El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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miércoles, 13 de febrero de 2013

LEO: LA VIDA CEDE ANTE LOS ANIMOSOS Y LOS VALIENTES




Era verano, concretamente el mes de julio de hace diez años. La tarde-noche animaba al paseo y a la animada conversación por la ciudad. Nunca sabré qué fue lo que llevó esa tarde mis ojos hacia una de las ruedas de un coche aparcado en la otra acera. Aparentemente nada reclamaba mi atención, pero allí dirigí mi mirada y me encontré con el par de ojos azules más brillantes y bonitos que había visto nunca. Un asustado y escuálido cachorro felino me miró en ese momento y comenzó un lánguido y triste maullido. Me fascinó aquella indefensa criatura que se escondía en aquella rueda y, obedeciendo a otro extraño impulso, crucé la acera y me acerqué con cuidado, llamándole. Él se escondió un poco más, pero a ver mi llamada amistosa, poco a poco se fue acercando, hasta que lo tuve olisqueando mis dedos. Era un cachorro completamente blanco, a excepción de las orejas y ligeras manchas de color crema en la cola, y con unos ojos azules impresionantes. Evidentemente no era un gato callejero. Evidentemente había sido abandonado y presentaba signos de haber sufrido algún tipo de mal trato a pesar de su corta existencia. Sin embargo, a pesar de haber conocido lo más cruel del ser humano, confió de nuevo en esa extraña especie que es la nuestra y permitió que lo cogiera en brazos para llevármelo a casa.

Fue en el mes de julio, a finales, muy cerca del día de mi cumpleaños. Fue sin duda un regalo de la vida que acogimos en la familia y que bautizamos con el signo que correspondía a esa época del año: Leo.

Desde el primer día el animal se mostró encantado. Con las debidas visitas al veterinario y los buenos cuidados, recuperó la planta que le correspondía por naturaleza y comenzó a convertirse en un gato bello y arrogante. Y es que Leo, a pesar de poseer una bondad y una ternura insólita en un felino, conserva esa libertad propia de los de su raza. Libertad que en su caso se traduce en una curiosidad sin límites y en un afán exploratorio que ya quisieran para sí muchos pioneros de la Historia. Convirtió la casa en jardín de juegos. Vencida la primera debilidad y alcanzada la salud óptima, se lanzó a oler, investigar, descubrir y jugar con todo lo que se le pusiera por delante. Pronto se hizo evidente que había que apartar de su alcance multitud de objetos susceptibles de ser destrozados por su empeño travieso y también pronto fue necesario ponerle ciertas restricciones, con broncas incluidas, que, si bien moderaron un poco su carácter inquieto, no detuvieron su impetuoso empeño.

Nadie sabe lo que guarda en esa preciosa cabecita, pero, a su manera, Leo ha tenido siempre objetivos… ¡sueños de gato!. Y esos “sueños” consisten en conocer, descubrir, explorar y jugar. Y la terquedad humana en conservar intactos ciertos objetos materiales no ha detenido nunca su empeño juguetón. Su única frontera insalvable fueron los cajones y los armarios. Pero incluso esa frontera fue derrotada cuando sus patas le proporcionaron la suficiente fuerza. Aquellos artilugios de madera que se interponían entre los tesoros que imaginaba detrás y él, cedieron en cuanto encontró la forma de abrirlos para acceder a su interior. Las amonestaciones sólo servían cuando estaba acompañado, pues en cuanto se quedaba solo no había cajón o pequeña puerta que quedara a salvo de sus ataques, con el consabido despliegue de objetos por el suelo.

Hubo que recurrir a una solución drástica: sellar puertas y cajones con esos cierres que la humana inteligencia inventó para los niños. ¿Sirvió esto  para algo? Evidentemente Leo se encontró de pronto con un muro aparentemente insalvable y su decisión fue vencer ese muro. Cada noche, durante horas nos mantenía en vela el estruendo que producía en puertas y cajones sus denodados intentos por abrirlos.

Cualquiera pensaría que tras varias noches de inútiles intentos le acabaría pasando lo mismo que aquel elefante del cuento que acostumbrado a permanecer atado a una estaca de pequeño, crece creyendo que jamás podrá deshacerse de esa condena. Pero Leo no es el elefante del cuento. Lo intentó de forma insistente y casi obsesiva muchas noches y al ver que el obstáculo se mantenía renunció a la obsesión, desde luego, pero jamás al sueño. Hace tres años que tuvimos que blindar la casa de cierres “anti-Leo”, pero cada noche, inasequible al desaliento, el gato travieso, inspecciona cajón por cajón, puertecilla por puertecilla, sin duda con la esperanza de encontrar un cierre sin echar o que se encuentre en un estado más débil que el resto. Sin duda Leo tiene presentes en su pequeña cabecita todos los “tesoros” que encierran esos malditos cierres e insiste sin desanimarse porque  sabe que finalmente la vida cede ante los animosos y los valientes.

Yo quiero ser como Leo. Este increíble animal es un gran ejemplo de vida, pues los seres humanos nos parecemos más a elefante triste que permanece amarrado a su minúscula estaca, olvidando que hay otros caminos, otras aptitudes; olvidando que los muros o los cierres entre nuestros sueños y nosotros pueden ser defectuosos, débiles o incluso la vida puede olvidarse esa noche echarlos.

Yo quiero ser como Leo y seguir insistiendo, probando cada puerta, cada cajón porque quizá, quién sabe…

Yo quiero ser como Leo y saber, desde lo más profundo que la fortuna está siempre del lado de los que se arriesgan e insisten.

Mª José

Tenemos 1 comentario , introduce el tuyo:

  1. Pepi es como Leo. Lo que desea es seguir teniendo: la fuerza, valentia, y tenacidad para buscar y encontrar el camino adecuado para rectificar sus errores.

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