El que da, no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar
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martes, 30 de diciembre de 2014

La ciudad
de los sueños

Conversaciones con mi mente
M.ª José Calvo Brasa


La ciudad de los sueños es más grande que cualquier otra ciudad del mundo. Se llega a ella por una enorme puerta que da paso a un sin fin de puestos de todos los tamaños, formas y colores, colmados hasta la saciedad de sueños. No hay calles y los mercaderes de sueños llegan cada mañana para colocar su puesto allí donde deciden los más madrugadores y allí donde pueden el resto, de manera que no todos los días los sueños se encuentran en el mismo punto ni en el mismo puesto.
Cuando los soñadores entran por la prometedora puerta de acceso suelen tener bien definido en su cabeza aquello que están buscando. Todos piensan que lo encontrarán nada más llegar, pero esto solo le ocurre a los más afortunados, o quizá a aquellos cuyo sueño se presenta difuso y, por tanto, no necesitan adentrarse tanto en el laberinto incomprensible de tiendas tentadoras y mercaderes charlatanes.
Hay soñadores que, a pesar de saber qué es lo que buscan, caen rápidamente en la desesperanza. “Qué cansado es esto de estar día tras día recorriendo esta ciudad sin fin”, piensan decepcionados y acaban dando la vuelta para salir, cabizbajos y con las manos vacías, por donde entraron. Otros, dubitativos e inseguros, se dejan tentar por los taimados vendedores que logran convencerles de la “calidad” de su producto.
–Más yo deseo un anillo de oro engarzado con diamantes. –Protesta, en principio con convicción el soñador.
Entre risas, el mercader argumenta que tal cosa no existe, qué que se cree él que es esa ciudad, que algo mejor que su anillo de hierro con pintura dorada no encontrará en ningún rincón por más que busque o se esfuerce.
–Pero… –intenta insistir el soñador, cada vez más pequeñito y temiendo ofender la sapiencia o persistencia o seguridad o… lo que sea del mercader.
Unos soñadores cederán antes, otros caerán en el siguiente o los siguientes puestos, pero al final volverán a casa observando perplejos la baratija en su mano y sintiendo el corazón encogido en el pecho. Bien por el camino o bien cuando la joya se desmorone en el futuro, comenzarán a maldecir al mal vendedor por haberles engañado, por convencerles, por contarles un cuento chino, por desviarles de su camino… por miles de excusas para evitar pensar que fueron ellos mismos quienes renunciaron a su sueño, quienes no tuvieron el valor de creer en él ni la fortaleza de decirle al mercader de turno: “no, no es esto lo que quiero”. Cediendo a la pereza, dejaron de recorrer los días que hicieran falta los kilómetros necesarios para encontrar el puesto que poseyera su sueño.
Solo unos pocos alcanzarán su meta. Quizá les lleve meses, años, pero estos soñadores sabrán llevar en el alma lo que buscan, sabrán decir a los persistentes vendedores que lo que les ofrecen no es lo que desean y sabrán que no ofenden a quienes venden lo que ellos no buscan, si no que se ofenden a sí mismos si se van a casa con lo primero que encuentran por no querer luchar por sus sueños.

Tenemos 2 comentarios , introduce el tuyo:

  1. La vida no es fácil. Las piedras en el camino son constantes. ¡Qué difícil se hace cuando buscas trabajo y no lo encuentras! ¡Cuanto cuestas aceptar una enfermedad! Pero si aceptamos que es así y luchamos por hacer realidad aquello en lo que creemos, estamos viviendo y estamos en el camino de la felicidad. Esta no es la de un mundo dulzón, ¡qué va!, es la de un mundo lleno de gente que sabe que vale aunque cueste. Eso es realizar los sueños, aunque cada día estén en un lugar distinto, como en el artículo que no nos brinda este blog. Es el momento de decir: puedo y quiero. Otetipe

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  2. Hay que vivir; por una lado con la ESPERANZA de que se puede conseguir lo que se desea, y por otro con la ACEPTACIÓN, de que también vamos a tener problemas que no podemos resolver y tenemos que aceptarlos e INTEGRARLOS. Así son las vivencias de Pepi.

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