a dos metros ya vocifero que aquí no hay nada que buscar. Vete a saber qué querrías, si de verdad querías algo, pero por si acaso ya te espanto. Me miras con sorpresa, no entiendes lo que pasa, pero como poco, das media vuelta y te marchas. “Libré por esta vez”, me alabo entonces, pero por evitar una palabra tan corta, golpeo sin saber si quiera si había motivos para ello.

El “no” es terreno peligroso y por no decirlo, a veces encontramos las más estrambóticas salidas que sólo contribuyen a agravar el problema. Por no pronunciar un “no”, y mucho menos un “si” forzado, salimos por una tangente que al otro, que quizá ni a pedirnos fuera, sorprende y duele. Mejor ser valientes y valorarse, para que ese “no” sea sincero cuando surja y ese “sí” aún más sincero y contundente.