El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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sábado, 15 de marzo de 2014

EL RINCÓN DEL OPTIMISTA

Pensamos en nosotros como si estuviéramos solos en este mundo


Yo, mi, me, conmigo

Egoísmo, egocentrismo, individualismo: yo, conmigo mismo. Puede ser más o menos normal que nos preocupemos de nosotros, de nuestro bienestar, de nuestra salud física y/o mental, al fin y al cabo somos nosotros nuestros mejores amigos y aliados nuestros. Pero es que nos gusta tanto mirarnos el ombligo… La frase ‘yo, mi, me, conmigo’ se me grabó en la memoria de cuando estudiábamos las primeras gramáticas en aquellas cartillas de los parvulitos de la escuela de la infancia. Muchos años más tarde utilizó el gran Joaquín Sabina este ejemplo para titular su decimosegundo álbum musical, aunque en vez de ‘conmigo’ puso ‘contigo’ para ganar en complicidad. Antes de pensar en los demás pensamos en nosotros, bien, pero es que ni tanto ni tan calvo.

El colmo del egoísmo para mí (y pondré un ejemplo algo escatológico) es el hecho de que no nos molesten, e incluso disfrutemos, oliendo nuestros gases corporales al tiempo que nos parecen asquerosos los pedos de los demás. Llámame guarro si quieres, pero en mi casa al pan le llamamos pan y al vino, vino. Prefiero llamarlos pedos que ventosidades y quien no se los tire que levante la mano. Lo nuestro es nuestro y lo de los demás, de los demás. Sólo conozco una persona, un antiguo amigo que disfruta oliendo pedos ajenos y no le considero un enfermo, sino alguien que ha pasado por la razón esa contradicción entre lo mío y lo tuyo. Es como las madres y sus hijos, que por más feos que sean los críos, sobre todo al nacer que la mayoría lo son, para ellas siempre serán los más hermosos. Puede ser un mecanismo simple de supervivencia. Cuando nos traen a este mundo tenemos grabados en los genes la misión de intentar sobrevivir, es decir, velar por nuestro cuerpo, querernos, cuidarnos y luego, si hay tiempo y conciencia, nos preocupamos de los otros.
Nos miramos al espejo todos los días. Algunos no ven más allá del espejo, del otro lado. Queremos comprobar que seguimos siendo nosotros, que los demás nos van a ver bien, que nos queremos, que nos gustamos, aunque haya días que queramos romper el cristal porque no nos gusta lo que vemos. ¿A alguien en el reino más hermosa que yo?, se preguntaba la reina malvada. Pero el tiempo pasa inexorablemente: arrugas, canas, michelines… Y algunos tardamos más que otros en caer en la cuenta de que la felicidad de verdad está en darse a los demás, en ayudar, en la solidaridad, en el altruismo, en la otra parte del espejo. Si no te falta de comer, de vestir y la salud la mantienes en un nivel aceptable, ya va siendo hora de que pienses en quitar las piedras del camino de tus semejantes, en intentar hacerles la vida más llevadera. Y para ello no hace falta marchar de misionero a África o de Médico sin Fronteras a Siria. Seguro que lo tienes en casa, en el portal o a la vuelta de la esquina. Siempre hay alguien que precisa de tu dinero, de tu dedicación, de tu conversación o de tu escucha. Te sentirás útil, además te sentirás querido. Y si haces un esfuerzo psicológico suplementario, como seguro que lo has hecho con el queso de Cabrales, puede que algún día superes el asco y no te molesten o hasta llegues a disfrutar de los pedos de los demás. El poder de la mente… y del estómago es infinito.

Asín sea.

Juan.

Tenemos 3 comentarios , introduce el tuyo:

  1. ¡Vivan los pedos! No es con cántico soez, es simplemente anhelar en fin de la hipocresía.

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  2. Deberían hacer un curso para aprender a oler pedos ajenos.
    Me apunto.

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  3. OH, existe un manual de pedos1. ¿Quién lo escribió?. Editorial, por favor.

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