El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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lunes, 4 de febrero de 2013

VIVIR SANAMENTE EL FUTURO





Veamos un caso frecuente de la vida cotidiana. Recuerdo que cuando me estaba sacando el carnet de conducir mi escena temida era que tuviera un pinchazo, en plena noche de invierno y en una carretera desértica. ¿Cómo solucionar ese problema? La realidad es que después de casi treinta años de conducir he sufrido varios pinchazos pero ninguno en la situación temida y lo más curioso es que siempre he encontrado alguna solución: un taller mecánico próximo, la ayuda de un buen samaritano y en el último pinchazo yo mismo me decidí a cambiar solo la rueda. El futuro se había hecho presente pero entonces mi mente se puso en movimiento y encontró una buena salida. La moraleja de todo esto es que cuando el problema futuro se hace presente siempre tenemos más recursos personales y psicológicos para solucionarlos que cuando simplemente lo fantaseamos. Y esto se puede aplicar a una enfermedad, al despido del trabajo, a la muerte de un ser querido y a “mil y un problema” que imaginamos pero cuando se producen las consecuencias no son tan letales.

El peso del futuro

Sin futuro, no habría presente; el presente tiene un pasado pero necesita un futuro. Sin futuro dejaríamos de existir. Ahí reside la fuerza, pero también el riesgo del mañana: debe ser acicate para seguir viviendo, pero no causa de angustia como cuando el sujeto quiere como atrapar lo que va a pasar. Es lo que le ocurre al padre o a la madre que sienten angustia por el devenir de los hijos, en un intento por controlar lo incontrolable: su trabajo, pareja, número de hijos, etc.

Tampoco podemos contemplar el futuro como solución a los problemas del presente: “esto se solucionará cuando tenga un piso, consiga un empleo estable, me case o tenga un hijo”, se suele decir para amortiguar la angustia presente. Pero la dura realidad es que esa es una manera de hipotecar nuestra felicidad con situaciones que a lo mejor no se producen, e incluso el hecho de que se produzcan no garantiza nuestro bienestar. Es una manera de paliar nuestro malestar presente poniendo la solución en el futuro.

Vivir sanamente el futuro no es compatible con una programación exhaustiva y hasta el último detalle del mañana, sino más bien partiendo de un proyecto abierto ir desarrollando todo el recorrido como si de una larga escalera se tratara, con peldaños de diferentes alturas, hasta llegar al último piso: la felicidad.

Además no debemos contemplar el futuro como si fuera el cuento de la lechera de Samaniego, al revés. Es decir, existen personas que su forma de pensar y actuar es ir encadenando acontecimientos negativos hasta llegar a la enfermedad terminal, la ruina o la muerte. Por ejemplo piensan: voy a tener un accidente y perderé las dos piernas y entonces no podré trabajar y mis hijos se morirán de hambre y mi única salida será el suicidio. Esto es el cuento de la Lechera, pero al revés, pues el final no es el éxito sino el fracaso.


Alejandro Rocamora Bonilla
Psiquiatra

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. En definitiva que debemos vivir el presente. Pensar en el futuro para Pepi es una tortura, porque después las situaciones no se desarrollan como uno pensaba.

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  2. Me apunto a vivir el presente. Y a programar en futuro de una forma que no me quite la libertad. Huyo de los fatalismos. No piensa en que las cosas podrán ir mal. Evito los pensamientos irracionales que solo sirven para sufrir a lo tonto y a lo bobo. ERASMO

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