El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
Blog
martes, 26 de febrero de 2013

CONSEJOS VENDO…


Cuenta la leyenda que un rey se levantó una mañana apesadumbrado por una idea que le había acosado toda la noche impidiéndole dormir: ¿cuál es la profesión más practicada del mundo? Él pensaba que la más abundante era la de abogado, a fin de cuentas, pleitos y litigantes los hay todos los días, pero… ¿y si no era así?

Intrigado decidió preguntar a todos sus cortesanos y ocurrió que no encontró unanimidad en las respuestas. Muchos opinaban como él, pero otros decían que la profesión con más miembros era la de soldado, pues todos los países entran alguna que otra vez en guerra; otros disentían y aseguraban que había más panaderos, pues el pan se come todos los días y en todos los hogares, otros que médicos, otros que barberos, etc.

Al final del día el pobre rey estaba más confuso que al principio. Para desahogarse y olvidarse un poco de tan “terrible” duda buscó la compañía del bufón que al verle tan preocupado y cariacontecido le preguntó lo que le ocurría. El rey se lo contó y, sin dudarlo, el bufón le respondió:

-Está claro, majestad: la profesión que más abunda en el mundo es la de médico.

-Eso ya me lo han dicho algunos de mis cortesanos, pero, al igual que hay muchos enfermos, hay también muchos pleitos, muchas guerras, todos comemos pan cada día... –Protestó el rey.

-Ya, ya… Sólo os pido que hagáis una pequeña prueba para que lo comprobéis vos mismo: mañana, cuando os levantéis, decid a todas las personas con las que os encontréis que os duele la cabeza. Al final del día, venid a contarme lo que os haya ocurrido.

Intrigado, el rey hizo lo que le pidió su bufón: se levantó al día siguiente con un “terrible” dolor de cabeza y se lo contó a todo aquel que se cruzó en su camino. ¿El resultado? No hubo persona que no le presentara su “remedio” particular:

-A mí me dolía mucho ayer y me tomé estas hierbas que me daba mi madre.

-Con un emplasto de esto y lo otro, vuestra majestad dejará de sufrir esos dolores terribles.

-Si os dais unas friegas de aquello…

De forma humorística sí que podemos decir que todos somos “médicos”, pues todos contamos con el “remedio” adecuado para tal o cual dolencia del cuerpo… y del alma. Porque no solo damos remedios cuando alguien nos cuenta que le duele la cabeza, también lo hacemos cuando nos cuentan tristezas, derrotas y dudas. La diferencia entre ambos remedios suele ser que los que damos para el cuerpo los hemos “probado” en nosotros y aunque sea aventurado garantizarle su eficacia a otra persona, sabemos al menos de lo que hablamos. Pero… ¿podemos decir lo mismo con los remedios del alma? ¿Los hemos experimentado realmente en carne propia?

Navegamos sobre la superficie de un vasto océano que nos asusta, pues bajo sus aguas se extiende un abismo desconocido y lleno de misterios abisales. ¡Quien sabe lo qué hay ahí debajo!... Nuestra embarcación se ve frecuentemente sacudida por los envites de monstruos que desconocemos y que hacen peligrar la tranquilidad y estabilidad de nuestra navegación. Para salir de dudas, lo máximo que suele hacerse es alargar la cabeza fuera del bote para contemplar la superficie de las aguas, pero rápidamente volvemos a la seguridad de lo conocido, convencidos de no haber visto nada y nos lanzamos a una vida frenética, sin apenas pausas, hasta que el próximo envite vuelve a alterarnos. Saltar del bote, bucear entre los monstruos marinos para descubrirlos, conocerlos y saber cuáles son los que nos “atacan” no es tarea fácil, ni agradable. Y sin embargo… ¡con qué facilidad identificamos, sin asomo de duda, los monstruos de los demás!: tú tienes esto; a ti te pasa esto otro; lo que tienes que hacer es…Como bien dice nuestro refrán: “consejos vendo que para mi no tengo”. No nos tomamos ni el tiempo ni la molestia en nuestras propias heridas y corremos a tapar las ajenas con un arsenal de tiritas que quizá nadie nos haya pedido. Y es que si lo pensamos detenidamente, lo único que podemos hacer cuando una persona confía en nosotros para contarnos su dolor es escuchar en silencio, dejar que hable, incluso dejar que llore, pues eso es lo que necesita realmente. ¿Cómo puedo saber yo lo que le ocurre, lo que necesita, si ni siquiera lo se la mayoría de las veces para mi? ¿Cómo puedo darle a nadie una receta si me obceco en decir que yo estoy bien y que no la necesito para mí? No podemos dar recetas. Sólo podemos hablar de nuestro camino, de nuestras derrotas, de nuestros logros, sabiendo que no tiene por qué ser el de nadie más y que sólo es una idea entre todas las que cada persona puede encontrar para sí y por sí misma.

Porque cada persona es única y tiene una vida única dentro de la humanidad que todos compartimos. Nos toca vivir nuestra historia y buscar nuestras propias recetas sabiendo que pueden no ser válidas para nadie más, que, por muy importantes que sean para nosotros, para otros pueden ser meros apuntes. Y está bien que sea así, pues el mejor remedio que podemos dar, y a veces el único, es escuchar, comprender y abrazar en silencio.

María José Calvo Brasa, desde los grupos de autoayuda del T.E
 

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. "el mejor remedio que podemos dar, y a veces el único, es escuchar, comprender y abrazar en silencio". Me ha gustado esta frase que comparto con todas/os.

    ResponderEliminar
  2. Uno de las enseñanzas fabulosas que he recibido del T. de la E., es: "No dar consejos". Yo era muy dada a hacerlo, y lo puse en práctica enseguida, y hoy es el día que me parece tan perjudicial para la otra persona, que si alguna vez lo hago, me encuentro a disgusto conmigo misma.
    A Pepi también le ha gustado el contenido de la frase: "el mejor.....

    ResponderEliminar